Se encuentra fatal, le duele la garganta, tiene náuseas y no puede despegar los parpados por más que lo intenta. Inspira profundamente y recae en que no huele a basura. Hace tiempo que no olía algo así, huele a limpio.
Hace un tremendo esfuerzo pero abre los ojos rápidamente. Se sorprende al comprobar que no está donde debería estar.
Observa la habitación blanca donde se encuentra, está tumbada y en su brazo y pecho varios cables conectados.
Hospital.
Se pregunta cómo ha podido llegar hasta ahí, quiere irse pero tiene los brazos sujetos fuertemente con unas correas cogidas a la estructura de la cama.
–¡¡Soltadme!! –grita muy nerviosa pegando golpes con las piernas.
–Blake tranquila –escucha que le indican y siente a alguien acercándose a ella. La observa y la reconoce al momento, claro que la reconoce.
–Rouse; los años no perdonan… que vieja estas –dice nada más verla y comprobar que su pelo se ha vuelto más canoso y en su rostro se han sumado múltiples arrugas.
–Estas en el hospital mi niña, ponte tranquila y te soltaré las muñecas –le asegura con paciencia mientras ella la mira con rabia.
Al momento entran unas enfermeras que comprueban sus constantes y le quitan los electrodos que tenía pegados en el pecho, le acomodan el camisón y ella piensa que es una suerte que este atada porque si no habría arremetido contra todas ellas.
Como no para quieta van directas a inyectarle un calmante solo que Rouse les asegura que no es necesario.
–Suéltame y me tranquilizaré –asegura cabreada.
–No podré soltarte hasta que estés más tranquila. Tómate tu tiempo. No tengo ninguna prisa.
Odia a esa mujer, la odia desde que la conoció cuando era pequeña.
Se cansa de intentar liberarse ya que no sirve de nada, las correas que sujetan sus muñecas no ceden ni un poquito ante sus tirones.
–Bien, pequeña, lo vas consiguiendo.
–Guarda tus estúpidas palabras, no pienso escucharte.
–Blake has tocado fondo. Creo que no hace falta ni que te lo diga, pero no sé en qué tipo de pelea te has metido, casi no lo cuentas.
–Te he dicho que no me importa, que me dejes en paz.
–No puedo dejarte y créeme que me gustaría. Soy la única que ha aceptado de nuevo tu caso y espero no tener que arrepentirme.
Supongo que todos conocen la suerte que corrió el último asistente social que quiso tratar con ella. Se defendió como sabe hacer cuando trato de meterla en el coche para llevarla al colegio a la fuerza.
–Eres muy escurridiza pero sabía que tarde o temprano acabarías otra vez así.
–No he acabado de ninguna forma. Habéis aprovechado que dormía para secuestrarme, ya ves ¿qué mérito tiene eso?
–Te encontraron tirada entre basura. Has estado cuatro días inconsciente a las puertas de un coma etílico. Dos costillas rotas, golpes y contusiones por todo el cuerpo... Joder Blake comprende que esto no puede seguir así, ¡¡que tienes 15 años!!
–Vaya se me había olvidado mi edad, pero te recuerdo que son casi dieciseis –dice con sarcasmo. Lo único que le ha sorprendido es haber estado inconsciente. Creía que sólo hacia un rato que se había quedado dormida y ahora le molesta que la hayan llevado al hospital, que la hayan tocado a su antojo sin ser ella consciente. Tiene ganas de matar a alguien, le corroe la rabia, pero trata de serenarse, porque sigue atada y quiere que la suelten.
–No te las des de graciosa conmigo. Vas a ir de cabeza a un centro de menores si no hacemos algo. Las autoridades han hablado con tu padre –le da un vuelco el corazón al recordar a su padre, al recordar lo que pasó esa noche. Con él sí que no piensa volver, bastaría una palabra suya para que lo acusen de maltrato, pero sabe que las consecuencias después de eso serán aun peor.
–Él asegura que solo eres un poco rebelde y que tratará de prestarte más atención.
–Que tierno... –murmura con ironía.
–Dice que pasáis algunos apuros económicos y que por eso robas, pero que está buscando empleo y las cosas van a cambiar.
–Ja, ja, ja –se ríe a carcajada limpia–. Mi padre no ha trabajado en su puta vida. No va a hacerlo ahora.
–Lo malo es que llevas una larga lista de antecedentes y ya no se quieren arriesgar contigo. Están barajando la posibilidad de meterte en un reformatorio y ya sabes lo que eso conlleva. Rouse trata de asustarla, quiere que confié en ella de algún modo para evitar entrar en el correccional. Sabe que se está jugando mucho, pero está convencida de ayudarla haciendo todo lo posible.
–Estoy convencida de que sabes lo que es, que al menos te lo imaginas, es como entrar en la cárcel y quedarás marcada de por vida.
–No me importa.
–Ya sé que a ti no te importa nada, pero escúchame –la mujer se pone seria, se coloca bien las gafas y se acerca un poco más a la cama–. Estoy poniendo la mano en el fuego por ti. He conseguido una familia de acogida para ti, una familia que te aceptará como una más y te protegerán –le explica en voz algo baja, como con miedo de que alguien la escuche.