No es que haya podido descansar mucho cuando escucha abrirse de nuevo la puerta de la habitación.
–¿No vais a dejarme dormir? –pregunta sin ganas de ver quien osa importunarla.
–Hija…
Se le hiela la sangre al escuchar la desquebrajada voz de su madre, de esa mujer que siempre pasa sus días tirada en la cama sin importarle más que su droga. Tiene que abrir los ojos y mirarla de inmediato porque no puede creer que sea ella.
–¿Dayana? –pregunta extrañada observando cómo se acerca torpemente a la cama. Lleva un vestido blanco de tirantes hecho un guiñapo, arrugado, sucio y hasta con algún agujero seguramente causado por alguno de los ratones que viven en la casa. No parece contenta de verla, no sonríe, ni la mira con preocupación solo camina hacia ella con pasos lentos y mirada perdida. El rímel que debió ponerse algún día de estos, resbala por sus mejillas pintándolas de negro, sus ojos grises apagados y sin apenas vida la ven pero no la miran, hasta que alguien la aparta de un tirón y la arrastra hasta sentarla a un lado en el suelo.
Enseguida puede ver a su padre, ha entrado tras la mujer y va directo hacia su cama con una sonrisa malvada que casi le hiela la sangre. No puede moverse, esta indefensa y él se aprovecha.
–Querida hija, que ganas tenía de verte. Me tenías muy preocupado –exclama en voz alta, demasiado alta, lo cual le hace darse cuenta de que habla así para que el policía que hay fuera pueda escucharlo y se tranquilice. Se acerca más a ella y le pellizca con rabia la mejilla–. ¿Qué está pasando aquí? –le pregunta con exigencia en voz baja muy cerca de su rostro.
–Me han traído obligada joder, no he venido por gusto –contesta mirándole con odio.
–¡Maldita niña estúpida! ¿Qué les has dicho?
–Nada –contesta con seguridad.
–He tenido que traer a tu vieja para que me dejasen entrar, joder ¿qué cojones les has contado?
–Ya te he dicho que nada, pero sospechan de ti por cómo me encontraron.
–¡Maldita seas! No vas a largarte, ¿me oyes? No pienses que vas a librarte de todo entrando en el maldito reformatorio. No lo permitiré.
–No voy a entrar porque quiera, mierda, ¿no ves que me tienen atada? No puedo hacer nada.
–Claro que puedes, tienes que decirles que quieres volver a casa, si es necesario hasta suplicarás, porque si no lo haces te juro que lo vas a pagar caro. Tengo que entregarte a tu comprador y él tienen mucha menos paciencia que yo.
–No puedes venderme, no soy tuya –le reprocha cabreada. De pronto su padre la agarra con fuerza del cuello apretando sin piedad.
–Yo te he dado la vida, por lo tanto yo decido. Es fácil de entender; si quiero acabar contigo ahora mismo, lo hago –le advierte apretando sin importarle que empiece a ponerse roja por la falta de oxígeno– si quiero venderte, te vendo y si quiero follarte lo hago. Punto. Tienes suerte de que tu comprador te quiera entera porque si no hace tiempo que te habría hecho mía –termina de decir soltándola de golpe. Blake empieza a toser recuperando el aliento. EL corazón le late a mil por hora sobre todo enrabiado por lo que le está diciendo ese maldito ser.
–¿Está todo bien? –pregunta de pronto el policía asomándose a la habitación alertado por la tos de la joven.
–Le he dado un poco de agua y se ha atragantado, no es nada… nena bebe más despacio por favor… –explica su padre con una agradable sonrisa fingida.
–Creo que será mejor que se marchen –les indica el joven mirando extrañado hacia la madre de Blake que sigue encogida en el suelo dándose suaves toques en la cabeza contra la pared– su hija necesita descansar.
–Hágame un favor y déjeme estar un rato más con mi niña, después del susto que me ha dado creo que nos lo merecemos.
–Está bien, solo un poco más –acepta no muy convencido.
Nada más cerrarse la puerta, el hombre se gira para volver a mirar a su hija a la cara.
–Más te vale que hagas lo que te he dicho, tienes que pedir que te dejen regresar a casa. Si no lo haces te juro que las consecuencias serán fatales –le advierte enrabiado apretándole la barbilla con fuerza.
–Ya te he dicho que no depende de mí, los asistentes sociales se nos están echando encima.
–¡Eso no me importa una mierda! ¡Eres mi maldita hija y como tal, debes volver conmigo! Apáñatelas para que así sea o juro que no pararé hasta acabar con tu miserable vida.
Y con esa amenaza se marcha. Agarra a su mujer del brazo y la arrastra fuera de aquella fría habitación de hospital, dejando a su hija envuelta en una nube de ira e impotencia.
Los odia, sin duda en su corazón solo hay cabida para un odio infinito hacia sus padres.
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–Por dios Blake, deje bien claro que prohibiesen la entrada a tu padre, no sé qué leches ha pasado, ni que le dijo al policía para que le dejase pasar. Lo siento –se disculpa nada más entrar en la habitación.
–Malakai puede ser muy convincente.
–Pero dejé advertido expresamente que tu padre tenía prohibida la entrada.