Cuando Eddy recibió la primera llamada del secretario del señor Ayala, jamás imaginó que el momento terminaría rompiendo su rutina y desatando algo inesperado. Tras escuchar el tono serio y profesional al otro lado de la línea, sintió la presión habitual de esos trámites que nunca parecen acabar. Pero, de repente, el silencio se instaló en la llamada, uno tan incómodo como largo. Nervioso, con un impulso más humano que racional, soltó un: “¿Qué se cuenta, secretario?”.
La respuesta fue una risa cristalina, llena de vida y de algo más que Eddy no supo identificar de inmediato. Esa risa encendió su curiosidad. "Disculpe, no soy el secretario, pero gracias por esa ocurrencia." Era una voz femenina, cálida, con un toque entre profesional y juguetón. Era la misma voz que había oído semanas atrás, una que creyó no volvería a escuchar. Y, como si ya se conocieran, la conversación abandonó la rigidez. Desde ese instante, las formalidades quedaron atrás, reemplazadas por un trato más cercano: de usted a un casual tú.
Esa primera conversación fue breve, casi superficial, girando en torno a las modificaciones necesarias en el manuscrito de Eddy. Ella enumeró sugerencias y correcciones con una claridad que lo hizo asentir incluso sin entenderlo todo de inmediato. Pero fue suficiente para sembrar algo en él. Una chispa.
Con el paso de los días, las llamadas se hicieron frecuentes. No eran solo discusiones sobre estilo o estructura narrativa; era como si cada llamada abriera una puerta distinta, un espacio en el que ambos dejaban entrar sus pequeñas historias personales. La decimocuarta llamada marcó un antes y un después. Eddy, ya acostumbrado a su saludo característico, le dijo con un tono juguetón: "¿Qué se cuenta, secretario?", a lo que ella respondió, con una sonrisa que se sentía a través del teléfono: "Números, señor escritor. Siempre números."
En aquella ocasión, la conversación se desvió. No hablaron de manuscritos, sino de ellos. De sus desafortunadas decisiones, de romances fallidos, de las veces que el destino parecía jugarles en contra. Ella habló de un matrimonio que había terminado en una nota amarga, y él, de un amor que dejó más dudas que certezas. No fue una confesión formal, pero tampoco fue casualidad. Algo en sus palabras parecía estar buscando refugio en el otro.
Eddy colgó esa noche sintiendo un remolino en el pecho. Por un lado, estaba la culpa. “No debería estar disfrutando de estas conversaciones como lo hago.” Pero al mismo tiempo, su mente le repetía una excusa que lo tranquilizaba: “Nunca nos veremos en persona. Solo es una voz.”
El mes pasó casi sin darse cuenta. Cada intercambio telefónico tenía un aire más ligero, un tono más familiar. Las bromas se colaban entre las sugerencias editoriales, los silencios se llenaban con risas, y las formalidades quedaron enterradas bajo un cúmulo de complicidad.
Finalmente, llegó el día en que las modificaciones al manuscrito terminaron. La última llamada fue para invitar a Eddy a la editorial a revisar cómo luciría el libro impreso. Pero más que eso, era la oportunidad para encontrarse con aquella mujer de la voz que había invadido sus pensamientos. La invitación tenía un tono casual, pero su trasfondo era más importante de lo que ambos querían admitir.
"Tienes que venir a firmar el manuscrito, Eddy. Además, creo que sería justo que vieras cómo se verá tu obra en físico."
Él intentó bromear, como siempre: "¿Y también ver al secretario?". Ella respondió con una risa traviesa: "Claro, pero no esperes demasiado. El secretario también tiene días malos."
Eddy aceptó la invitación, aunque no dejó de sentir un nudo en el estómago. No sabía si era la emoción de ver su libro terminado o el hecho de que finalmente pondría rostro a esa voz que había comenzado a significar tanto en tan poco tiempo.
Cuando llegó el día, Eddy entró en la editorial con un corazón que latía más rápido de lo que estaba dispuesto a admitir. Ahí estaba ella, esperándolo al final del pasillo, con una sonrisa que reconoció incluso antes de verla del todo. Era más que una reunión de trabajo. Era un punto de encuentro entre dos mundos que, sin saberlo, se habían estado buscando.