La fragancia de tu ser - Serie Hechizo

Capítulo 2

Silveria - Frank, Santa Fe, Argentina

 

 

Al llegar a su casa, su mamá se encontraba sola, sentada en el living tejiendo, era una mujer de cincuenta, que no se le notaban para nada, tenía el pelo corto hasta el mentón, castaño oscuro, con algunas canas, en su rostro, aunque se veía que no era tan joven, casi no había arrugas, estaba un poco gordita y sus ojos marrones eran muy vivaces detrás de unos lentes chiquitos y rectangulares que usaba para ver de cerca.

 

— Hola, Ma — saludó y se acercó a darle un beso.

 

— Qué temprano — respondió la madre devolviendo el gesto a su hija, la voz maternal era aguda, a diferencia de la suya propia, que era más suave, heredada de la familia de su padre.

 

— Es que me bajó la presión y Mari me dijo que me venga.

 

— Y ahora, ¿cómo estás? — preguntó Amanda dejando a un costado su tejido. — Te preparo un té.

 

— Está bien, gracias, ma.

 

Mientras Amanda iba a la cocina para hacerle un té, Silveria se dirigió a su dormitorio y buscó en la valija, que estaba guardada encima del ropero, la tarjetita que les había dado ese hombre en Carlos Paz. Agarró su notebook y volvió al living.

 

Mientras el dispositivo encendía, su mamá llegó con un té de manzanilla con miel, se sentaron juntas en el sofá.

 

— Lo dulce te va a levantar — le decía. — ¿Y qué te pasó? ¿No desayunaste otra vez?

 

— Sí, desayuné, mami — replicó. — Es que Gonzalo se puso pesado de nuevo y justo entraba María, me sentí re mal.

 

— Ay, Silvi, ya te dije que te tenés que buscar otra cosa. Mejor limpiando que estar aguantando ese degenerado.

 

— Sí, ahora voy a ver eso — comentó. — Porque me dieron la tarjeta de una empresa de empleos nueva, a lo mejor consigo algo.

 

— Me alegra, hija.

 

La mujer continuó su tejido y Silveria buscó la web.

 

Tenía una portada superelegante, igual que la tarjeta, en sobrios colores azules, con el lema, “Atrévete a un trabajo internacional”. Daba diferentes reseñas sobre las virtudes de viajar y lograr objetivos, cambiar tu vida y también testimonios, todos terminados con un botón que decía “Regístrate ahora”, y después de leer un poco, eso hizo. Era un formulario de CV normal, como tantos que había llenado antes.

 

 

***

 

 

Aren - Montes Urales

 

 

De vuelta en su hogar, sus pasos hicieron eco en el gran salón de la entrada, los techos altísimos parecían hechos por gigantes. Sus sirvientes o “empleados”, como se les llamaba ahora, mantenían la inmensa estancia reluciente, aunque no se usaba. A los lados del lugar había puertas que dirigían a diferentes emplazamientos dentro de la montaña.

 

Acababa de regresar, de colaborar con Xander en la disciplina de uno de sus vasallos. Esto era algo inusual, pues desde hacía casi un siglo, todos cumplían perfectamente las normas establecidas. Aunque hubo una época en que se dio caza a su estirpe, eso había quedado en el olvido y ahora les daban publicidad como un mito más de la humanidad.

 

La más importante de las reglas mandaba no exponerse, para así conservar el secreto de su existencia. Cada uno de los que lideraban algún territorio, tenía sus propios métodos para mantener el silencio de quienes les servían o los alimentaban. El que sin duda utilizaba los sistemas más extraños y radicales era Syoran, muy típico de los de su nacionalidad. Por otra parte, los demás preferían usar el dinero, un invento muy conveniente, y especialmente, porque resultaba fácil de obtener para quienes, como ellos, tenían todo el tiempo del mundo.

 

Otra norma importante era respetar las jerarquías. En el pasado, estas estaban dadas por la línea de sangre, quien engendraba, se hacía cargo de su progenie, quienes eran, a su vez, fieles al que los había traído hacia “este lado”. Pero actualmente, luego de muchas matanzas, habían establecido un régimen por territorio y antigüedad, cada vampiro debía someter su lealtad ante el más antiguo en el lugar en el que haya establecido su residencia permantente.

 

Sin darse cuenta cómo, recorrió toda la gran fortaleza, llegó a su espacio personal sumido en estos pensamientos. Sus vidas se convirtieron en algo notablemente aburrido, lejos habían quedado los tiempos en los que debían cazar para comer, o esconderse de quienes les temían y buscaban su muerte.

 

Habían formado un orden muy estable, tenían aldeas enteras de humanos que les servían, es decir, “trabajaban” para ellos.




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