La Guerra de Ángeles

5.Élbargab

Era muy raro ver los dibujos dentro del espejo; me acerqué lentamente, viendo vibrar el espejo. Las dos nos mirábamos con miedo sintiendo un viento arrastrándonos para adentro del objeto. Logramos ver toda la habitación del castillo en donde dormíamos, intentamos salir de adentro caminando hacia adelante, era inútil, nos chocábamos con el vidrio. No entendíamos por qué había pasado.

Diana indicó usar mis poderes de los cuales no sabía usar del todo. Antes de usar mis poderes miramos hacia atrás; estaba todo desordenado, las sábanas en el piso, el colchón de costado, el placar corrido, el espejo no estaba, la ventana inclinada y sin cortinas. No sabía cuáles eran los poderes que tenía para remediar todo, igual le hice caso a Diana. Me relajé tal como me lo estaba indicando mi amiga. Pensé en salir del espejo, en unos segundos nos encontrábamos fuera, acostadas en el piso <<¿qué es lo que acaba de ocurrir?>>, pregunté sin entender.

Como siempre mi mamá, María, se enteraba de todo. Nos llevó hacia ella y comprendimos lo que había pasado. María nos explicó que habíamos pasado la segunda prueba ¿me estaba poniendo a prueba para confiar más en mi misma? Resultaba bastante bien. Con el método usado para salir del espejo íbamos a lograr encontrar el segundo objeto. Según mi mamá se podía sentir pero no se podía ver ¿qué objeto era ese?

Tenía muchas preguntas con respecto a mi papá ¿por qué no lo había visto?, ¿quién era?, ¿acaso no estaban juntos? Pero ni bien comencé a hacerle preguntas ella me miró diciéndome que era tarde, como queriendo evitar el tema. Estaba segura que solo eran excusas para no responder mis preguntas, la había puesto bastante nerviosa. Traté de concentrarme, apareciendo en la habitación del castillo pero en vez de eso en un parpadear, estábamos en la casa de la Tierra.

No me había concentrado muy bien, vi a Diana que estaba con su cuerpo de humana. Estaba revolviendo todos los cajones de mi mesita de luz ¿qué estaba haciendo?

—Tu diario —dijo aún revolviendo las cosas.

<<¡Era una genia!>>, me dije. Desde chiquita tenía un libro de color negro y violeta, con pelo de terciopelo, era un diario íntimo con candado donde escribía todas mis pesadillas; con ese diario íbamos a poder encontrar varias respuestas a todo. Desde los objetos hasta dónde se encontraba mi papá.

Estar en la Tierra me había puesto a pensar mucho en el novio de Diana y en la escuela, por más flojera que me diera solo quedaban 5 meses, tenía que terminarla. No quería ser reina todavía, no me sentía lo suficientemente preparada. Diana trató de consolarme como solo ella, mi mejor amiga, sabía hacerlo. Enfoqué mi vista en la lista con todos los objetos. El primer objeto era una capa invisible que la podía encontrar en el bosque. Había sacado esa conclusión ya que decía que la capa estaba en el lugar donde ocurrían todas mis pesadillas donde se encontraba un vampiro.

Pero era muy peligroso, estaba corriendo riesgo de caer en las manos de Élbargab la criatura más temida por todos: una especie de dragón, fantasma, mezclado con un vampiro. Su piel era arrugada, negra como el carbón; sus orejas altas y agudas listas para escuchar a más de 100 metros a la redonda dándole oportunidad a cazar. No importaba lo que sea, mientras respiraba, Élbargab, corría detrás de su presa, siendo su comida, decían que era tan grande como un dragón.

Tuve la pesadilla esa en la que personalmente vi a Élbargab apenas tenía unos 11 años cuando lo vi, lo recuerdo como si fuera ayer. Me encontraba de espaldas, ruidos por arriba de los árboles se escuchaban, vi algo negro pasar justo a la luz de la luna, no sabía lo que era pero algo me decía que no era para nada bueno. Miré hacia atrás creyendo ver un árbol pero cuando volteé a ver, era un enorme ojo mirándome; de ahí no recuerdo nada más, supongo que desperté, estaba totalmente asustada. Ahora debía de ser peor porque iba a ser en persona que lo iba a ver.

—Estoy asustada con todo lo que me dijiste —advirtió muy shockeada mi mejor amiga.

—No nos queda otra opción, debemos entrar al bosque, sin que nos vean los guardias.

—¡Podemos usar el espejo! —dijo Diana señalando el espejo que se encontraba colgado en la cocina.

Tomé el espejo entre mis manos apoyándolo en el piso. Pensamos en lo que recordaba del bosque desde aquella vez, acompañada de Henry. Agarré la mano de Diana, logrando ver dentro del espejo el bosque; para meternos adentro teníamos que pisar el vidrio, pero las cosas salieron mal cuando al pisar el vidrio se rompió. Genial dijimos al unísono, lo único que nos faltaba.

Sentadas en el sillón se me ocurrió una fantástica idea atravesar la ventana. Diana estaba algo insegura porque atrás de la ventana estaba el balcón, después de eso habían metros para caer hacia donde se encontraba la vereda, con más concentración y seguridad traté de hacer lo mismo, esta vez no era pisando si no atravesando, en unos segundos nos encontrábamos en el bosque oscuro, frío y tenebroso, en la noche. La criatura se encontraba asechando en el mismo lugar donde había estado con Henry, un día antes. Suponiendo que era también el mismo vampiro con el que había estado la otra noche, comencé a estar más tranquila pero un grito desgarrador me dio a entender que ahora Élbargab se encontraba detrás de mí.

Nos encontrábamos en una batalla muy dolorosa. Luchabamos contra la espantosa criatura que luego de haberle clavado las garras en el ojo logramos espantarla. Pensé que íbamos a terminar muertas después de todo, creí conseguir el objeto pero el vampiro me pidió un favor a cambio de su capa. Su hermano Tommy se encontraba prisionero en el castillo donde me encontraba viviendo, justo en el pasadizo secreto. Era salvarlo a cambio del objeto, acepté no era tan difícil entrar a ese lugar.

Caminé hacia el castillo, escondiéndome de los guardias; entrando por la puerta de atrás de la cocina. En ese momento Diana se fue para la habitación ya que nos podrían descubrir. Caminé hacia el jardín. Henry me abrazó por atrás, aquel chico de hermosa sonrisa con hoyuelos y de mirada de enamorado cada vez me enamoraba más aunque nadie podía saberlo, después de todo entre nosotros no podía pasar nada. Él me tomó de la mano, tenía una sorpresa. Llegamos a un enorme y hermoso árbol gigante.




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