La Herencia Maldita

4. LA ABUELA

Miré incrédula al extraño personaje que mantenía su mirada curiosa fija en mí mientras me sonreía amablemente.
—¡¿Una abuela yo?!—exclamé sorprendida—, ¿cómo es posible que nunca tuve conocimiento de ella en toda mi vida? Mi padre jamás me habló de ella. Debe de ser una equivocación, señor.
—No lo es, señorita —dice extendiendo los papeles que había sacado, y que la madre superiora tomó, en lo que seguí yo preguntando.
—¿Cómo no apareció cuando su muerte? ¿Por qué nunca me visitó? Y ahora sale de la nada pidiendo que la visite. ¿Quién me asegura que es cierto? —Concluí mirando interrogativamente a la madre superiora.
—Hija, los papeles que me acaba de presentar el señor abogado —comenzó a hablar y me los extendió— demuestran realmente que tienes una abuela.
—Tengo una abuela, tengo una abuela —repetía sin darse cuenta en lo que observaba las pruebas que lo demostraban, mis padres en una foto abrazados a ella.
—Sí, señorita, tiene una abuela. —Dijo el señor abogado.
—¡No! ¡No es mi abuela! Si lo fuera, me habría buscado antes. Así que no tengo ninguna obligación que cumplir con ella.—Dije firmemente.
—Ángel, esas no son las enseñanzas que te dimos. —Me reprendió la madre superiora. — Eres cristiana, es tu obligación como hija del señor, ir a verla en su lecho de muerte, luego puedes regresar inmediatamente si es lo que deseas.
—Perdón madre, perdón. Está bien, iré.
No he de negarles que la curiosidad me estaba matando. Fue el principal motivo por el que decidí emprender el viaje junto al personaje misterioso, que invariablemente me respondía al preguntarle algo sobre ella, que mi abuela podría responder a todas mis preguntas, así que decidí dedicarme a observar el paisaje y hablar lo necesario.
El recorrido fue extenuante, dos días completos estuvimos dentro de aquel carruaje, tirado por caballos que nos batuqueaban increíblemente por los desniveles del camino que transitábamos. Al mediodía del tercer día, por indicación de mi acompañante, por fin vi en la lejanía, encima de una colina, la majestuosa residencia destino de nuestro viaje.
Estaba rodeada de jardines muy bien cuidados con formas admirables, seguramente realizadas por un experto profesional, que hacían que la blancura de la casa resaltara de una manera impresionante con sus puertas y ventanas negras, que la hacían ver más imponente desde donde aún transitábamos en el carruaje. ¡Era realmente inmensa la casa! Me asombró mucho, no esperaba ese tipo de riqueza.
Al comenzar a subir la montaña, se podía distinguir a lo lejos un pequeño poblado de casas muy humildes de techos rojos, un pequeño campanario de una iglesia que repiqueteaba en aquel mismo instante, sobresalía por encima.
—Por muchos años esta casa ha pertenecido a su familia —comenzó a contarme el abogado que de buenas a primeras se había vuelto muy elocuente. — La misma está dotada de amplios barandales apostillados de hermosas columnas al estilo romántico, como podrá apreciar más de cerca cuando lleguemos; de cuando la gloria de la arquitectura llegó por estos lares traída de la mano de prestigiosos arquitectos, que atraídos por el renacer del nuevo mundo, quisieron dejar su huella en esta tierra —seguía contando él todo emocionado, y al cual le prestaba mucha atención, siempre me gustó aprender y al parecer se conocía la historia de esta familia. —Sus antepasados, señorita Ángel, gozaron de muy buena fortuna que ha llegado hasta nuestros días.
Hablaba, y hablaba mientras yo observaba todo con curiosidad, en lo que nos acercábamos a la hacienda. Realmente estaba muy impresionada, todo estaba exageradamente arreglado, no podía distinguir ningún desorden para donde quiera que miraba. Un último giro del carruaje y avanzamos de frente a la gran entrada, donde se detuvo con mucho ruido el carruaje.
Lo primero que se podía apreciar al bajar del mismo y girar para ver la entrada, era una enorme escalinata. La cual hube de subir a toda prisa llevada por una regordeta mujer negra, que al verme bajar, se había acercado y sin miramientos, tomó mi mano, y me condujo a gran velocidad hacia el interior de la casa.
—¡Corra niña, corra! —insistía, sin parar de correr.
Había llegado justo antes del fallecimiento de mi abuela, fui prácticamente arrastrada a través del pasillo de la segunda planta hasta una hermosa habitación, muy pobremente iluminada por la luz del día que apenas dejaban pasar las cortinas. La señora que me llevara, me introdujo de un empellón, y de otro me hizo acercarme a la cama.
Allí, en medio de un inmenso lecho, asomaba una cabeza de pelo blanco, con un rostro muy pálido, que al sonido que hizo la puerta al cerrarse, abrió lentamente sus ojos de un azul opaco, dirigiéndolos hacia mí. Su asombro fue mucho al verme, prodigándome con una mueca, que yo quise interpretar como una sonrisa, pues su enflaquecido semblante no respondía ya a tales gestos.
—Ho…, hola —saludé tímidamente.
