La Guarida de La Pantera

5- En la jaula

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EN LA JAULA

 

 

Ningún vaso de Whisky ahoga las penas y no siempre es felicidad lo que se esconde detrás de los aplausos y las sonrisas.

La noche no había terminado para los recién casados y menos con tantas incógnitas al aire.

—¿Dónde está Omer? —preguntó Asher, quien seguía esquivando las miradas de reproche de su madre.

—Está arriba —informó Sara, al ver que Leila no respondió—. Creo que subió a dormir.

—Dile que baje —ordenó Asher.

Leila estaba cruzada de brazos detallando a su nuera con desconfianza; sus finas cejas marrones estaban alzadas y sus claros ojos, denotaban disgusto.

—¿Qué pasa? —preguntó Omer, bajando las escaleras con pesadumbre.

Sus ojos hicieron contacto Hayat, que seguía con su hermoso vestido blanco de sirena.

—Hablemos —ordenó Asher, cerrando la puerta del salón para que las mucamas no pudiesen escuchar nada.

—¿Qué más nos dirás? —juzgó su madre, rígida—. Tus groserías ayer fueron suficientes.

—Mamá, no comiences —suplicó Omer, cansado de las peleas y los reproches.

—¿Quieren que los deje solos? —preguntó Sara, intentando huir.

—No —dijo Asher, señalando el mueble azul, indicándole que tome asiento—. Escucharán todos lo que diré, incluida mi esposa.

Aquellas palabras produjeron una ola de celos dentro de Omer, quien rápidamente desvió la mirada y se dejó caer en el elegante mueble junto a su hermana Sara.

—Sé que todos están sorprendidos por esta decisión tan repentina —pronunció Asher, cuando todos se sentaron—. Pero solo quiero que sepan que todo lo que hago es por el bien de la familia.

—¿En qué nos beneficia esto? —preguntó Sara, tratando de comprender a su hermano.

—En muchas cosas, Sara. —Suspiró, y peinó su barba antes de seguir—. Cosas que no puedes entender ahora, y que es mejor que nadie sepa.

—Ya no soy una niña, Ash. —Rodó los ojos—. Tengo diecisiete años.

—No quiero más preguntas sobre este matrimonio —ordenó rígido—. Ahora soy un hombre casado y quiero tener una familia. Espero que respeten mi decisión y traten a mi esposa con amabilidad, no quiero que esta casa se llene de peleas.

Leila lo fulminó con la mirada y negó con la cabeza, con evidente disgusto. No parecía dispuesta a entender, y solo deseaba irse.

—Disfruta la noche con tu nueva esposa —comentó Leila con enojo y después de abrir la puerta del salón, subió las escaleras hacia su habitación.

Todos los demás hicieron lo mismo y estando cada quien en su habitación, Asher se sintió más tranquilo. El día había pasado sin problemas y por fin descansaría un poco.

Hayat miraba la habitación entre pensamientos desconocidos, mientras que Asher desataba su corbata y se retiraba el elegante saco que había usado durante todo el día.

—¿Dormiremos juntos? —inquirió Hayat, observando la comodidad con la que Asher accionaba.

—¿Tú haces preguntas tontas siempre? —La miró fijamente, delatando su enojo—. ¿O es solo hoy por ser un día especial?

—¿Serás así de irritante siempre? —contraatacó, alzando una ceja.

—No hagas preguntas tontas. —Se sacó el anillo de casamiento y lo dejó sobre su mesita de noche—. La cama mide dos metros y debemos fingir que estamos casados, obvio que dormiremos juntos.

—Quiero hablar sobre algunas cosas. —Aclaró la garganta, y lo miró con seguridad—. No tendré sexo contigo.

—Ya quisieras. —Sonrió con suficiencia, mientras buscaba su ropa del armario—. Te recuerdo que este matrimonio es una mentira y yo no me acuesto con la mujer de mi hermano.

Hayat rodó los ojos por quinta vez, pero aquella frase le causó alivio, así que prefirió no reprocharle nada.

—¿No le contarás a tu madre lo que pasó?

—Nadie sabrá nada. —La miró de nuevo, pero ahora con severidad—. Borra todo lo que sucedió antes y actúa como si fueras mi esposa. Usa- tu- cerebro.

Entró al baño de la habitación para darse una ducha de agua tibia y relajarse un poco antes de acostarse. Mientras que Hayat permaneció sentada en la punta de la cama varios segundos, mientras detallaba todo con detenimiento.

—Usa-tu-cerebro —repitió Hayat, imitando su entonación—. Úsalo tú, idiota.

Abrió el closet empotrado y se encontró con toda la ropa que había enviado en la mañana muy bien doblada y ordenada por colores. Tomó su pijama de seda favorita del perchero y pronto se retiró el vestido que ya odiaba con todo su corazón.

Se miró en el espejo y con los pensamientos perdidos, sus ojos se impregnaron de lágrimas. No pudo evitar llorar, mientras se desmaquillaba.

—Estoy haciendo lo correcto —musitó varias veces, intentando consolarse.

Se fue a la cama antes de que Asher saliera de la ducha, y no supo más de ella misma hasta la mañana siguiente.




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