Aren - Montes Urales
Ya en el castillo, Aren ordenó a Matthew ocuparse de los nuevos y se llevó con él a la chica que los había visto alimentarse en el crucero. Ella lo seguía silenciosamente por los pasillos de la fortaleza.
Al entrar en la oficina, la invitó a sentarse de la manera más amable posible, el olor del miedo de la joven inundaba sus fosas nasales desde que subieran al helicóptero en el crucero, y también otro aroma, que le resultaba familiar, pero no podía definir por qué. Le habló en español, sabiendo que la muchacha era argentina.
—Gracias —musitó al sentarse y su voz también le pareció conocida.
—Mi nombre es Aren. Lamento lo sucedido —le dijo observando las delicadas facciones de la muchacha. —Pero aquí podrás cumplir tu contrato de trabajo más tranquilamente que en el crucero —él se sentó frente a ella con su gran escritorio de por medio.
—Gracias, yo… —ella hablaba sin levantar la mirada. —Siento mucho mi confusión —concluyó sonrojándose.
—Es una escena difícil de procesar para las personas tan alejadas de nuestro mundo, como tú —explicó el vampiro. —Es perfectamente entendible que te hayas asustado.
Ella solo asintió con la cabeza. Aren se sorprendió de su propio análisis hacia la muchacha, pues distaba mucho de las mujeres que a él le solían atraer. Era una belleza exótica. Su piel era suave y aceitunada y su cabello oscuro caía en grandes ondas hasta la mitad de su espalda. Aunque era algo delgada, “tenía todo lo que tenía que tener, y en su correcta proporción”, apreció.
—¿Tienes alguna pregunta? —Su voz grave la sobresaltó haciéndola dar un respingo en el asiento.
—Yo... Yo… —Por fin levantó fugazmente los ojos, preciosos, con la forma de las hojas de los árboles, de color miel. —Quisiera poder comunicarme con mi familia y quería saber…
—Tenemos un sector con computadoras para los empleados, aquí solo hay internet por cable.
—Entonces… ¿No voy a tener WhatsApp?
—No, señorita Silveria, ni WhatsApp, ni señal de móvil —ella otra vez no lo miraba y esto por algún motivo le disgustaba. —Podrá comunicarse vía mail, y sepa que los correos son revisados antes de salir de nuestro servidor.
—¿Por qué? —Esta vez al levantar la vista ella le sostuvo la mirada y Aren sintió que podría mirar esos ojos toda la eternidad.
—No podemos arriesgar el secreto de nuestra existencia, creo que es obvio, ¿no? —La chica lo miraba como si no entendiera. —Su… amigo, Martin... ¿Le explicó por qué vienen aquí?
—No. Pero entendí que venimos a trabajar.
—Lo que creo que no entiende es la clase de trabajo que se hace aquí.
El silencio se instaló entre ellos, Silveria parecía estar pensando lo peor, y él no tenía idea de cómo explicarle la situación sin que huyera despavorida nuevamente.
—¿Cuál es el trabajo para el que vinimos? —Preguntó ella, que, aunque disimulaba bastante bien su voz ahogada, no podía disimular el aroma de la adrenalina, ni el sonido del acelerado latir de su corazón.
—Tal vez sería mejor esperar unos días antes de que hablemos al respecto. Matt —llamó, a lo que su amigo ingresó instantáneamente en el recinto. —Dile a Madame Irina que venga, por favor.
Cuando el hombre se hubo retirado, tomó la carpeta que estaba frente a sí con el nombre de Silveria.
—La verdad es que quisiera saber —declaró ella.
—De momento, continuarás haciendo lo mismo que hacías en el crucero y te adaptarás a los horarios y hábitos de nuestro castillo —hizo una pausa considerando las opciones respecto a la muchacha que tenía enfrente. —También existe la posibilidad de rescindir tu contrato…
—No —se apresuró a decir ella. —Necesito el trabajo.
Ella parecía querer decir algo más, pero la puerta se abrió en ese momento.
—Madame Irina —dijo Aren poniéndose de pie. —Ubique a la señorita Silveria en el área de las mujeres y explíquele los horarios y actividades. Ella servirá en la cocina hasta nuevo aviso.
—Así será, mi Señor.
Silveria parecía estar sorprendida, pero no decía nada y no volvió a mirarle.
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