La fragancia de tu ser - Serie Hechizo

Capítulo 3

Silveria - CABA, Buenos Aires, Argentina

 

 

Y ahi estaba Silveria, buscando la oficina de Humanity Works. Después de ir y venir por la misma cuadra tres veces, “Bartolomé Mitre 480”… leía una y otra vez infructuosamente hasta que encontró por fin la puerta de entrada al lugar, ubicada entre dos bancos, pasaba desapercibida en medio de la multitud de gente que iba a los cajeros o hacía filas para hacer trámites.

 

Se acercó al lugar, arrastrando una valija enorme, con un accesorio sobre esta y también una mochila. Al lado de la entrada había una placa de bronce llena de timbres en la cual le costó encontrar el correcto, pero una vez que lo encontró no pasaron más de cinco minutos hasta que una chica alta y delgada, rubia, y de ojos color turquesa saliera a recibirla. Traía una carpeta bajo el brazo. Abrió la puerta con una tarjetita pequeña que apoyó en la cerradura.

 

—Bienvenida —le habló con una voz tan grave que la sorprendió, pero tenía una sonrisa amable.

 

—Gracias —respondió al entrar.

 

—¿Tú eres Silveria, no? —Preguntó mientras la guiaba hacia un lujoso ascensor.

 

—Sí —respondió con timidez.

 

—Vi tu hoja de vida. Todavía tienen que llegar tres personas más —el acento de la chica parecía español. —Oh, mi nombre es Teresa.

 

—Es un placer.

 

—Tienes que llenar y firmar estas formas —le dijo pasándole la carpeta que tenía en la mano izquierda.

 

—Bueno.

 

—Es el contrato con tres copias y también un seguro, y preguntas sobre tu salud, aunque en los estudios en general sale todo, siempre hay que cotejar con la información personal.

 

—Dale, gracias.

 

Llegaron al último piso y al salir del elevador, recorrieron un tramo de pasillo como de cincuenta metros.

 

—Allí al final del corredor está el baño —señaló mientras abría la puerta que tenían adelante, con una cerradura similar a la de la entrada.

 

Ingresaron y pudo descubrir un dormitorio muy chiquito con una cama y una mesita de luz, nada más, no había ropero ni ningún otro mueble. Le dio la llave, que era un circulito de plástico, como las tarjetas de crédito y una tarjetita personal negra.

 

—Gracias —volvió a decir.

 

—Ahí está mi WhatsApp por si necesitas algo. La comida la traen a las doce y a las ocho. Te recomiendo que descanses, porque salen mañana a más tardar a las cuatro de la tarde y el viaje es largo —terminó de hablar mientras salía y le hacía un gesto de simpatía a modo de saludo.

 

Le pareció tan raro todo que empezó a pensar que a lo mejor su mamá tenía razón.

 

 

***

 

 

Aren - Montes Urales

 

 

—Anya, no lo tomes así —decía Aren. —Tendrán un buen pasar el resto de su vida…

 

—Pero nosotras no nos queremos ir —intervino Tyana que mantenía su rostro imperturbable abrazando amorosamente a su amiga.

 

—Lo entiendo, pero no quiero causarles un mal mayor, lo mejor es que acepten ser indemnizadas y vivir una vida nueva lejos de aquí —intentaba convencerlas, sin embargo, no parecía que lograra sus objetivos.

 

—No… —gimió Anya en un nuevo exabrupto de llanto.

 

—Eres cruel —se atrevió a decir Ty.

 

—No es mi intención —explicó pasando por alto la audacia de la muchacha. —Muy por el contrario de lo que puedan pensar, quiero lo mejor para ustedes. Es por eso que más tarde o más temprano se irán.

 

—Pero…

 

—Será mejor que se retiren a meditar en sus habitaciones.

 

 

***

 

Silveria - Avión sobre el Atlántico

 

 

Lejos de todo lo que hubiera imaginado, se encontraba viajando en un avión privado. Eran cuatro los que habían abordado en Buenos Aires, Silveria, un pibe lindo, llamado Martín, que se sentó a su lado, y otras dos chicas que se notaba eran amigas por el trato que tenían entre ellas.

 

Hicieron dos paradas en el transcurso de algunas horas donde juntaron otra gente a la cual ella solo vio de pasada. Pero con Martín pudo conversar amenamente durante el viaje. Era de Córdoba y tenía veintitrés años. La hacía sentir segura el hecho de que entre los que iban para el mismo trabajo que ella, había un hombre. No tardó en comunicárselo a su madre para que no se estuviera imaginando cosas terribles. Además, Martín ya había trabajado antes para esta empresa, y decía que eran serios.




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