La Guarida de La Pantera

14- Imprevistos

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IMPREVISTOS

 

 

En la pantalla del televisor de la gran oficina del gobernador estaba transmitiéndose una noticia que no estaba siendo de su agrado. El hombre se encontraba enrojecido e incontenible en furia.

Había citado a Seren por aquel escándalo y la obligaba a ella y a Ramzi, quien ahora, era su mano derecha a mirar la noticia.

—¡Una total vergüenza! —Apagó el televisor y lanzó el control remoto sobre el sofá—. Primero nos roban las armas y después se llevan a uno de nuestros prisioneros y lo matan frente a nuestras narices, ¿y qué hacemos nosotros? ¡Verlo en las noticias!

—Es imposible vencerlos si hay personas dentro de la policía filtrando información, gobernador — acotó Seren, conteniendo su enojo.

—¡Nos desafían sin miedo! —gritó, ignorando las palabras de la agente—. Lo matan y luego lo hacen público para que lo veamos. —Se movió de un lugar a otro, negando con la cabeza—. Sabía que tener a una mujer al mando no demostraría autoridad.

Seren abrió la boca sin poder creer aquel comentario.

Por otro lado, Ramzi le hacía señas con sus cejas marrones para que lo ignorara, cosa que por supuesto no hizo.

—Esta mujer que no le agrada señor gobernador, fue la única capaz de retomar el caso de la ciudad después de años, además, recupere las armas que le robaron a uno de los mejores agentes de planificación. Está mujer que menosprecia solo por ser mujer, logró capturar a uno de los traficantes más buscados en el mundo y le recuerdo que el presidente aprueba mi presencia y el plan del fiscal.

—No estamos hablando de eso ahora. —Levantó la mano, para evitar que prosiga—. No dudo de tus capacidades, solo digo que con tu autoridad no es suficiente. El fiscal ha fallado antes y creen que esto es un juego como las otras veces.

—Que nuestro prisionero lograra escapar no fue cuestión de autoridad, sino de corrupción —afirmó Seren, imponente—. Zalam se salió de control por la falta de seriedad y el aumento de la corrupción dentro del gabinete político y policial. Ahora estamos enfrentándonos con criminales que se creen dioses, personas que son capaces de matar a sangre fría y sin pensar en las consecuencias.

—¡No pase sus límites, señorita! —exclamó, tornándose más exaltado.

—No es lo que pretendo, pero no puedo permitir que haga esas acusaciones contra mí solo porque está molesto.

—A usted se le cedió el caso, porque conoce bien a esa gente —mencionó, intentando sonar más pasivo.

—Lo sé, pero no espere que pueda solucionar este problema que lleva años en un mes.

—Solo espero que esto no termine en otra vergüenza —dijo, mientras secaba el sudor de su frente con el pañuelo que guardaba en el bolsillo de su traje.

—Créame gobernador, no hay vergüenza más grande que la que ha vivido nuestro país por más de cien años. —Metió sus manos en los bolsillos de su pantalón—. Crecí en Zalam, y esa organización es mucho más grande que una simple mafia local. Llevan un orden de años, esas personas tienen complejos de superioridad, están corrompidas por la ambición, y creen en su causa hasta la muerte. Allá los niños juegan con armas de verdad, son adoctrinados, no tienen conciencia porque nadie les enseña a diferenciar lo que está bien de lo que está mal.

—¡No me cuentes lo que es esa gente! —interrumpió, levantando la mano de nuevo—. Se bastante lo marginales que son.

—Trato de explicarle a qué nos enfrentamos, porque quién no conoce a sus enemigos, suele fallar siempre.

—Ese es su trabajo, no el mío.

—No puedo trabajar dentro de un sistema corrupto, porque es como dar vueltas en el mismo sitio. —Dio un paso adelante—. Usted es nuestro intermediario con el presidente. Solicito que se reemplacen a todos los oficiales y guardias de todas las unidades de control y las estaciones que limitan con La Guarida y dentro de Zalam. Quiero gente nueva y quiero ser yo quién los supervise y los seleccione.

El hombre suspiró y dudo unos segundos, mientras se frotaba el arco de la nariz.

—Gobernador, el día que debíamos trasladar a la Raya hice correr una información falsa —explicó, Seren, advirtiendo asombro en los ojos de Ramzi—. Notifiqué que el prisionero no iría en la unidad de traslado, y lo hice apropósito para saber si había traidores, y así fue. ¿Cómo puedo confiar en mis colegas sí sé que nos sabotean?

—El fiscal ha solicitado varias veces el cambio, pero parece que su solicitud no llega —intervino Ramzi.

—¡Está bien! —Levantó la mano, harto de escuchar sus reproches—. Retírense ahora, le notificaré esto al presidente y hablaremos.

Seren se retiró obstinada de la oficina, y detrás de ella salió su nuevo compañero de trabajo.

—¡Seren, cálmate un poco! —Sujetó su brazo, interrumpiendo los insultos que murmuraba de salida—. Así no se resuelven las cosas.

—¡Siento que me odia! —Se soltó de su agarre—. ¿Quién ha logrado todo lo que yo hice? Y todavía osa a decir esas tonterías.

—El gobernador solo está furioso porque seguro el presidente le reclamó.




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