La Guarida de La Pantera

32- Recuento

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RECUENTO

Los nervios de enfrentar a Olivier fueron más grandes de lo que Asher esperaba, quizás porque temía haber perdido su amistad y el respeto que compartían.

Después de todo, la familia Iskandar le debía mucho a Olivier, pues había sido siempre un guía y un fiel amigo. Así que haber dudado de él y tratarlo de aquel modo tan humillante no era algo que Asher pudiese manejar sin sentir vergüenza de sí mismo.

Frotó sus manos, ansioso y suspiró alargadamente antes de tocar el timbre de la casa, pero al ver que pasaron largos minutos y nadie abrió, volvió a hacerlo.

Justo cuando pensaba en marcarle a su teléfono, se percató de que la cerradura de la puerta de madera se abrió. Olivier apenas podía sostenerse en píe, se afincaba en el marco de la puerta y sus movimientos parecían lentos y pesados.

—¿Estás bien? —preguntó Asher, detallando sus prominentes ojeras.

—¿Qué quieres, Ash? —preguntó entre jadeos—. ¿Pasó algo?

—¿No me dejarás pasar?

Dejó la puerta abierta y se incorporó a su casa, haciéndole entender que podía ingresar.

La sala de estar era un desastre a la vista, había una cantidad de medicamentos preocupante sobre la mesa y varios vasos sucios al lado del jarrón de agua, como si tuviese días sin lavar un vaso.

Las cortinas gruesas estaban desplegadas, creando una atmósfera depresiva. Lo único que reflejaba luz era el televisor encendido, transmitiendo la noticia de lo que había ocurrido esta mañana en el distrito 3.

—Olivier, ¿qué es todo esto? —Señaló las cajas de los medicamentos sobre la mesa, y luego preguntó—: ¿En serio estás enfermo?

Olivier lo fulminó con la mirada, y se dejó caer con pesadez sobre el sofá donde parecía haber pasado la noche.

—No puedo más, Asher.

—¿No puedes más?

—Estoy enfermo, idiota —dijo Olivier, señalando su pecho—. Creo que es hora de retirarme.

—¿Retirarte? —Tomó asiento a su lado—. ¿Cómo que ya no puedes más? Fui un imbécil, lo acepto, pero te juro que estoy muy arrepentido por cómo te traté. Dudé de ti como un idiota y entiendo que estés ofendido, pero te necesito. Para mí no solo eres un amigo, eres...

—Me queda poco tiempo, Ash —interrumpió, advirtiendo el miedo en los ojos de Asher.

Miró a Olivier varios segundos, en la espera de alguna una señal que desmintiera aquella confesión, pero solo hubo una mirada temerosa compartida entre ambos.

—Escucha, muchacho. —Puso su mano sobre el hombro de Asher—. No quería decirte nada, porque no quiero que nadie sienta lástima por mí. Estoy enfermo desde hace tiempo y tengo un par de meses más de vida.

—Olivier...

—No te sientas mal, tenías razón en dudar. —Palmeó su hombro—. Sí, desaparecía mucho, pero había días como hoy en los que no puedo levantarme ni para ir al baño.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó tembloroso, al mismo tiempo que hundió su rostro entre sus manos.

—Porque no quería que me vieras de este modo, idiota —repuso con resignación—. Conseguí sedantes, a veces me ayudan mucho y me hacen sentir bien, pero ahora los tomo tanto que me dan sueño.

—¡Qué idiota eres! —Soltó con impotencia, pero ya no pudo retener más sus lágrimas, el picor de su nariz lo mataba—. ¿Qué... tienes?

—Tengo cáncer en los pulmones; llevo mucho tiempo enfermo. Estoy en una etapa muy avanzada y no aguantaría una quimioterapia.

Asher apoyó sus codos sobre las piernas y tapó sus oídos con las palmas de sus manos. Sus gestos eran de negación, no deseaba escuchar algo que no podía cambiar, y menos después de todo lo que había ocurrido.

—Los sedantes me han ayudado mucho —repitió con lágrimas contenidas—. Por eso a veces me ves bien y otras no. A veces me duele el pecho de tanto toser y he bajado de peso porque hay días que no puedo levantar la cabeza de la almohada.

—Dijiste que estabas en una dieta estricta cuando te pregunté —reprochó con enojo—. ¿Por qué ocultaste algo así? Pudimos hacer algo a tiempo.

Asher comenzó a mover su pierna derecha impulsivamente, mientras mordía con fuerza su labio interno.

—No seré yo quien reciba miradas de lástima por parte de nadie—aseguró Olivier, convencido—, no quiero que me traten como un puto enfermo que morirá pronto. No quiero que me vean con tristeza. Es mi decisión.

—¿No hay... alguna solución? —preguntó con la voz ahogada, batallando contra sus lágrimas.

—¡Vamos, Ash! No empezaré una quimioterapia con un resultado evidente —replicó con una sonrisa en medio de una tos sibilante—. No me trates como si fuera un niño. Somos hombres que sabemos que podemos morir todos los días. Aunque, me hubiera encantado morir por una bala y no sintiéndome inútil.

Asher perdió la fuerza con aquellas palabras, miró a Olivier con las lágrimas resbalando sobre su mejilla y un nudo en la garganta que no lo dejaba hablar.

Ambos intercambiaron una tristeza profunda y no pudieron hacer más que abrazarse durante largos minutos.




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