La Guarida de La Pantera

31- Tácticas

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TÁCTICAS

La historia comenzaba a tomar un nuevo rumbo y el miedo a la muerte se intensificaba con el pasar de las horas. La ciudad de Zalam aguardaba en la desesperación de un mañana incierto.

Después de la rueda de prensa que había dado Seren y la ceremonia desafiante de Musa Toskán, los habitantes se encontraban temerosos por los días venideros. Aquella ceremonia pública no fue más que una contestación al Estado y a todos los que alegaban que la Pantera había perdido su atrevimiento.

El fiscal había usado la famosa frase que se le adjuntaba al diablo: separa y vencerás. Sin embargo, Musa se había aferrado nuevamente al poder de la intimidación, su método infalible para reafirmar su poder y sembrar el pánico en sus habitantes.

El distrito 3 era uno de los más fáciles de persuadir y controlar, pues sus habitantes eran jóvenes con vidas difíciles, vacías y con pocos recursos económicos. Incluso, cuando la ciudad estuvo en su mejor época la vida no era maravillosa para ellos, por ese motivo, muchos habitantes pronto buscarían la manera de salir de Zalam y salvarse.

—Me está desafiando —aseguró Khalil, cuando Marshal le contó lo sucedido en la plaza común—. Es una respuesta a la rueda de prensa.

—¡Qué cínico! —comentó Seren, mientras negaba con la cabeza—. Obligó a los niños a ver eso. Bueno, que se puede esperar de alguien que asesinó a toda su familia para quedarse con el poder.

—Musa es un desgraciado—dijo Khalil con burla—, pero eso que hizo solo demuestra su miedo a perder el respeto y el poder. Debemos seguir con el plan.

—Lo peor es que no podemos hacer nada —añadió Ramzi, quien hoy los acompañaba en la reunión—. No podemos ingresar a La Guarida y aunque lo hiciéramos nadie confesaría nada en contra de la Pantera.

—Bueno, no esperaban que se quedara con los brazos cruzados, le dispararon a su hija y mataron a su nieto, eso no se había visto en años —dijo Marshal.

El fiscal chistó con burla, hecho que hizo que Ramzi lo observara con atención.

—Fiscal Khalil, ¿por qué odia tanto a Musa? —preguntó Marshal.

—¿Es una broma? —repuso Khalil, sin poder creer aquella pregunta—. ¿Sabes cuántas veces me hizo quedar mal frente al país e intentó deshacerse de mí? Intentó asesinarme tantas veces que no puedo salir de la fiscalía, y ahora intenta asesinar a Seren. Esta guerra es personal, y no me detendré hasta no tenerlo arrodillado frente a mí.

Seren no participó en aquella conversación, parecía distraída, pero cuando se dio cuenta de las miradas de Khalil sobre ella, se incorporó.

—Hoy estaremos en el distrito 3 —dijo, enderezando la espalda—. Desplegaremos varias patrullas e ingresaremos el camión de suministros acordado.

—¿De suministros? —preguntó Marshal.

—Sí —aseguró Khalil—. Repartiremos comida y medicinas. Las personas deben retomar su fe en el Estado y en la policía. Debemos hacer por ellos lo que sus líderes no hacen, eso enfurecerá más a Musa.

—Usted infórmele a la Pantera —ordenó Seren, dirigiéndose a Marshal—. Debe pensar que sigue de su lado, así que es bueno que le diga.

—Yo enviaré unos reporteros —aseguró el fiscal.

—¿Llamaremos a los reporteros? —preguntó Seren, extrañada.

—Si —dijo Khalil de manera obvia—. Queremos que todos vean lo inservible que es Musa para Zalam.

Mientras tanto en Zalam después de la ceremonia, las personas volvieron a sus casas y continuaron con sus labores.

Omer llevó a su familia a la mansión, porque Asher aseguró tener algo que hacer.

De camino solo Leila se quejó del cinismo de Musa, pues ahora que sabía que Hayat lo odiaba, sentía más confianza de expresar sus pensamientos abiertamente.

Al llegar Leila y Sara subieron a sus habitaciones de inmediato. Todos parecían demacrados, los días anteriores habían sido de constantes pesadillas, insomnio y noticias desagradables.

Hayat deseaba huir de allí también, pero Omer la sostuvo del brazo para evitar que se fuera.

—Tú te quedas —le dijo.

—Omer... estoy cansada —dijo casi en un susurro y sin mirarlo.

—Pues yo estoy igual, y aun así quiero que hablemos —reclamó.

La sujetó del brazo y la llevó a la oficina de su padre. Estando allí, cerró la puerta con seguro y suspiró.

La pelirroja se dejó caer sobre el sofá que hacía frente con el escritorio y Omer tomó asiento a su lado. Finalmente sostuvieron la mirada.

—Me dirás la verdad como es; sin mentiras ni rodeos —pidió Omer, muy serio.

—Omer... ya dije todo. ¿Qué más quieres que diga?

—¿Qué más? —replicó, exaltado—. ¿Sabes cómo me siento? Siento que soy un imbécil que mandó su vida a la mierda por una mentira. No puedo creer que la única chica que amé con todo mi corazón, se burló de mí y me engañó.

—Omer, no todo fue una mentira —aseguró, frotando sus ojos—. Obviamente me enamoré de ti.

—¿Obviamente? —repitió con evidente enojo—. Tu único objetivo fue entrar a la mansión. No digas obviamente.




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