La Guarida de La Pantera

8- Desespero

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DESESPERO

 

 

La pantera esperaba respuestas, alguna palabra que apaciguara su ansiedad.

En su gran imperio, la traición era un descaro sin salvación alguna, un pecado que solo Dios podía perdonar. En la oscuridad de su gélido corazón paseaba la duda y la desconfianza que condenaba su mente a perder la cordura cada vez que sentía la amenaza disminuyendo su autoridad.

En el fondo todos podían ser culpables, traidores y desleales. Todos debían pagar por sus errores y asumir como hombres sus decisiones. Su propio hijo fue testigo de su furia, pues apenas la duda apareció, se deshizo de él sin pensarlo.

Odiaba el sentimiento que le dejaba la incertidumbre, tal vez porque en su soberbia y su auto apreciación aquel sentimiento le recordaba sus debilidades, y fluía en él un río de duros recuerdos de su juventud y las consecuencias que se había llevado por perdonar y no tomar medidas drásticas.

—Señor —mencionó uno de sus escoltas, interrumpiendo sus pensamientos—. Asher Iskandar está afuera.

—Que pase.

Segundos más tarde, un juego de miradas se formó entre ambos. Asher interrumpió aquella conexión al acercarse para besar su mano como de costumbre, sin embargo, Musa retiró el brazo impidiendo aquel acto.

—Hablemos primero —le dijo inconforme—. Ya veremos si mereces que te de mi bendición.

Ambos tomaron asiento en mueble del salón.

—Dame el nombre —pidió, sin preámbulos.

—No tengo un nombre —confesó, advirtiendo el enojo en los ojos de Musa.

—¿No tienes un nombre? —Arrugó la frente y se inclinó hacia delante. Aquella respuesta no le había gustado nada.

—No puedo darte a un hombre inocente solo por darte a alguien ni puedo echarme la culpa, porque eso sería deshonrar mi trabajo.

—Esperaba más de ti —comentó con decepción.

—La Raya piensa que lo traicionamos, pero yo estoy seguro que no fueron mis hombres —repuso Asher, con valentía.

—Entonces, ¿quién? —Golpeó la mesa con toda su fuerza, pero Asher se mantuvo inexpresivo—. ¿Vienes a decirme tonterías? ¿Quién está jugando con nosotros? ¡Dímelo ya!

—Quizás sean los hombres de la Raya, pero mientras lo descubrimos puedo ofrecer una solución que pueda aliviar un poco tu enojo.

La Pantera recostó la espalda sobre su silla; pareció dispuesto a escuchar.

—Le ofreceremos a la Raya una muestra de buena fe, sacándolo de la prisión —continuó Asher—. Y también será un golpe bajo para el Estado.

—¿Y cómo harás eso? —preguntó la Pantera, manteniendo la seriedad en su rostro—. ¿No estás viendo las noticias?

—Pantera, la policía nos está molestando mucho este último mes, y con el encarcelamiento de la Raya creen que nos están acorralando —repuso con seguridad—. Escuché por buenas fuentes que ayer celebraron el comienzo de la caída de Zalam.

—¿Quién te lo dijo? —Frunció sus oscuras cejas.

—Un guardia de seguridad de la estación de policía de Rukhsar.

—¿Qué propones?

El hombre escuchó la propuesta de Asher con la mirada perdida en algún pensamiento, y cuando Asher terminó de explicar su plan, la Pantera dijo:

—Debemos persuadir al jefe de la policía cuanto antes —ordenó la Pantera, apretando la mandíbula—. Khalil comienza a retarme de nuevo; no me extraña que él esté detrás de todo este circo.

—Eso intento, pero aún no opera desde la ciudad —explicó Asher—. Todo lo que sé es que era un agente secreto del gobierno, y al parecer el fiscal lo reclutó para esta misión.

—¿El fiscal cree que me ganará? —Apretó su puño, y asintió varias veces—. Le demostraré que esta ciudad será mía para siempre.

—Te traeré a la Raya y también al que nos traicionó —aseguró Asher, controlando su respiración.

La Pantera no había quedado tan conforme, pero la suerte de Asher le escribió una segunda oportunidad, pues Musa estuvo de acuerdo en que debían rescatar a la Raya y dejar mal al Estado.

En la mansión, Omer no lograba dormir; estaba preocupado por su hermano mayor. Así que mientras esperaba, decidió beber un poco de alcohol en la cocina, aprovechando que todos dormían, sin embargo, escuchó que sutiles pasos se acercaban. 

Pensó que era su madre, quien siempre inquieta lo interrogaba para saber cómo iba el trabajo, pero para su sorpresa el rostro que había estado evadiendo desde la boda, apareció frente a él.

Aquella mirada profunda que lo había hecho suspirar descontroladamente durante muchas noches estaba delante de él con una expresión distante.

—¿Sin ganas de dormir? —preguntó Hayat, ingresando a la cocina.

Omer desvió la vista hacia su vaso de alcohol, pero se mantuvo sentado en la silla del comedor.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Omer, con una voz baja.

—Vine por agua, ¿eso también te molesta? —replicó Hayat, mientras buscaba un vaso del escurridor que descansaba arriba del fregadero.




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