Fuveau, Francia, 1829.
En la ciudad de Fuveau los recién nombrados duques de Sainte Croix contrajeron matrimonio, tal y como lo había ordenado el padre del joven Fréderic. Entre todas las muchachas casaderas de la alta sociedad encontraron a Selene de Noailles, una joven educada y de buena familia, era tan bella por dentro como lo era por fuera.
Al principio el joven matrimonio formado por Fréderic y Selene no fue demasiado sencillo, era imposible que dos personas que apenas se conocían se pudieran llevar bien, él era muy impetuoso y ella una joven con un carácter demasiado fuerte para el gusto de su esposo. Pero el tiempo y la paciencia de ambos consiguieron que entre ellos surgiera un amor sincero y profundo.
Un año más tarde la duquesa alumbró a dos bebés, Jean y Gabrielle. Este hecho fue celebrado en toda la ciudad ya que al fin había llegado el tan ansiado heredero. Durante seis años, los duques junto a sus hijos fueron muy dichosos, pero todo se truncó el día que la duquesa Selene falleció a causa de fiebre amarilla.
Después de la partida de su esposa, el duque se embarcó en varios negocios, pero la suerte no le acompañó y se endeudó demasiado. Mientras tanto los niños fueron apartados por su padre, sobre todo la pequeña Gabrielle, le recordaba demasiado a su difunta madre. Los pequeños eran inseparables, andaban de un lado a otro siempre juntos, fueron criados por Sophie, una mujer que enviudó hacía pocos años.
Con el paso de los años, los hermanos se fueron distanciando ya que Jean debía prepararse para algún día tomar el sitio de Fréderic. Gabrielle adoraba a su hermano la enseñó a montar a caballo a horcajadas, disparar un arma y luchar para defenderse, Gabrielle no era la joven indefensa que todos creían.
Pero la vida volvió a golpear fuertemente a la familia Sainte Croix, en uno de los viajes de negocios que realizaba Jean, perdió la vida a manos de unos asaltantes de caminos. En el funeral, Gabrielle no podía separarse del cuerpo sin vida de su hermano ¿Cómo iba a seguir viviendo sin él?
—Gabrielle—una voz profunda hizo que levantara sus hinchados ojos castaños hacia él—Es la hora, tenemos que dar sepultura al cuerpo de Jean.
—Pero padre, es demasiado pronto—la joven intentó acercarse a su padre, pero el duque apenas podía tolerar su presencia.
—Cuanto antes lo hagamos, antes podremos seguir con nuestras vidas—su hija lo miraba con esos mismos ojos que tanto amó, llenos de dolor—Eso me recuerda a que tengo que hablar contigo de algo.
—Lo que usted diga padre—murmuró mientras el duque ya le había dado la espalda.
Besó con ternura la frente de su amado hermano y en compañía de Sophie, abandonaron la estancia en dirección al cementerio, más tarde dieron el último adiós a Jean.
Gabrielle pasó días encerrada en su alcoba, estaba más desolada que cuando su madre murió, Sophie intentaba distraerla pero no tuvo éxito, apenas si conseguía que comiera algo. Un día, de repente la puerta de la habitación se abrió, era el duque exigiendo hablar con su hija.
—Creo que este capricho ya te ha durado bastante Gabrielle. Empieza a arreglarte, esta noche tenemos invitados a cenar y debes permanecer a mi lado.
—Padre no estoy de humor para cenas ni mucho menos para fingir que aquí todo va bien—respondió desafiante.
—¡Tú harás lo que se te diga mocosa!—la zarandeó de un brazo—¡Debes obedecerme, así que no me hagas que te lo repita!
—Sí padre, créame que lo sé—no le quedó otra alternativa que bajar la mirada ante el duque.
—Tranquila cariño—Sophie la abrazó, sabía lo mal que su padre le hacía sentirse—Intenta hacer lo que él te diga, no lo enfades—la besó en su pelo y le limpió las lágrimas con sus manos—Te prepararé un buen baño y después elegiremos un vestido bonito, ya verás que todo va a salir bien.
Hizo caso de las palabras de Sophie, se puso un vestido precioso de color rojo que había pertenecido a su madre y se recogió el pelo del mismo modo en que ella lo hacía, sabía que probablemente al duque no le iba a gustar pero quería que él mismo probara un poco de su propia medicina.
Cuando Fréderic vio llegar a Gabrielle, no supo con certeza si a quién miraba era a su hija o a su amada Selene, ambas eran como dos gotas de agua. En la cena estaban invitados algunos aristócratas con sus esposas, Gabrielle debía sonreír y actuar de un modo contrario a como se sentía realmente y al parecer todos ellos la creyeron. Después de cenar el duque se retiró con los hombres a fumar y a beber en su despacho mientras hablaban de negocios, en cambio Gabrielle tuvo que permanecer con las esposas tomando té.
—Gabrielle querida, estás deslumbrante esta noche—la halagó Celine.
—Desde luego que sí, eres idéntica a tu difunta madre—continuó Diane—Ahora que tu hermano ha muerto, supongo que deberás casarte pronto con un hombre que cuide de ti y del legado del duque Fréderic, por supuesto.
—No necesito casarme para que cuiden de mí y mi legado—todas las mujeres rieron al escuchar el absurdo de esa idea—Si contraigo matrimonio lo haré por amor, en caso de que decida casarme.
—Querida niña, por si no te has percatado, las mujeres sólo debemos obedecer, y en tu caso no va a ser distinto. Tarde o temprano el duque te encontrará un marido y quieras o no deberás casarte con él.