La Guarida de La Pantera

21- Sesión privada

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SESIÓN PRIVADA

 

El día de la sesión había llegado; un día común para el resto de los habitantes de la ciudad, pero una noche decisiva para los integrantes de la promesa negra.

Los miembros de la organización se preparaban para visitar a la Pantera al anochecer, en sus bolsillos aguardaba un sobre negro sellado, que dictaría el juicio de uno de ellos.

Todos los integrantes sabían de qué modo entrarían a la sala de sesiones y que rostros verían dentro de la misma, pero ninguno conocía el fin que le deparaba.

Las sesiones de la promesa negra eran decisivas para la élite, en ellas se reflejaba el rumbo de la ciudad y la autoridad de los miembros que dominaban la misma. La Pantera siempre contaba con estrategias desesperantes y encontraba maneras  de generar ambientes tensos e incómodos antes y durante la misma. 

Asher abotonaba con calma su chaleco por encima de su camisa de botones negra y su corbata oscura. Un saco negro de satén brillante recién planchado descansaba en el perchero de su habitación, y solo le faltaba peinar sus cabellos azabaches y perfumarse para salir de la mansión.

La elegancia era algo que caracterizaba a la élite; asistir desaliñado a algún evento decisivo era irrespetar el protocolo establecido y hacerle entender a la Pantera que su presencia no es tan importante como para arreglarse.

—¿Cuándo volverás? —preguntó Hayat, mientras revisaba su teléfono con pesadumbre.

—¿Por qué preguntas? —replicó Asher, mientras se peinaba en el tocador.

—¿No te despedirás de Sara antes de irte? —inquirió con preocupación.

—No te metas entre mi hermana y yo —advirtió, mirándola a través del espejo.

—Puede que no vuelvas hoy.

Asher entrecerró levemente su mirada y se giró para observarla directamente a los ojos.

—¿Tu padre te lo dijo?

—No hablo con mi padre. —Rodó los ojos y luego añadió—: pero sé que es cruel y que siempre alguien muere en sus sesiones.

Asher siguió peinándose con una actitud de indiferencia, aunque internamente deseo volver a casa sano y salvo. Desde que había recibido el sobre, su ansiedad había aumentado, pues con lo último que había sucedido con Yaser no sabía de qué era capaz la Pantera.

Tomó su saco del perchero y después de perfumarlo, se lo colocó.

Salió de la habitación, dejando a la pelirroja adentro y cuando bajaba las escaleras hasta la entrada suspiró con nerviosismo y se animó a él mismo.

Abajo, cerca de la entrada estaba Leila, junto a Omer y Sara, esperaban despedirse de Asher. como siempre lo hacían.

—Que hermoso está mi hijo —comentó Leila, acariciándole la barba.

Asher le sonrió, mostrándose seguro y besó su frente.

—Tú bendición, mamá.

—Dios te bendiga siempre, mi amor.

Asher fingió no prestarle atención a Sara, quien estaba a un lado de Omer con los ojos brillantes. Lo miró con deseo de abrazarlo, pero cuando vio que Asher solo pasó de su lado sin dirigirle palabra, subió corriendo a su habitación.

—No seas tan duro con ella —susurró Omer—. Ya aprendió la lección.

Asher soltó un suspiro, palmeó el brazo de Omer y salió; no deseaba discutir con nadie antes de salir, y menos sobre el asunto de Sara que aún lo enfurecía internamente.

Un lujoso auto oscuro de cristales tintados lo esperaba para transportarlo a la mansión de la Pantera. En los días de sesión, Musa enviaba a sus choferes para buscar a los miembros de la organización personalmente.

El elegante chofer le abrió la puerta trasera, sin dirigirle la palabra.

Cuando el auto aparcó frente a la mansión, Asher visualizó una fila de lujosos vehículos estacionados, y estando a punto de ingresar por la gran puerta, dos hombres robustos con miradas inexpresivas lo revisaron minuciosamente.

Uno de ellos usaba un detector de metales, y el otro palpaba con extremo rigor el forro de su traje y las costuras de los bolsillos internos de su chaleco.

—¿No traes teléfono? —inquirió uno de ellos y Asher negó con la cabeza.

Uno de ellos sujetó el sobre y revisó que estuviese sellado, y luego se lo devolvió, mirándolo fijamente. No se sintió intimidado, pues estaba acostumbrado a aquellos tratos distantes de los escoltas de la Pantera.

Como de costumbre, caminó el silencioso pasillo junto a dos escoltas que le abrieron la puerta de la sala de sesiones y le indicaron su asiento. Allí se encontró a los demás integrantes de la promesa negra; sentados y esperando la llegada de Musa Toskán.

A la élite nunca le gustó que una persona tan joven formara parte de la promesa negra. Cuando Asher juró lealtad muchos se opusieron, sin embargo, Musa aceptó porque sabía que Asher había heredado la mente planificadora de su padre y que era muy organizado en los entrenamientos de las pandillas.

Él era el menor en aquella mesa; los demás eran hombres y mujeres que pasaban los cuarenta años. 




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