La Guarida de La Pantera

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Tres días después se anunció la próxima sesión de la Pantera.

Los sobres negros por primera vez llegaron con la tapa abierta, y solo se indicaba la fecha de la reunión en la parte posterior del mismo. Aquello significaba que nadie dentro de la organización moriría esa noche, y que Musa no había tenido tiempo de preparar sorpresas, pues estaba enfocado en otras cosas.

Todos se preparaban para salir de sus mansiones al anochecer y como de costumbre los recogía una de las tantas Mercedes oscuras que estaban a disposición de Musa Toskán.

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Al llegar a la sala de sesiones, los diferentes perfumes costosos se hicieron notar de inmediato y la ostentosa vestimenta relucía en aquel ambiente tenso y lleno de incertidumbre.

Asher destacó el hecho que de que la mesa estaba vacía; no había copas ni vasos de whisky reposando sobre ella, solo una bandeja dorada en el centro de la misma.

Suspiró y tomó asiento junto a los demás. Esa noche se sintió diferente, pues ya no formaba parte de la organización del todo, y ahora era un infiltrado en la mesa de Musa.

Cuatro minutos más tarde, la Pantera ingresó a la oscura y gélida sala con su puro en la boca y su ruidoso bastón rozando el suelo. La seriedad de su rostro solo reflejaba descontento e inconformidad.

Tomó asiento en el centro a un lado de Asher y aun inexpresivo, le hizo una señal con el dedo a uno de sus escoltas. El hombre entendió aquella señal y salió de la habitación.

—Hay muchas cosas de que hablar esta noche y seguimos siendo nueve integrantes —dijo, rígido, mientras se acomodaba en la silla—. Así que seamos breves.

El escolta que había salido hace unos segundos, volvió con Yaser. El chico estaba atado sobre una silla de ruedas.

Lo acomodó entre la Pantera y el gobernador, quien estaba sentado del otro lado de Musa.

La piel de Yaser parecía rostizada debido a las diferentes torturas que presentaba en el cuello. Su muñeca estaba rota y sus ojos completamente hinchados. Todos lo miraron con desagrado y repulsión, pues el olor de la sangre, se mezclaba con el sudor y la orina. Su aspecto era desagradable; sus lisos cabellos estaban pegados sobre su frente, y varias de sus uñas habían sido arrancadas.

Su rostro era irreconocible a primera vista y Marshal se sintió tan asqueado por el olor de sus heces mezclado con la sangre. Así que solo pudo mirarlo de reojo mientras se tapaba la nariz con su pañuelo.

—La familia Kamari siempre soñó con ser parte de mi organización —comentó Musa sereno, mientras observaba las miradas temerosas de sus invitados—. Así que quise cumplirle el sueño a Yaser. Ahora podrá decirle a su hermano que estuvo en una de mis reuniones.

El muchacho no podía abrir los ojos, parecía estar sin vida sobre la silla de ruedas, aunque su respiración ruidosa confirmaba que seguía vivo y sufriendo.

En medio de su temblor, derramó una lagrima que, con la luz amarilla de las farolas, Asher visualizó perfectamente.

En ese instante, sintió miedo de solo pensar que podía estar en aquella posición, y aunque su deseo de matar a Yaser era indiscutible, sus tripas se revolvieron cuando lo vio en ese estado tan degradante.

—Bien, es suficiente. —Musa miró de nuevo a su escolta, brindándole una nueva indicación con la mirada.

El hombre entreabrió la puerta y le hizo una señal con la cabeza a otro sujeto que al parecer permanecía afuera esperando entrar.

Todos miraron al extraño con desconfianza, pues estaba vestido de negro hasta los pies. Su rostro era escalofriante y sus ojos verdes saltones encima de sus pronunciadas ojeras lo hacían lucir como un maniático.

Todos desviaron la atención al hacha de doble filo que sostenía en sus manos; era reluciente y parecía lijada recientemente.

—Pasa, Azrael —dijo Musa con una sonrisa—. Por favor, preséntate.

Todos pensaron que diría su nombre y tomaría asiento en la silla vacía, pero sin pronunciar palabra y con la mirada clavada sobre su hacha, Azrael se posicionó detrás de la silla de ruedas y echó la débil cabeza de Yaser hacia atrás, halándolo de sus lisos cabellos.

Todos estaban paralizados, y miraban a Azrael con la sangre fría debajo de sus pieles.

En menos de dos segundos, el extraño levantó su reluciente hacha por los aires y, con toda su fuerza cortó el cuello de Yaser frente a todos.

El hacha se impregnó de sangre, desgarrando el cuello de Yaser en un instante que había tomado menos de un parpadeo. Los huesos de su cuello crujieron claramente entre el silencio de los presentes, y su cabeza rodó por los suelos.




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