Algunas cosas son como el hielo: lejos de él sientes una agradable brisa helada. Pero de cerca, te quemas.
—Mamá, ¿estás despierta?—me dirigía a su recámara—. Oh, estás despierta—como siempre, mi mamá y yo nos despertábamos a la misma hora. En unas ocasiones, yo un poco más temprano. Me senté a su lado y le tomé su cálida mano con unas cuantas manchas de edad—. Espero hayas dormido bien—le sonreí y volteé a ver al rincón donde solía poner leña, el cual estaba vacío—. Parece que no hay leña—le decía a mi madre que se encontraba recostada en su cama. Sus ojos apenas abiertos y sus delgadas pestañas delataban su cansancio. Cansancio de vivir postrada en una cama por más de cinco años. Yo lo ignoraba. Ignoraba ese aspecto para poder dormir en paz, pero en el fondo sabía que para ella, despertar era un día más de tortura—, iré por más a la montaña. Ayer dejé unas cuantas allá arriba; no tardaré nada, ¿está bien?—le dí un beso en la frente y me levanté. Salí de la recámara y fui hacia la sala de estar. Tomé mi chamarra y mi pesada mochila y salí.
Abrí la puerta y una ráfaga de frío aire me dió los buenos días. Algo estaba raro y lo notaba, estaba más helado de lo usual.
Me encontraba en la parte baja de la montaña. De repente, un búho se posa en una rama de un oscuro roble bañado en nieve. Era curioso aquel animal, sus ojos eran negros, pintarrajeado con el reflejo de la blanca nieve del suelo; como un cielo lleno de estrellas. Chucheó y se marchó hacia la cima. Siguiéndolo con la vista pude notar un brillo resplandeciente en el pico de la montaña.
Intentando imaginar qué era aquello, me dirigí hacía donde había puesto la leña. Al llegar, me agaché un poco para recojer aquella gruesa madera—. Yecka, Yecka—alguien susurraba mi nombre. Pero era extraño. No lo escuchaba por ningún espacio, estaba en mi mente. Confundida, dirigí mi atención a la cima, que no se encontraba demasiado lejos— Acércate, Yecka. Atiende al llamado de los Cristales—empecé a caminar como hipnotizada, no tenía control sobre mi misma. Aquel radiante fulgor azulado me estaba jalando hacía él—. El mundo te necesita—insitía aquella extraña pero gentil voz. Conforme me acercaba las voces en mi cabeza comenzaban a distorsionarse, hasta que finalmente arribé. Aquel brillo era una roca. Un cristal del tamaño de un árbol pequeño, roto por un costado de donde salía el fulgor. Sublime. Mi mano comenzó a alzar para tocar aquella roca cristalina. Cuando menos lo pensé, ya estaba en contacto con la helada superficie.
Un gran estruendo se escuchó, como una explosión. La luz que salía del cristal se incrementó y todo lo que podía ver era color blanco. Cuando el ruido se detuvoo, escuché a alguien débilmente—: Consume el poder del hielo, Yecka. Busca los demás cristales para salvar al mundo.
Al irse el brill observé hacia abajo; una avalancha había ocurrido por el estruendo. Corrí rápidamente hacia donde estaba mi casa y... no estaba. Solo puntas de árboles se alcanzaban a ver sobresaliendo de entre la nieve amontonada. Desesperada por mi madre, comencé a excavar con mis manos, logrando encontrar nada. Era como si mi casa jamás hubiese estado ahí. Devastada, me hinqué y empecé a llorar. Tantos sentimientos encontrados; en un momento estaba dándole un beso a mi madre, y al otro se encontraba enterrada a quién sabe cuantos metros bajo el suelo. Ahogándose, con huesos rotos, inmóvil, incapaz de moverse. Todo por culpa mía.
Estaba sola en el mundo.