Aren - Palermo, Italia
El aire mediterráneo del mar Tirreno se colaba por la ventana del antiguo edificio, haciendo que las delicadas cortinas de gasa se bambolearan constantemente, detrás de los dos hombres que admiraban el paisaje desde el balcón.
—...¿Su alma gemela? —decía Matthew. —Me sorprende de Xander.
—Para los humanos es más fácil aun cuando viven mucho menos que nosotros —dijo Aren. —Xander es muy afortunado.
—La verdad sí, a mí me gustaría encontrar la mía también —respondió Matt mirando las estrellas.
—¿Y a quién no? Es la fantasía más deseada de todas las especies, no por nada se han creado tantos mitos al respecto, aún al día de hoy.
—Sí, ¿verdad?
—Sí. ¿Los lobos no dicen que tienen una pareja designada por su diosa?
—Mmm… Sí, es cierto, supongo que de esa manera es más fácil emparejarse, saben anticipadamente que la relación no fracasará. No tienen ni que esforzarse para ello, ¿no?
—Tal vez… Cómo sea, son muy pocos los que encuentran a alguien especial, como les sucede a Xander o a Lito...
La conversación fue interrumpida por dos golpes a la puerta. Se miraron sorprendidos y Matthew rápidamente fue a abrir mientras Aren regresaba a la habitación detrás de él.
—¡Syoran! —exclamó sorprendido.
Aren también se sorprendió, pero no dijo nada y esperó que el hombre ingresara. Era de estatura media y contextura delgada, llevaba un largo cabello negro recogido a la altura de la coronilla, tenía la piel cetrina y los característicos ojos oscuros y rasgados de los nipones. Sus labios mostraban una sonrisa apretada que más bien era una mueca.
—Qué sorpresa… —le dijo Aren cuando se miraron a los ojos.
—Espero que no te moleste que esté de vacaciones en tus tierras —el hombre habló en ruso, el idioma nativo de Aren, con un muy leve acento oriental.
Syoran gobernaba parte de Asia, y rara vez salía de su territorio, nadie sabía a ciencia cierta qué tan viejo era, se decía que podría ser incluso más antiguo que Xander, lo cierto era que su poder legendario inspiraba gran respeto por parte de todos los de su estirpe. Detrás de él, caminaban con la vista baja y ataviadas en lujosos kimonos, cinco mujeres humanas, de preciosos rostros y de su mismo grupo étnico nipón.
—En absoluto —respondió Aren, en honor al protocolo. —Eres bienvenido.
—Para compensar cualquier molestia —dijo el hombre haciendo un ademán de presentación teatral con la mano. —Una ofrenda para ti y tus servidores.
Las mujeres avanzaron con pequeños pasos quedando en medio de la habitación.
—No tenías que molestarte, Syoran. Pero agradezco tu generosidad, y espero compartas la velada con nosotros.
—Desde luego.
***
Silveria - Montes Urales
Enseguida aprendió la dinámica de su nuevo empleo y se adaptó mejor que en el crucero. En la mañana cada quien iba a la cocina y se preparaba su propio desayuno. Después había un horario para hacer el aseo del lugar en el que todas participaban. La limpieza se hallaba dividida por sectores y a Silveria le tocaba siempre estar en el área femenina, no iba nunca más allá, por ende, no podía cruzarse con Martín en ningún momento.
El almuerzo lo preparaba un grupo pequeño de mujeres del cual Silveria formaba parte. Una vez que la comida estaba lista, venía otro equipo de trabajo que se ocupaba de repartirla en los distintos comedores, Madame Irina le había informado que había tres. Esta rutina se repetía también para la cena.
Por la tarde se realizaban distintas actividades recreativas en la sala de las mujeres y aunque participar era opcional, Madame Irina se ocupaba de que no pasara ociosa demasiado tiempo. A Silveria esto a veces le molestaba, pero era solo por pura rebeldía, ya que si no hacía nada se aburría enormemente.
Luego de cinco días había pedido hablar con Aren, pero él se encontraba de viaje. Según supo, viajaba constantemente.
Se acercaba la fecha del primer pago, y esto le daba mucha ansiedad, quería que le enviaran la plata a su mamá para que pudiera pagar la hipoteca y cubrir las necesidades que tuviera.