La Guarida de La Pantera

13- Castigo

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CASTIGO

 

 

Sara se había recuperado de la mala experiencia del día anterior.

No deseaba ir a la escuela, pero su mejor amiga le había insistido porque no deseaba estar sola en clases, y agradeció la insistencia, pues las clases la mantuvieron distraída.

—Y ese es todo el cuento —explicó Sara, mientras caminaba hacia la salida del instituto con Nadin.

Ese día las clases estuvieron intensas, así que no tuvo más que la hora de la salida para contarle a su mejor amiga todo lo que había sucedido.

—¡Qué pesadilla! Fueron para divertirse y terminó en una desgracia —exclamó Nadin, enganchándose del brazo de Sara—. Me alegra que ya todos estén bien.

Habiendo llegado al portón de la salida, sacó su teléfono para revisar si había alguna llamada de sus hermanos o su madre, pero de pronto, sintió como Nadin apretó su brazo varias veces, buscando su atención.

Antes de que pudiera preguntar, una rosa blanca tapó su vista y un chico ajeno a ella sostuvo una sonrisa coqueta que la hizo ponerse nerviosa.

Era el mismo sujeto que siempre estaba afuera a la hora de la salida, solo que ese día a diferencia de los demás había decidido acercarse.

—Busque una rosa que se pareciera a ti —pronunció al ver que Sara no dijo nada.

—Disculpa, ¿quién eres? —Apartó la rosa con el revés de su mano, mostrándose desinteresada.

—Sé que puedo parecer grosero, pero tengo días pensando si acercarme o no. —Rascó su cabeza, denotando nerviosismo—. Al final me llené de valentía.

—Sigo sin saber tu nombre.

—Mi nombre es Yaser. —Extendió su mano.

Sara dudó un poco si darle la mano o no, pero al final cedió por cortesía. Sin embargo, no dijo su nombre ni intercambio palabras con el extraño.

—Debo irme —avisó, retirando la mano y halando a su amiga del brazo.

—¿No recibirás la flor? —preguntó Yaser, interponiéndose en su camino.

—No recibo regalos de extraños. Gracias.

—Si me conocieras, dejaría de ser un extraño.

—No estamos en una película de Disney —replicó Sara, cortante.

Ambas se encaminaron hasta la camioneta negra que esperaba a Sara y estando lo suficientemente lejos del muchacho, sostuvieron una pequeña conversación.

—Te dije que le gustas —confirmó Nadin, entusiasmada—. Pero no actúes tan seca, así vas a hacer que huya de ti.

—Si quiere que huya. —Alzó los hombros con desinterés—. Igual no me gustan los chicos cobardes.

—Se notaba nervioso —aseguró Nadin, intentando defenderlo—. Te compró una rosa y se acercó para presentarse. No fue grosero.

—¿Y debo agradecerle y abrazarlo? —Se acomodó los cabellos detrás de la oreja—. Para que lo sepas, mi hermano me regala ramos de rosas en todos mis cumpleaños y eventos especiales. No me derretiré solo porque alguien cortó una rosa del jardín y me la trajo.

—Asher te está malcriando —reclamó con los brazos cruzados, pero de pronto soltó un suspiro junto a una sonrisa coqueta—. ¿Pero sabes? Te entiendo, si Asher me mira cinco segundos y me regala la mitad de un pétalo de rosa, me muero. Te juro que me muero y dejo de respirar para siempre.

Sara soltó una carcajada ruidosa con aquella exageración. Ya estaba acostumbrada a recibir aquellos comentarios de su mejor amiga, quien estaba enamorada de Asher desde los doce años.

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A pesar de que el plan marchó mejor de lo esperado, el enojo de la Pantera no pasaría por lo alto. A Asher le fue impuesta una tarea que no fue de su agrado, y Musa lo sabía perfectamente.

Aquella imposición fue un castigo para demostrarle a todos que él tendría siempre la última palabra.

Esta vez le pidió que apoyara a los hermanos Kamari, quienes formaban parte de una de las familias más importantes del distrito 1 y manejaban la banda más grande de tráfico de drogas y creación de fármacos alucinógenos en la ciudad.

En realidad, no eran originarios de Zalam ni del país, pero su padre vino de Asia y se asentó en Zalam desde hace algunos años, y después de su fallecimiento repentino, les heredó el negocio ilegal a sus hijos, siendo así, un excelente ingreso de fondos para la Pantera.

Los Iskandar nunca tuvieron una buena relación con los Kamari.

Hubo muchas disputas entre las familias hace un par de años que terminaron en distancias, y treguas. Asher había conocido a muchos jóvenes bajo su poder que habían perdido la vida en la adicción, y uno de ellos fue su mejor amigo de la infancia. Un hecho que marcó su memoria para siempre.

Agradecía que le tocara entrenar pandillas, planificar operaciones y traficar armamento en lugar de vender o fabricar drogas, pero ahora, no había opción, debía visitarlos para conocer con detalle cómo podría ayudarlos.

Omer y Olivier lo acompañaron.

—¿Sabes, Ash? —dijo Omer, quien manejaba la camioneta de su hermano—. Aunque hicimos ese plan para inculpar a la Raya y salvarnos... tiene mucha lógica. Omitiendo lo del celular, claro.

—También lo pensé —aseguró Olivier, desde la parte trasera—. Que no les extrañe que sea un traidor.

—Puede ser —dijo Asher, mirando a Olivier por el retrovisor—. Pero, ¿por qué la Raya se aliaría con la policía?

—La Raya era ambicioso y aunque fue aliado de la Pantera y trabajaron juntos, nunca lo dejó asentarse en La Guarida ni sentirse importante dentro de la organización. Siempre lo trató como a uno más de sus seguidores y hubo un tiempo en el que había rumores de que la Raya quería derrocar el imperio de Musa.

—Ahora que recuerdo, ayer le dijo que lo había perdonado antes y no lo haría de nuevo —enmarcó, haciendo memoria—. ¿Y por qué no sé sobre esa historia?

—Porque fue hace mucho tiempo, y tú aun no estabas en los negocios de tu padre. Además, sabes que no se debe hablar mucho sobre lo que sucede en las sesiones privadas de la Pantera.

—Entonces, ¿la Pantera no hizo nada? —inquirió Asher, extrañado.




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