La Guarida de La Pantera

37- Familia

37

۞

FAMILIA

Pese al exquisito clima del domingo, los ánimos de Asher seguían por los suelos; nunca se había sentido tan confundido y solitario.

No obstante, Sara decidió subirle los ánimos a su familia organizando una parrillada en el jardín de la casa, y todos accedieron después de la insistencia. Había aprovechado la reunión para invitar a su amiga Nadin.

Colocaron una mesa rectangular en el centro del jardín para almorzar allí, y un mesón gigante descansaba al lado de la barbacoa. Omer tenía la tarea de encender el fuego, pero ya llevaba media hora de intentos fallidos.

—Sara, si solo vas a burlarte, mejor lárgate —le dijo a su hermana, amenazante.

Nadin soltó una carcajada ruidosa que hizo reír a Sara también.

No obstante, su sonrisa decayó al notar la presencia de Lyas entrando por la puerta de la cocina que daba al jardín; su frente tenía una sutura que la hizo recordar el golpe que le había dado con el rodillo.

En su mente pensó que se veía atractivo, pero se pellizcó a sí misma, reprimiendo aquellos pensamientos tontos.

—¿Qué hace él aquí? —susurró, dirigiéndose a Omer.

—Ash le pidió algunas cosas.

Omer le hizo unas señas con la mano para que se acercara a la barbacoa.

—¿Quién es ese guapo? —susurró Nadin en el oído de Sara.

El muchacho cargaba varias bolsas en las manos, que inevitablemente hacían relucir sus trabajados brazos. Sus ojos grises detallaron el hermoso vestido floreado que Sara llevaba ese día, y sus labios se encorvaron de inmediato, regalándole una cálida sonrisa, que ella ignoró por impulso.

—¿Dónde dejo esto? —preguntó, dirigiéndose a Omer.

—Déjalos en el mesón y ayúdame a encender esta porquería —ordenó Omer, con frustración—. Creo que el carbón está húmedo.

Lyas dejó las bolsas y levantó la vista hacía ellas de nuevo.

Tenía la intención de saludarlas, pero justo en ese momento Sara haló a su amiga del brazo y la llevó al columpio que estaba al extremo del jardín, huyendo de las miradas profundas de Lyas.

Asher miraba a su madre regar con pasión las flores del huerto. Leila amaba cuidar su jardín, y pasaba casi todo el día sembrando y haciendo trabajos en la tierra.

—Se están muriendo porque tengo días sin hablarles —afirmó angustiada, mientras regaba la hilera de rosas blancas—. Con todo lo que ha pasado, no he tenido tiempo.

—Ay, pero qué sensibles —comentó Asher, burlón.

—¡No te burles! —dijo amenazante y levantó la vista hacia su hijo—¿Crees que bromeo? Las plantas necesitan más que agua para vivir, ellas absorben las malas energías.

—Vale, vale. —Levantó las manos en señal de resignación—. No entro en batallas donde sé que perderé.

Leila sonrió triunfadora y terminó de echar el agua que quedaba en la regadera.

—¿Cómo te has sentido, hijo? —preguntó, causando el asombro de Asher.

—¿Yo? —Alzó las cejas—. Pues... bien, mamá. Gracias por preguntar.

Leila lo observó con desilusión y desvió la vista hacia las plantas nuevamente.

—¿Estás bien, mamá? —preguntó, preocupado—. ¿Te pasa algo?

Suspiró y se acercó hasta él, levantando la vista para mirar los ojos de su hijo.

—Me siento tan mala madre, Ash —confesó con los ojos humedecidos—. Cada vez que me pongo a reflexionar sobre mí, me siento peor.

—¿Por qué dices eso? —Sostuvo el rostro de Leila entre sus manos.

—¿Cuándo fue la última vez que te pregunté sobre tus sentimientos? —reflexionó, con desilusión. Luego acarició las manos de Asher sobre su rostro.

Asher intentó recordarlo, pero le fue imposible.

—No te agobies con eso —le dijo Asher, finalmente—. Todos estamos cansados, mamá. Tratamos de estar bien, y hacemos lo que podemos.

—Estoy orgullosa de ti, mi amor.

Los ojos marrones de Asher brillaron en aquel instante, aquellas cuatro palabras le brindaron la calidez que durante mucho tiempo buscó.

—Gracias, mamá.

Leila abrazó a Asher, demostrándole que estaba arrepentida, y él solo pudo secar sus lágrimas con disimulo en medio del abrazo.

Cuando se separaron, Asher desvió la vista hacía Sara y Nadin, quienes cuchicheaban sobre el columpio.

—¿Aun te ves con... aquella muchacha? —preguntó Leila, llamando su atención de nuevo.

Rascó su nuca, y la miró sin saber que decir.

—No te lo pregunto para regañarte —acotó Leila—. Solo quiero saber cómo te sientes.

—Bueno estos dos días no la he visto —confesó con honestidad.

—¿Aún la amas?

—Con toda mi alma —dijo con seriedad.

—¿Ella también te ama?

Asher asintió con una sonrisa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.