La frutería de los moros

La frutería de los moros

Era noviembre de 2022. Entre la pandemia del coronavirus y la crisis que se venía gracias a la invasión de Rusia a Ucrania, estaba subiendo el precio de todos los alimentos. La vida se estaba empezando a poner muy cara.

Gloria apagó la televisión porque estaba harta de escuchar que si el precio de la luz ha vuelto a subir, que si el precio de los tomates estaba en record histórico… y más cosas que le atontaban la cabeza.

—Ahora, Putin ha dicho que Europa está usando la guerra de excusa la guerra de Ucrania para subir los precios de todo —dijo la anciana Rosario—. ¡Malditos cabrones!

Rosario, la madre del esposo de Gloria, se recolocó de un brinco en su silla de ruedas.

—Eso, cabrones de MIERDAAAA —gritó Adolfo de cinco años que lo había escuchado todo aunque estaba jugando en otra habitación.

—¡Adolfo! No hables así —le regañó Gloria.

—Pero si lo ha dicho la abuela. ¡Cabrones, cabrones...!

Gloria se tenía que ir a comprar unas verduras para la comida. Dejo responsable de Adolfo a Rosario y viceversa. Debía darse prisa, su marido, Carlos, salía de trabajar a la una y quería tener la comida preparada para entonces.

Acababa de salir por la puerta cuando vio a su vecina Carmen. Ella venia de comprar también:

—¡Pero bueno, dichosos sean los ojos! Cuanto tiempo que no te veía. Espera que me acerque. ¿Qué te vas a comprar también?

—Si… —contesto Gloria sin que la dejase casi hablar Carmen.

—Ya veras, te va a encantar lo que te voy a decir —Carmen cogió aire—. Vengo de la nueva tienda de la calle mayor donde venden fruta y verdura. La comida es mucho más barata que en el Mercadona. ¡Y todo es fresquísimo! Te lo digo yo. Mira que tomates más gordos y tienen mucho jugo, no como en el Día que encima lo cobran al doble de precio.

—¿Pero esa tienda no es de moros? ¿Y si me ve alguien entrando ahí?

—A ver, Gloria, que estamos en 2022. Y son una pareja que lo único que hace es ganarse la vida honradamente. No me puedo creer que seas así. Si lo sé no te digo nada.

Gloria pensó en las palabras de Carmen y llegó a la conclusión de que tenía razón. Así se podría ahorrar un dinero que su familia seguro que agradecía.

—Oye, una cosa más. ¿Te has enterado de lo que le pasó a Paca el otro día? —dijo Carmen bajando la voz para que nadie más la oyese.

—Carmen, me tengo que ir se me echa el tiempo encima. Hablaremos luego.

Decidió pasarse por aquella tienda, y una vez superada la vergüenza de que la vieran entrando allí, se animó al darse cuenta de que mucha gente entraba. Cosa que, para su sorpresa, no se esperaba.

Pudo llenar el carro por primera vez en años y aun le sobró dinero del presupuesto de lo que iba a gastarse. Y hasta compro alguna golosina para su hijo.

Cuando volvió a Rosario se le hizo la boca agua de ver el carro tan lleno de comida.

—¡Mira Adolfo! Te he comprado un huevo kínder —dijo Gloria sonriente—. Pero será para después de comer.

Gloria se puso a cocinar y cuando llego su esposo de trabajar se sentaron a comer.

—Tranquilos, ya pongo yo la mesa no hagáis nada ninguno —protestó Gloria que siempre le toaba hacer todo en casa—. No os vayáis a herniar.

Carlos subió el volumen de la televisión para no tener que escuchar las quejas de su mujer. Él consideraba que con ir a trabajar ya hacia suficiente por su familia.

Cuando estaban acabando de comer, Rosario, agarró una manzana para comérsela. Al dar el primer bocado dijo:

—Mmm… Que delicia. Esta tan jugosa que la comería sin hambre.

Adolfo se rió por lo bajo pensando en esa frase pero sacándola de contexto. Nadie más pareció entender la broma.

—¿Las has comprado en un lugar diferente? —le preguntó Carlos.

—Sí, he ido a la frutería de la calle mayor —Carlos y Rosario se miraron y pusieron cara de espanto—. Es mucho más barato y son muy amables…

La abuela de 90 años escupió el trozo de manzana que tenía en la boca que fue a parar al plato de Adolfo.

—¡Ah! Qué asco, abuela. Ya no lo quiero.

—¿Pero cómo te atreves a darnos comida de un lugar como ese? —gritó Carlos mientras su madre hacia como que se ahogaba—. ¿No tienes vergüenza? ¡Son moros!

—Y seguro que la habrán tocado con sus mugrientas manos —Rosario demostró ser muy racista con ese comentario.

—Pero es más barata y de calidad… —se defendió Gloria, que se empezaba a sentir un poco avergonzado de aquella situación.

—¡Eres una estúpida! —el entrecejo de Rosario se arrugó con fuerza—. ¿Quieres matar a tu familia?

—No, si te parece con la mierda de sueldo de su hijo comemos una lechuga —era la primera vez que Gloria le plantaba cara a ese vejestorio—. ¿No te jode?

La vieja se quedó impresionada y haciéndose la inocente se llevó la mano al pecho y pronuncio el nombre de su hijo.

—¿Pero cómo le hablas así a mi madre?

—Porque es la verdad, en esa frutería tienen las mejores peras que he probado en mi vida. ¿Sabes cuantos años hacia que no llenaba el carro de la compra.

—¡Quiero mi huevo kínder!

Era noviembre de 2022. Entre la pandemia del coronavirus y la crisis que se venía gracias a la invasión de Rusia a Ucrania, estaba subiendo el precio de todos los alimentos. La vida se estaba empezando a poner muy cara.

Gloria apagó la televisión porque estaba harta de escuchar que si el precio de la luz ha vuelto a subir, que si el precio de los tomates estaba en record histórico… y más cosas que le atontaban la cabeza.

—Ahora, Putin ha dicho que Europa está usando la guerra de excusa la guerra de Ucrania para subir los precios de todo —dijo la anciana Rosario—. ¡Malditos cabrones!

Rosario, la madre del esposo de Gloria, se recolocó de un brinco en su silla de ruedas.

—Eso, cabrones de MIERDAAAA —gritó Adolfo de cinco años que lo había escuchado todo aunque estaba jugando en otra habitación.



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En el texto hay: cuento, racism, tienda

Editado: 13.01.2024

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