La Guerra Gloriosa [segundo Asalto]

Capítulo 3: La Facción Grizli

— ¡Aid... Ganó! — gritó el del altavoz con emoción y todos empezaron a gritar. Algunos con emoción, otros con saña. 

Los miré con semblante serio y tranquilo y después volteé hacia la chic que estaba en el suelo sobándose el cuello con una expresión completamente seria, y no sé por qué, pero ahora que lo pienso, es también, un rostro bastante conocida. Pero no sé quién es ni de dónde. 

— Este... Buena pelea — dije con una ceja alzada. 

Ella solo me miró seria, se levantó y golpeó la reja para que le abrieran. 

Cuando abrieron, fuimos recibidas por abucheos y vítores. Era una perfecta combinación bien balanceada. 

— Oigan, ustedes dos — nos habló un tipo de traje con escamas azules tatuadas en el cuello y parte del rostro, lentes de sol y un pequeño cigarro en la boca — el jefe quiere verlas — nos habló autoritario. 

— Creí que solo me darían el dinero de la participación y... — me interrumpió. 

— Nuestra facción, nuestras reglas. Las quiere ver a las dos, así que traigan su trasero de una jodida vez y síganme — nos mandó y no tuvimos más remedio que seguirle. 

Subimos las escaleras y entramos al que parecía ser el balcón donde se encontraba el mandamás. Vi a un hombre a través del vidrio, pero no le presté atención. 

— Buenas tardes, señoritas — dijo sonriente y optimista un hombre de piel morena, lampiño, de complexión robusta y con un tatuaje tribal color negro rodeándole la ceja izquierda y el ojo izquierdo. 

Tenía que admitir que en un principio creí que se trataba de Myke Tyson. 

— Sí... Buenos días — me limité a responder con mi cara de siempre. 

— ¡Oigan, oigan! ¡Quiten esas caras! — dijo riendo y al ver que ni nos inmutábamos, tosió — soy Grizli, y soy el líder de esta facción. Díganme ¿Les interesa unírsenos? — preguntó con un enigmático brillo en sus ojos. 

Me quedé en silencio por unos segundos analizando la situación, pero tan pronto como el tal pardo o yo qué sé terminó su discurso, la chica que estaba a mi lado finalmente dejó hacer oír su voz: 

— Yo no vine aquí para ser la subordinada de nadie — dijo la chica con desprecio. 

—... ¿Disculpa? 

— Así que yo rechazo tu propuesta — escupió. 

— Ya veo. Entonces ¿Qué hay de ti? — pasó de su lado me miró fijamente a los ojos. 

— Yo menos. Yo solo vine aquí por dinero, y me iré apenas me paguen — respondí con ojos desafiantes. 

Todos los que estaban allí empezaron a reír. 

— ¿Que te irás? Y tú ¿Que no viniste aquí a ser subordinada? Son muy interesantes, pero honestamente me importa una mierda su opinión. Una vez que entras aquí... No sales — su voz se distorsionó por completo — ¡A menos que sea en una bolsa negra! — rió sonora y burlonamente y todos imitaron esta acción. 

— ¿Qué...? 

 

 

 

Eón cayó sano y salvo. Se había hecho unas cuántas heridas, pero nada del otro mundo. 

— Ese maldito Wolfgang hijo de perra — maldijo Eón por lo bajo. 

Se acomodó su gorra inglesa. A su lado estaba Kairos con su distintivo mechón de cabello rubio y un hueco creciendo en su cabello, pero que al igual que Eón, usaba traje italiano y gorra inglesa, aunque Eón la usaba por que tenía un sentido de la moda refinado mientras que Kairos quería tapar ese detalle mayúsculo. 

— ¿Y bien? ¿Aquí es donde entramos? — le preguntó el castaño al rubio. 

— Aún no... Muy bien. Nos voy a hacer caer por un hueco que hay en el techo y tú harás que una chica de rasgos asiáticos se tire al suelo, de este modo no recibirá ninguna bala, mientras que yo lanzaré a Kira por el hueco del balcón. Kira caerá en un viejo sillón y los tres vamos a saltar y tomar armamentos de guerra que tiene la facción en una mesa de metal en la primera planta, vamos a dispararle a 14 hombres, mas no matarlos y tras el número acordado, te harás cargo de que la puerta de metal no nos estorbe, escaparemos por ella, les robaremos un auto y vamos a huir por 25 minutos hasta que los perdamos, después nos desharemos del auto y nos reuniremos con Helios para ir hacia el aeropuerto con dirección a Australia... 

—... ¿¡Qué!? — Eón no entendió ni jota. 

— Tú solo sígueme y has lo que te diga — dijo Kairos rodeando los ojos. 

— Vale, vale. No esperaba menos del dios caprichoso del tiempo perfecto — dijo Eón y asintió. 

— Bien — y sin que Eón se diera cuenta, ya estaban en el techo. 

— ¿¡Qué demonios... !? — gritó Eón, pero Kairos lo interrumpió. 

— ¡Ahora! — dijo haciendo fuerza con los brazos, abriendo el techo de lámina que ya tenía un hueco, acto seguido empujó a Eón y saltó hacia adentro. 

— ¡No estaba listo! — exclamó Eón, y en ese mismo momento, decenas de balas hicieron explotar el gran ruido, el cual no se oía hacia afuera debido a que la bodega estaba hecha de un material especial. 

Pero antes de ello, tanto Eón como Kairos reaccionaron a tiempo, con Eón tirando a la chica que Kairos le había instruido minutos ayudar y con Kairos tomando a Kira de los hombros y lanzándola por el balcón hacia el viejo sillón de tela persa en la segunda planta. 

Kairos se agachó tan pronto como pudo y lo primero que se vio fue a los mafiosos de Grizli temblar por las balas que se introducían en sus cuerpos, acto seguido, todos cayeron en deceso y antes de que Grizli reaccionara, los tres saltaron estratégicamente hacia la primera planta. 

— Qué mierda... — habló Kira que se hallaba confundida. 

— ¡Hola, Hades! — dijo Eón y le dio una escopeta a la pelinegra y a la otra chica — espero que sepan usarlas — dijo Eón y ambas asintieron — no maten a nadie. Solo deben herirlos — dijo Eón mientras corría hacia la salida. 

Le disparó a 3 hombres y puso sus manos sobre la puerta, la cual, tras Eón hacerle presión salió volando hacia afuera. 

Kira, Kairos y la chica desconocida hirieron a los hombres que debían herir para tener la salida asegurada y corrieron siguiendo a Eón, el cual ya no estaba dentro de su rango de vista. 




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