Fuveau, Francia, 1849.
Al llegar a Fuveau, Gabrielle necesitaba estar sola para asimilar las cosas que sucederían en un futuro muy próximo. El duque le advirtió que tenía planes para ella, seguramente el matrimonio con el barón Renoir aún seguía en pie. Ya no le importaba nada, había sentido amor por primera vez en su vida y aunque fue demasiado efímero, sabía que jamás podría olvidarlo, Jules la había marcado para siempre.
—¡Gabrielle!—Sophie se sorprendió mucho al encontrarla en su alcoba—¡Me alegra tanto saberte con vida!—la rolliza mujer la abrazó fuertemente, la joven agradecía que al menos alguien la hubiese echado en falta durante su ausencia—¡Cariño, tienes un aspecto horrible! Iré a prepararte un baño.
—Gracias Sophie, yo también te he echado de menos.
—Te noto muy cambiada, y no me refiero a que pareces un sucio campesino. Hay algo en tu mirada que es distinto.
—Soy la misma Gabrielle de siempre—mintió—Avísame cuando el baño esté preparado.
Unos minutos más tarde, estaba sumergida en una gran bañera, con agua tibia y perfumada, tenía que reconocer que una de las cosas que más echaba de menos en Gréasque era sus largos baños. Hasta que el agua no se enfrió no salió de él. Tras ponerse uno de sus vestidos, se sentía extraña, hacía demasiado tiempo que no se sentía como una mujer, el pelo le había crecido bastante desde que se lo había cortado meses atrás, casi le llegaba por encima de sus hombros, se puso algo de maquillaje para completar su atuendo, le hubiese gustado que Jules la viera así y no como un muchacho zarrapastroso y mugriento. El duque la había mandado llamar y Gabrielle se dispuso a complacerlo sin hacerle esperar.
—¡Me has dejado en ridículo delante de toda la región! ¿En qué demonios pensabas?—el duque estaba realmente furioso—Por tu maldita pataleta he perdido todo el dinero que Renoir me iba a prestar.
—Padre eso tiene solución—se puso en pie y tomó aire—Puede decirle al barón Renoir que me casaré con él tal y como acordaron.
—Eso ya no será posible, el barón se prometió con Madeimoselle Lisset de Louis hace unas semanas—Gabrielle respiró con alivio—Pero hace unos días conocí al candidato ideal para ti, es un muchacho de buena familia, con una edad más cercana a la tuya y aunque no sea noble, me parece una gran opción. Ambas familias saldríamos ganando, el joven se convertiría en duque con todo el prestigio que esto conlleva, y el padre del muchacho saldará mis deudas—se sirvió una copa de brandy y se la bebió gustoso.
—Lo que usted decida será lo correcto—respondió derrotada.
—¿No tienes ninguna objeción?—la joven negó con la cabeza—Espero que esta vez no me engañes y me dejes en la estacada.
—Le prometo por la memoria de mi madre y de Jean que no lo estoy engañando. Al fin he entendido cuál es mi misión en esta vida y no es otra que ser una buena hija y comportarme como se espera de mí.
Gabrielle se enclaustró en su alcoba durante días. En ese tiempo el duque visitó nuevamente a la familia de su futuro yerno, acordaron que la boda se celebraría en el palacete de Fuveau en unos pocos días.
Sophie ayudó a confeccionar todo aquello que Gabrielle pudiera necesitar para el día de su boda y su vida de casada. La única condición que puso la joven era la de usar el vestido de bodas de su difunta madre, el duque al principio se opuso pero después Sophie lo convenció de que sería una gran idea. La mujer ayudó a Gabrielle a vestirse para su boda, las dos lloraban en silencio pero cada una de ellas por un motivo bien distinto.
—¡Estás preciosa mi niña! Eres el vivo retrato de tu santa madre el día que se casó con el duque.
—Dudo que mi madre se sintiera tan triste como yo—respondió mientras se miraba al espejo.
—Lo estaba, ella también se casó sin amor y mira lo que pasó, fue feliz con el duque y con vosotros, los comienzos no son fáciles para nadie. Serénate mi vida—le limpió los ojos sin estropearle el maquillaje—Tenemos que salir ya.
Gabrielle subió al carruaje junto a su padre que se sentía orgulloso frente a su gente de poder casar al fin a su hija con un muchacho de su altura. La novia se sentía poco menos que un trozo de carne vendida al mejor postor. También pensaba en Jules y en cómo se sentiría si supiera lo que estaba a punto de hacer.
En el palacete todo estaba adornado con las flores más caras y bellas que existían en toda Francia. El futuro suegro de Gabrielle no había reparado en gastos de músicos, la comida y la bebida correría por doquier después de la ceremonia religiosa, sólo faltaba la novia para empezar.
Gabrielle se bajó del carruaje con la ayuda de su padre y Sophie, que venía en otro carruaje menos ostentoso, también bajó para ayudar a la joven novia con el vestido, cuando todo estuvo listo, los músicos empezaron a tocar y los invitados se pusieron en pie para recibir a la novia. El futuro novio y su padre le daban la espalda, lo único que pudo ver era que en efecto era una persona cercana a su edad, de cabello negro, ese desconocido sería su esposo hasta que la muerte los separara. Al cabo de unos minutos, el duque se dispuso a entregar a su hija. El novio al fin se giró para recibirla, cuando ambos se miraron a los ojos comprendieron que tendrían muchas cosas explicar.