La Guarida de La Pantera

25- Desesperación

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DESESPERACIÓN

 

 

Pese a que el desayuno transcurrió con tranquilidad, todos parecían conmocionados con la noticia de la explosión del puerto. Al menos, las familias de La Guarida seguían sin creerlo, pues tenían años sin recibir advertencias de esa magnitud por parte del Estado.

Asher continuaba incómodo debido a la molestia en su oído derecho y Hayat parecía preocupada por ambos hermanos. El embarazo la ponía extremadamente sentimental; parecía como si siempre tuviese crisis existenciales internas, y las lágrimas esperando salir por sus ojos.

Se había enterado que tendría un niño; estaba tan feliz el día que lo supo que inevitablemente corrió hacía a Omer, causando el asombro de Leila. Sin embargo, luego la abrazó a ella y a toda la familia del mismo modo en un intento de disimular aquella escena.

—¿Puedes relajarte, hija? —le dijo Leila, al mirar como repiqueteaba sus dedos contra la mesa durante el desayuno—. Mis hijos son hombres y saben cómo cuidarse.

—¡Igual, mamá! —reprochó Sara, dándole razón a Hayat de su preocupación—. Fue una explosión horrible; la escuchamos hasta aquí. Pudieron haber muerto.

—¡Que Dios no lo permita! —exclamó Leila, fulminando a Sara con sus claros ojos marrones—. Cuida lo que dices, Sara.

—Dejen de discutir, por favor —pidió Asher, apretando su oreja, mientras bebía su jugo de granada—. Estamos bien, es lo importante.

—Irás al otorrino hoy —ordenó Sara, con los codos sobre la mesa—. Y te acompañaré.

—Estoy bien, no hace falta.

—Sara tiene razón, hijo. Ve para que te vean el oído.

El desayuno siguió en silencio.

Quien no tenía ganas de conversar con nadie era Omer, pues mientras todos parecían preocupados por lo sucedido, él intentaba probar todos los pasteles que su mamá había cocinado para el desayuno.

Hayat lo fulminó con la mirada un par de veces, pero ni siquiera se percató de ello.

—Irás, Asher y te acompañaré. —Sara le apuntó con el dedo, retomando el debate—. Nunca me tomas en cuenta para nada. Si no vas, no te hablaré más nunca.

—No podrías —aseguró sonriente, mientras desafiaba a Sara.

—¿Quieres comprobarlo? —Alzó las cejas, desafiante.

—¿Se pueden callar? —intervino Omer, finalmente—. ¿No saben comer en silencio?

—¿Solo te importa comer? —recriminó Hayat, fulminando a Omer con sus azulados ojos—. Ayer casi mueren, y a ti solo te preocupa probar la comida. —Se levantó con enojo, y antes de retirarse, dijo—. Buen provecho. Iré a descansar.

Omer dejó de masticar y retuvo la comida en su boca.

—¿Qué hice? —preguntó cuando ya no estaba—. Tengo hambre y están muy ricos.

—Es el estrés del embarazo —aseguró Leila, rodando los ojos—. A mí me pasaba lo mismo cuando estaba embarazada.

Sara retomó el debate con Asher hasta que aceptó ir al otorrino.

De camino solo hubo bostezos por parte de Asher, quien no había descansado bien anoche.

Nadie sabía cómo transcurriría el rumbo de la ciudad ahora, seguro la Pantera seguía buscando culpables y descargaba su furia torturando a sus escoltas.

Mientras esperaban la llegada del médico, Asher inevitablemente pensó en Olivier, pues no se había comunicado para preguntar sobre la misión, tomando en cuenta que ya todos sabían que había fracasado y que había muchos muertos en el puerto.

—Deberías dormir un poco —aconsejó Sara, interrumpiendo sus pensamientos.

La sala de espera del consultorio estaba helada, y aquel ambiente silencioso no ayudaba a Asher a permanecer activo.

—Tú deberías estar en casa estudiando —repuso.

—Tengo meses estudiando desde casa. —Rodó los ojos con agobio, y al ver que Asher no contestó, agregó—: Si no estuviese en mi último período escolar, me suicidaría.

Asher la fulminó con la mirada por aquella expresión tan depresiva, y con seguridad le dijo:

—Hasta que el maldito Yaser no salga de La Guarida, no irás a ningún lado.

La sala de espera del consultorio estaba vacía, así que fueron los primeros en ingresar cuando llegó el médico.

—Parece que nadie visita al otorrino —comentó Asher de manera tosca, mientras el médico le recetaba unas gotas.

Sara se tragó una carcajada cuando observó que el hombre se mordió la lengua para no decir nada.

De camino a la salida no dejó de reírse.

—El pobre tuvo miedo de contestarte —dijo entre risas.

—Solo fue un comentario amigable. —Rodeó los hombros de Sara y tapó su boca—. Intentaba ser sociable.

—Pues te sale fatal, Asher.

Al salir de allí, observó una patrulla de oficiales estacionada cerca.

Había un perro policía oliendo la mochila de un hombre que parecía borracho y Seren lo revisaba con agresividad contra el suelo.




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