La Guarida de La Pantera

27- Una bala

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UNA BALA

Después de llevar a Sara a casa y aumentar la protección en la mansión, Asher conversó con su madre sobre lo ocurrido y aunque quiso ir al hospital, él se negó. Prefirió que su madre y su hermana estén bajo protección y seguras en casa, pues no deseaba preocuparse más de lo que ya estaba.

Sara seguía tan afectada que tuvieron que darle una pastilla para que pudiese descansar.

Asher sentía su cuerpo sin vida, y una inmensa incertidumbre invadía su mente.

Estando en la mansión se dio una ducha rápida, y luego de ponerse un conjunto deportivo fue de nuevo al hospital para hacerle compañía a Omer. Su hermano no quiso ir a descansar, permaneció en las afueras de la sala de cuidados intensivos, esperando que Hayat despertara.

Cuando Asher estuvo de nuevo en las afueras del hospital, visualizó a Olivier saliendo del mismo. El hombre subió a su camioneta y, mientras sacaba su auto del estacionamiento, sus miradas hicieron contacto. Olivier parecía ofendido aún, o eso denotaban sus maduras facciones distantes.

Asher desvió la vista y se dispuso a ingresar al hospital. Sin embargo, cuando estuvo en la puerta, sus ojos se posaron sobre Seren. La pelinegra estaba sentada en la fría acera, diagonal a la entrada, fumándose un cigarrillo sin ninguna compañía. Parecía muy concentrada en mirar el cielo oscuro que cubría por completo la ciudad, mientras el humo salía de su boca lentamente.

Hace un par de años, ambos buscaban las noches para esconderse del mundo. Cualquier lugar parecía una buena idea para tener una cita, e incluso en una acera fría, no faltaban los sueños y las risas.

Verla allí sentada lo hizo sentir como si el tiempo no hubiese pasado. Era la misma pelinegra, que lo hacía estremecer por dentro, causándole un revuelo en el corazón con tan solo una mirada.

—¿Puedo? —dijo Asher, tomando asiento a su lado.

—¿Qué haces aquí? —Exhaló el humo del cigarro y luego apagó la colilla contra el suelo.

—¿Por qué lo apagas?

—Solo me provocó. —Sacudió sus manos, y las llevó a los bolsillos de su chaqueta—. Tengo años sin fumar.

—Yo también. —Sonrió y miró al frente—. Dejó de parecerme adictivo cuando Sara sufrió una reacción alérgica y la hospitalizaron por una semana. Mamá lo prohibió en casa, así que todos dejamos de fumar para desacostumbrarnos.

La calle estaba silenciosa, pues ya era muy tarde. La farola que posaba encima de sus cabezas no funcionaba, así que toda la luz que había provenía de la iluminación del hospital.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Asher, dándole un codazo amistoso—. ¿No tienes más dinamita que esconder con tu amiguito?

—Cuida tus palabras, Asher. —Rodó los ojos.

—¿No te gusta que hable mal de él?

—Asher, dije basta.

—¿O si no qué?

Seren clavó sus ojos en los labios de Asher. Aquel acto lo hizo ponerse nervioso y optó por desviar la vista hacia un perro que revisaba el bote de desperdicios que tenían a unos metros.

—¿La Pantera vendrá a ver a su hija? —preguntó Seren, cambiando la conversación.

—Sí, en tus sueños. —Frotó sus manos contra su pantalón, pues hacía frio.

—Está ciudad pudo ser diferente —replicó, nostálgica.

—Esta ciudad es lo que es; una mierda.

Ambos se sentían extraños.

Seren no quería pedirle que se fuera, pues ambos se necesitaban, aunque no pudiesen expresarlo directamente.

—Ash, te juro que no lo sabía —confesó, buscando su atención de nuevo—. No sabía que estabas en la operación del puerto.

—Y yo te juro que ese día no te llamé para distraerte —confesó, mirándola con honestidad y cuando ambos mantuvieron la mirada, le aseguró—: No sabía lo del desgraciado de Yaser; no me lo contaron.

Hubo un silencio tan satisfactorio que ambos se sintieron tontos por varios segundos.

Se estaban disculpando como si la guerra hubiese terminado y nada más sucedería. No obstante, se sintió bien aquel momento de honestidad, donde ambos se confesaron indirectamente que aún se querían y que no habían roto sus promesas pasadas.

—¿Cómo está tu hijo? —preguntó Seren, cambiando el tema.

—Está en la incubadora.

—¿Lo viste?

Asher no replicó, permaneció en silencio, pero sintió las miradas de Seren invadiendo cada parte de su rostro.

—No soy una persona que abandona a los que ama —aseguró Asher.

—Sigues con eso —dijo, negando con la cabeza.

—¿No te retractarás?

—¿Retractarme? —inquirió burlona, aunque con una mirada de deseo que no se apartaba de los labios de Asher—. No seas idiota.

—¿Por qué siento que hoy tienes muchas ganas de besarme, Seren Bahar? —Rodeó los hombros de Seren con absoluta confianza y la acercó a él para sentir su respiración—. ¿Sientes lástima por mí o tienes veneno en tus labios y quieres matarme?




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