Todo comenzó el primer día de clases y mi cumpleaños número 18. Diana mi mejor amiga me despertó con un desayuno en la cama, un pastel chiquito con una vela de cumpleaños, soplé y pedí un deseo.
—¡Feliz Cumpleaños! —dijo gritando y abrazándome, mientras me entregaba un regalo.
—A ver... ¿qué será? —abriendo la caja, cuadrada y violeta, eran unas alas de ángel representado en un collar hermoso y plateado de acero quirúrgico para que no se oxidara.
—¡Es hermoso Diana!, gracias —la abracé, sonriente.
Recojí mi pelo castaño, lacio y despeinado que llegaba hasta la cintura para colgarme el collar delicado. Terminé de comer el pastel, fui hacia el espejo a peinarme, lavarme los dientes y la cara. Pude notar mis ojos verdes, grandes e intensos; mi piel blanca, más brillante como nunca. Me puse unos jeans rotos, una remera blanca y un saco negro con unas zapatillas negras de plataforma, mi estatura siempre fue bastante normal pero las plataformas son una debilidad.
Desde que me había levantado sentía nervios, ansias. Ese día tenía la sensación de poner en peligro a mi vida, iba a ser un día muy importante para mi. <<Seguro debió de ser por la pesadilla de la noche anterior>>, pensé. A la mañana me había levantado muy alterada. Siempre tenía pesadillas tratándose de Ángeles y una ciudad llamada Shadow, <<por lo general la gente tiene pesadillas pero ¿también puede tener sueños?>>, ese no era mi caso. Yo solamente tenía pesadillas repitiéndose como película en mi cabeza desde chiquita, jamás me había parecido normal pero tampoco me parecía la gran cosa, solo no le daba importancia.
Mi pesadilla trataba de un chico desconocido, él llevaba alas negras, su pelo enrulado era de un color marrón, su piel parecía normal, tenía ojos de un color verde esmeralda. En mis pesadillas me llamaban mucho la atención esos ojos esmeralda.
No creía mucho en todo eso de ángeles, siempre me quedaba intriga de lo que podría haber pasado si no me despertaba. Como imagen tenía a un chico de espaldas hacia mi, mirando a un punto fijo de la cocina, desconcertada totalmente. De repente me encontraba preguntándole ¿qué hacía?, ¿cómo había entrado? Miraba sus atrapantes ojos pero él no respondía nada. Caminé lentamente hacia sus alas negras, suaves como plumas, hasta tener sus ojos clavándome la mirada. Esa mirada me atemorizaba tanto, una mirada penetrante, fría e intimidante como lo era aquel ángel; por alguna razón me tenía tan atraída. Diana siempre burlando, diciendo:
—Estás loca —para luego decir—. Tenes el don para predecir el futuro.
Como ejemplo pongo el día que sin saber nada le mencioné sobre un nuevo novio y lo tubo, dije en chiste de encontrarse $100 y lo hizo; todos esos aciertos decidí llamarlos casualidad aunque no creí jamás en las casualidades, vaya a saber uno. Ella siempre insistía y repetía:
—Los ángeles no existen, trata de pensar en otra cosa.
Se hacía inevitable, siempre quería saber más y más sobre todo aquello relacionado con ángeles; como si estuviera dentro de un cuento y la única opción para acabar con todo, era llegando al final.
_¿No vas a atender el teléfono? —dije señalando el teléfono sin sonar, sobre la mesa ratona de vidrio.
Diana mi mejor amiga me vio incrédula: ella tenía el pelo negro, corto hasta los hombros; su cuerpo, un poco más delgado que el mio. Sus ojos eran marrones avellana; muy alegre, con un profundo carácter y sentimientos que ni ella conocía. Una gran amiga, además una gran compañera. Como si fuera mi hermana, junto a ella viví desde que había nacido, prácticamente.
Se quedó unos minutos callada, mirándome atentamente, hasta el sonoro del teléfono. Al entrar una llamada Diana saltó como loca, ella se encontraba sin poder creerlo pero acostumbrada a que pasara, con nervios levantó el teléfono no sabiendo muy bien cómo tomarse el hecho reciente, pero no le di importancia. Me cambié, tomé mi mochila y una manzana para el camino.
—¿Hola? —contestó incrédula, siguió diciendo — ¿quién habla?... ¡¿hola?!
Me acerqué hacia Diana, se encontraba rara, le pregunté quién era pero ella parecía no haberme escuchado; saltó de un susto cuando me vio. Al parecer, nadie se encontraba en el teléfono, mordí la manzana, colgué la mochila en la espalda y me despedí de Diana camino hacia la escuela. Coloqué mis auriculares con una mezcla de música pop.
—¡Espérame!, ¡Esperame Tessa! —gritó nuevamente—. Tessa... ¿por qué no me esperaste?
Yo no escuchaba nada, debido a que me encontraba con mi celular reproduciendo una de mis canciones favoritas Titanium. Ni bien sentí que alguien me tocaba el hombro, inmediatamente saqué los auriculares para encontrarme con Diana, toda agitada.
—¡Diana cada vez estás más rara! —le comenté—. Te dije que iba para el colegio y que nos encontrábamos allá.
Nos acercábamos más al colegio El Instituto Santa Claridad. Tenía una sensación rara, ese día me iba a encontrar con algo que me cambiaría la vida para siempre ¿qué me estaba pasando? No sabía, <<seguro son los nervios por empezar el día en el colegio>>, me dije a mi misma. Ni bien llegamos varias personas nos saludaron, la verdad siempre fuimos de perfil bajo pero somos muy sociables con Diana, en varias ocasiones. Caminé hacia mi nuevo casillero, mientras revisaba la combinación en mi papelito, provocando un choque con una persona, me ayudó a levantar las cosas. Era un chico, no logré verlo muy bien, cuando levanté la cabeza, él ya no se encontraba.
Diana como siempre me trató de loca porque venía solo a unos pasos detrás de mí, ella me decía que no había visto nada... pero podía jurar... yo lo había visto, tan loca no estaba. Ese chico tenía unos lindos hoyuelos, me quedé unos cuantos segundos mirando sus labios delgados pero carnosos, su cuello no tenía ni un lunar pero algo tenía que lo hacía ver sexy, miré sus manos; las tenía perfectamente cuidadas pero no logré verle la cara completa u otra cosa. Cuando levanté mi vista ya no estaba. Mi intriga por conocer más a esa persona fue mayor.