A lo largo de ese tiempo había logrado reclutar más hombres usando sus dos barcos como una pequeña flota para transportarlos. Además había ayudado a muchas personas en las ciudades y pueblos cercanos logrando tener así muchos aliados en varios lados. El agradecimiento es una de las más grandes lealtades que existen, y él lo corroboró.
Su barco insignia había sido bautizado como “El tesoro del mar” nombre que decidió dejarle pues le gustó mucho. Tuvo que borrar los colores de la corona inglesa para no levantar sospechas, agregó los suyos. Le puso un tono muy elegante pero no podía evitarse sentir como un barco pirata. De hecho, su fama en los yeguas se estaba alzando tras ese rumor, “El pirata navegante negro, defensor de los justos y opresor de los malvados” su seudónimo y publicidad encajaron mucho en las ciudades más discriminadas, donde se le veía como un héroe. Él aún se negaba a recibir ese seudónimo y más a llamarse pirata, sentía que no compartía aquellos ideales, el quería ser justo, pero con el pasar de los días comenzó a sentirse cómodo.
Seguía ganado dinero para el y para los suyos robando barcos a las monarquías, disfrutaba mucho humillarlos con sus grandes estrategias. Se estaba convirtiendo en una gran amenaza para las potencias europeas que ya lo volteaban a ver.
Junto a su tripulación emprendió un viaje al sur de la Habana. Llegaron ahí siguiendo la pista de quien se rumoraba era uno de los cómplices del Marqués. Un hombre que lo apoyaba llevando esclavos hasta europa. Era un español aclamado en aquella isla que era una de las más prósperas y habitadas.
Debido a su fama y crecimiento, el comercio era muy bueno y los piratas lo sabían. Por eso habían fundado un refugio al sur para desde ahí planear los ataques. Era un pequeño escondite donde no gobernaba ninguna de las monarquías, ese lugar se caracterizaba por tener sus propias leyes basadas en el gran código pirata. Ahí llegaban a descansar, beber, planear, reclutar hombres y por supuesto, reunirse con otros piratas para convivir. Era uno de los paraísos soñados para quienes seguían esa vida.
Llegaron con la intención de obtener información de algunos de aquellos hombres que se dedican a venderla. Era un gran negocio investigar y cobrar unas monedas por quien quisiera obtener esa información.
En ese día Koar se reuniría en la taberna con alguien que le podría brindar información acerca de Martín Hernández, el cómplice español del Marqués.
El ambiente en aquel lugar era lo de esperarse, había muchos piratas reunidos, baile, alcohol, mujeres que deseaban vender sus servicios, trabajadores esperando ser contratados, música y reuniones de negocios.
Koar había entrado con todos sus hombres de confianza, se veía muy bien acompañado.
Algunos de los clientes de la taberna comenzaron a reconocerlo. Podían escucharse rumores como “es el flamante navegante negro”, “escuché que venció a unos esclavistas”, “encontró un tesoro legendario”, “un hombre despiadado”
Esos rumores provocaron que el resto de personas lo miraran, grandes piratas y admiradores por igual. Eso lo empezó a incomodar, no estaba acostumbrado a ser el centro de atención.
Debido a eso decidió tomar la mesa más cercana y sentarse ahí con sus compañeros. Entre ellos nuevamente se había colado su hermana Sandra, quien ya no se separaba de él. La jóven había decidió también cambiar de look. Dejó los vestidos elegantes para usar ropa más cómoda, no solo por eso, también quería parecer una pirata. Incluso trató de buscar algunos apodos para completar su personaje, pero su hermano la detuvo. Le dijo que eso no era un juego, ella necesitaba ser más seria, pero la jóven aventurera lo ignoró. Tenía un sentido muy agudo para eso y una gran sonrisa se asomaba de ella todo el tiempo, casi podía decirse que nació para ser una pirata.
—¿Dónde está el hombre que veremos?—Preguntó Koar a John una vez instalados en la mesa.
—No lo veo.—Le respondió mientras alzaba la mirada para buscarlo.—Pero no debe tardar, no te preocupes.
Cómo siempre John era el encargado de realizar esas reuniones. Sus contactos lo hacían el hombre indicado para esas tareas, además era sumamente social y abierto. Algo de lo que Koar carecía, a él no le gustaba andar en público.
John había conocido al dichoso hombre en aquel mismo refugio cuando fue pirata para su antigua tripulación. A él le había gustado mantener sus contactos.
El resto de sus acompañantes eran Adwain, Benz, y un par de hombres que se convirtieron en los guardias personales, Smith y Eustas. Dos hombres muy valientes y buenos con la espada. Habilidades que en ese mundo eran valoradas.
Estuvieron ahí un buen rato hasta que el hombre que esperaban se presentó. Era un hombre de cabello rojo y barba del mismo color, ojos muy grandes y de baja estatura, tenía una panza muy notoria.
De inmediato saludó a John como un gran amigo. Este lo presentó con su capitán y con el resto de la tripulación.
Koar le ofreció algo de beber inmediatamente, el jóven aún conservaba la buena educación que su padre le inculcó. Aquel hombre aceptó encantado la cortesía y se sentó con ellos.
Comenzaron a conversar un poco antes de entrar en el tema que les interesaba. Las pláticas eran del mar, la política, su estancia, entre otras cosas de poco interés para Koar quien se mantuvo paciente.
Después de un rato al fin se atrevió a preguntar.
—¿Puedes decirnos dónde encontrar al señor Martín Hernández?—Hizo la pregunta con la mayor cortesía que pudo pero era inevitable su desesperación.
—Por puesto que puedo. No les habría pedido que vinieran de no ser así.—Agarró su tarro para beber el resto de bebida que había ahí rápidamente.—Solo quería disfrutar con ustedes de los placeres de la vida.
Koar se sintió un poco apenado por entrometerse así en su plática. El hombre realmente estaba disfrutando de la compañía, pero realmente se sentía presionado.