La Guarida de La Pantera

17- Captagón

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CAPTAGÓN

 

Habían pasado unos cuantos días desde que los Kamari accedieron a producir su mercancía en las ambulancias abandonadas del orfanato, sus hombres usaron las alcantarillas para movilizarse, justo como Asher les había indicado. 

No necesitaban muchos equipos para producirla y les estaba yendo muy bien pese a las restricciones.

La droga que más se vendía en la ciudad era el captagón, considerado como la cocaína de los pobres por su abundancia y su rápida fabricación. Fue un éxito entre las pandillas cuando descubrieron lo estimulantes que eran las pastillas para el cuerpo.

A la Pantera le gustaron mucho sus efectos y ordenó que se comenzara a producir en la ciudad en grandes cantidades, traficándola con excelentes ganancias a las regiones vecinas.

Los Kamari decidieron fabricarla ellos mismos, apoyando así la idea de la Pantera, pero no fue suficiente para ganarse su confianza y formar parte de La Guarida. 

 Los Kamari tenían mala reputación, su historia resaltaba traición y desconfianza, así que nunca se ganaron el respeto de Musa. Siguieron fabricando todo tipo de drogas bajo órdenes de la Pantera, pero desde uno de los mejores distritos de la ciudad.

Asher no había tenido problemas durante estos días, y se había tomado un pequeño descanso, decidido a pasar más tiempo con su familia.

Sin embargo, esa misma noche el timbre de la mansión Iskandar sonó y un recado fue recibido por la mucama de manos de un hombre que trabajaba para la Pantera.

La familia cenaba como siempre en el gran comedor, mientras conversaban y reían.

Sara y Omer se habían reconciliado después de que Omer le regalara un oso de peluche de dos metros que la había hecho reír mucho, y Hayat se había disculpado con Sara también por el mal rato que la habían hecho pasar.

Aquellos días Sara parecía más contenta, aunque muy distraída con su celular.

—Disculpen la interrupción —dijo la mucama, acercándose a Asher—. Esto es para usted, señor.

Un sobre negro elaborado de un material rígido, descansó en las manos de Asher unos segundos; en la parte posterior se reflejaba una fecha grabada en oro y con relieve.

Lo detalló mientras comía, pero no lo abrió, y aunque su gesto cambió, siguió comiendo sin comentar nada.

Sabía lo que significaba.

—¿Qué es ese sobre, Ash? —preguntó Sara, intrigada.

—Una citación de la Pantera —informó, intercambiando miradas de complicidad con Olivier, quien hoy se encontraba cenando con la familia.

—¿No vas a abrirlo? —preguntó Sara.

—No puede, Sara —aseguró Olivier, sonriente—. Es el protocolo.

—¿Para qué envías un sobre si no puedes abrirlo? —insistió, Sara sin comprender.

—Es parte de un protocolo —reafirmo Asher, cortante—. Sigamos comiendo.

Los sobres casi siempre llegaban al despacho de Asher; era la primera vez que se lo hacían llegar hasta su mansión, pero supuso que era porque Asher no había estado muy presente en la empresa de textiles estos días.

—Tu padre es raro, Hayat —comentó Sara, ganándose una patada de Leila por debajo de la mesa.

—Ni me lo digas —apoyó la pelirroja, alzando las cejas.

—¿Para cuándo es la reunión? —preguntó Omer, mientras servía su tercer plato de comida.

—Ya hablaremos de eso —dijo Asher, con la esperanza de que el tema muriera.

—¿Qué hacen en esas reuniones? —preguntó Sara, sin desistir.

—Cosas horribles —intervino Hayat, entre bocados—. Mi padre nunca me dejaba acercarme a la sala de sesiones, pero desde mi habitación podía escuchar claramente los...

—Dije-sigamos-comiendo —interrumpió Asher, rígido y elevando la voz. 

Hayat lo fulminó con la mirada porque se había sobresaltado un poco, pero siguió comiendo con antojo después de eso.

Al finalizar la cena, comieron dulces y tomaron té en el jardín mientras contaban anécdotas graciosas. Pasaron un rato agradable hasta que Olivier aseguró estar cansado y decidió marcharse.

Después de eso, todos subieron a sus dormitorios, pero antes de acostarse Asher esperó que Hayat saliera de la ducha para hablar con ella a solas, ya que después de lo que sucedió con Sara no tuvo oportunidad de conversar.

La muchacha salió del baño con su pijama de seda blanca y sus cabellos recogidos hacía atrás con varios pasadores. Asher notó su vientre más hinchado de lo normal debajo de la blusa de tira que se amoldaba a su cuerpo. Recordó que el embarazo debía anunciarse pronto.

—¿Qué crees que haces, Hayat? —preguntó Asher con tranquilidad.

—¿A qué te refieres? —preguntó con nerviosismo, advirtiendo la severidad en el rostro de Asher. 

—Escucha. —Asher se levantó y se posó frente a ella—. Sara es una raya roja, nunca la he metido en mis trabajos ni en los asuntos de la Pantera. Y no sabes lo que me ha costado eso.

—No fue intencional —expresó, evadiendo su mirada—. Fue espontáneo.

—Pues controla tu espontaneidad —dijo, Asher sin apartarse—. Y deja de provocar a Omer, sabes que está loco por ti. Esto no es fácil para nadie y lo estás volviendo peor con tus impulsos.

La muchacha se tornó efusiva de inmediato, apartó con brusquedad a Asher y se levantó de la cama para intentar quedar a su altura.

—¿Soy culpable de todo ahora? —repuso con enojo—. ¿Tu hermano es inocente y yo soy el demonio que juega con su mente?

—No fue lo que dije —aseguró con enojo, y luego con  un tono más tranquilo, explicó—: Omer es débil sentimentalmente, y sé que está luchando por alejarse de ti. Además, no creas que no sé qué fuiste tú quien se metió a su habitación el otro día.

—No sabía que llegaría a casa en ese momento.

—¡No digas excusas estúpidas! —exclamó Asher, impaciente, y dio unos pasos hacía delante—. El problema no es solo Omer. Aquí vive mi madre, las mucamas y Sara. Si alguna vez mi madre te ve, nota las miradas entre ustedes o sospecha algo, no dejará de hacer preguntas.




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