La Guarida de La Pantera

51- Zalam

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ZALAM

Una semana después de la confrontación más grande que había tenido Zalam, el silencio reinó unos días. Una calma llena de incertidumbre y vacíos desgarradores.

Para Asher había sido la peor semana de su vida. Enterró a su mejor amigo y a su madre el mismo día.

La tumba de Leila estaba repleta de hermosas flores de todos los colores.

—Espero que puedas hablar con tus flores, mamá —dijo Asher sobre su tumba—. La mansión es horrible sin ti. Hay tantas cosas que perdieron valor desde que te fuiste; todo se siente gris.

Acarició la lápida, y soltó un suspiro profundo.

—Sara despertó, pero enloqueció cuando supo que habías fallecido. —Secó sus lágrimas, y apretó su puño—. Creo que ahora me odia, porque no me habla.

Limpió sus lágrimas, y miró el cielo varios segundos en busca de fuerzas.

—Omer ya no hace bromas, Hayat intenta hacerlo sonreír, pero no lo está logrando. —Mordió su labio inferior con fuerza varios segundos—. Yo no estoy mejor, pero intento ser fuerte frente a ellos, porque es lo que hubieses querido.

Asher venía cada mañana a platicar sobre la tumba de su madre y su amigo, y luego iba al hospital a visitar a Sara. Había bajado de peso, pues su estómago estaba cerrado y no le apetecía comer nunca, el día del entierro perdió la conciencia, y cuando despertó Seren estaba junto a él, acariciando su frente, mientras lloraba.

Sara estaba distante, y desde que se despertó no le había dirigido la palabra a Asher, pero ese día antes de ingresar a la habitación, escuchó su risa; era débil y se mezclaba con sus lágrimas, pero al menos había reído. Nadin y Lyas estaban dentro, pues todos los días desde que despertó la visitaban y le hablaban durante horas para distraerla.

Lyas había sido de gran ayuda, pues e algún modo hacía sentir a Sara tranquila.

Espero varios minutos hasta que Nadin y Lyas salieron, y luego ingresó, para intentar platicar con ella. Lo miró varios segundos con los ojos humedecidos.

Él sabía que deseaba abrazarlo, pero no se atrevía a pedirlo en voz alta.

—¿Me odias? —preguntó Asher, tomando asiento en la camilla, junto a ella—. Al menos dímelo, dime algo, Sara. Grítame, o golpéame, pero no te quedes en silencio porque eso es peor para ti.

—No —dijo con la voz rota y un nudo en la garganta que no le permitía hablar con claridad—. Odio que mamá no esté, odio ser huérfana, Asher. ¡Se siente horrible!

Asher la abrazó, y lloró junto a ella. Ambos sentían un vacío infinito.

—No digas eso, por favor —suplicó Asher, sintiendo sus lágrimas—. Haré lo mejor que pueda, cariño. Seré tu padre, tu madre, tu hermano, seré tu amigo. Te juró que seré todo lo que necesites.

Se mantuvieron abrazados largos minutos.

Las lágrimas se secaron y los sollozos se volvieron silenciosos con los minutos pasando.

—¿Te hiciste el tatuaje? —preguntó Sara, besando su mano.

—Te lo prometí. —Beso su frente—. ¿Te gusta?

Asher se había tatuado la palabra Qamar en el revés de su mano, cerca de su pulgar.

—Sí —replicó, aun aferrada a su pecho, pero teniendo cuidado de no lastimarse, pues seguía herida—. ¿Qué pasará ahora? ¿Qué haremos con nuestra vida?

—Pronto se definirá todo, cariño —respondió, acariciando sus cabellos—. Estaremos bien, te lo prometo.

La noche de la irrupción había sido un desastre.

El plan que había comenzado hace unos meses como la misión más importante del país, terminó siento una venganza lenta, repleta de rencores e ira.

Omer, bajo las instrucciones de su hermano, reunió a todos los pandilleros y las francotiradoras, y los envió a La Guarida para que enfrentaran a los militares, dejando varios asesinatos.

Luego de horas de negociaciones y planificación, Seren se enfrentó al presidente y le contó la verdad, dándole opciones para que asumiera las consecuencias.

—Todo está perdido, y es mejor asumir que siempre será así —le dijo con seguridad—. Marshal es un corrupto y tengo pruebas, y Khalil tampoco trabajaba para ti. Negociemos, señor presidente. Hagámoslo por la reputación de nuestro país y por la paz.

La Guarida era un desastre, las calles olían a miedo e incertidumbre. Los pandilleros desarmaron al ejército, quedándose con sus armas y sus municiones.

—Olvídese de recuperar Zalam, porque es imposible —dijo Seren nuevamente—. Aquí todo es oscuro y el mal está en todos lados. Nadie se salva de la oscuridad de esta ciudad.

Asher envió a los pandilleros a resguardar la frontera, alejando a los policías de las mismas, y teniendo cautivos a más de ciento cincuenta soldados.

Seren no necesitó defenderse con armas, ella tenía la carta más importante; la traición del fiscal y del gobernador al mismo tiempo, demostrado así la ineficiencia del Estado y la corrupción del gabinete político. Además, tenían cautivos a los militares, y los estaban usando para presionar al gobierno y negociar su salvación.




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