Ella, ayudada por la mujer que me había llevado, se incorporó apenas un poco, encima de las almohadas que le colocaba la sirviente en su espalda. Tendiendo luego sus manos muy delgadas en un ademán de bienvenida y solicitud a la vez, pidiendo me acercara a ella. Lo hice, sobre todo porque en su mirada existía algo, que me trajo el recuerdo de mi padre. Tomando mis manos, pronunció unas breves palabras.
— ¡Mi querida niña! —Comenzó a hablar con una voz que parecía salida de ultratumba, y que casi apenas entendía. Ella hizo un mayor esfuerzo para que saliera mejor y siguió hablando. — ¡Perdón...!, ¡Perdón por haberte traído aquí! ¡Perdón por dejarte éste peso tan grande sobre tus hombros! ¡Perdón por haberte negado mi amor por tantos años, aunque sé que no me lo merezco!—Tomó aliento por un instante para proseguir—, solo quiero que me prestes atención a lo que te voy a decir.
—Está bien, pero no se canse, podremos hablar más tarde cuando se sienta mejor —dije tratando de que se calmara, pues veía que estaba muy excitada y eso no era bueno.
—¡No, debo de hablar ahora, no habrá un después! ¡Debes ser fuerte, la herencia que te dejo es una maldición! ¡Solamente tú puedes dar término a esta desgracia!
Mientras hablaba, su rostro se transformaba en una espantosa mueca de dolor, quise detenerla, pero ella prosiguió. Al tiempo que hacía un gesto indicándome que me callara y que solo la escuchara.
— Luego que muera, mi adorada niña. —Dijo sin dejar de mirarme fijamente a los ojos como si quisiera asegurarse de que yo entendiera todo lo que me estaba diciendo. —¡Vende todo, vete bien lejos y sé feliz!
—¿Qué?
—¡Hazme caso Ángel, esta herencia está maldita!
Diciendo aquello me atrajo, estampando un beso en mi frente, cayendo desmadejada en el lecho, expirando su último suspiro; dejándome en medio de una enorme confusión, llena de preguntas sin respuestas.
El funeral se dispuso para esa misma tarde, parecía que todos estaban apurados por irse del lugar. Notando en no pocas miradas dirigidas a mí, cierta lástima, acompañados de movimiento de cabezas y expresiones de no es justo. No pude comprender esas aptitudes, ni tampoco porque a todos los que me dirigía me respondían con monosílabos e intentaban alejarse lo más rápido posible, no sé si fue mi imaginación, pero hasta el Padre, tenía prisa por desarrollar la ceremonia, para retirarse con los ayudantes que había traído. Supe luego que era de un poblado cercano, pues el que nos pertenecía, estaba de viaje.
Además de ellos, estaban presente el abogado y una señora que poseía un montón de llaves colgadas de su cintura, con una inmensa expresión de cansancio en su rostro. La cual me dirigió algunas palabras de consuelo acompañadas de tenues sonrisas de sus labios, que la hacían parecer muy rara, pues sus ojos no sonreían con ella, haciendo un extraño contraste en su rostro regordete. Hube de percatarme luego que era ella quien tiraba de mí cuando llegué.
Mi abuela fue sepultada en la parte posterior de la casa, donde se encontraban muchas otras tumbas, pareciera como si toda la familia estuviese allí. Al regresar por el sendero, me detuve por un momento para contemplar una tumba muy hermosa rodeada de una enredadera que me fue familiar.
Sólo fue por un instante, pues la voz del Padre que me llamaba para despedirse, me hizo volver a la realidad. Me apresuré para oír como me ofrecía todos sus servicios, por si necesitaba ayuda.
—No olvides hija, que yo no soy tu pastor —explicaba con mucha insistencia—yo vivo en el otro pueblo, pronto llegará el padre Bartolomé.
—Gracias padre, muchas gracias —respondí agradecida, sin dejar de percatarme como a cada rato hacía la cruz y no dejaba de sostener un crucifijo en sus manos.
—La parroquia se encuentra en el pueblo, no está tan lejos de aquí, podrás escuchar las campanas si prestan atención. —Seguía explicándome con prisas. —Ella está abierta, puedes a cualquier hora del día o de la noche dirigirte allí, las puertas permanecen abiertas para mí.
—Muchas gracias, muchas gracias —repetía al despedirlo.
El abogado no dejaba de perseguirme, debía entregarme un enorme bulto de papeles que le habían sido dados por mi abuela.
—Señorita Ángel, debe leerse lo antes posible todo esto. —Dijo al depositarlos en mis brazos. Eran una enorme cantidad. Los cogí sin mucho entusiasmo depositándolos sobre la mesita del recibidor, para salir agradecer a todos su compañía hasta los bajos de la escalinata.
En verdad no conocía a nadie, pero era mi deber como buena cristiana que soy. La prisa de todos y los modos de contestar me dieron la impresión de ser personas de muy bajo nivel cultural, que sentían pena de dirigirse a una desconocida y mucho más en un acto como aquel. Sin pensarlo demasiado, les perdoné con una sonrisa en mi corazón.
El patio de la casa se veía muy hermoso y aterrador al mismo tiempo. Las formaciones que dibujaban los árboles que durante el día eran de un maravilloso encanto, hacía que con las sombras de la noche fueran haciéndose cada vez más atemorizantes.
Subí paso a paso la amplia escalinata, rumbo hacia el interior. De pronto me encontré de lleno frente al portón de color negro, muy alto e impresionante, donde se podía distinguir con claridad, el escudo que representaba la nobleza y el rango de aristócratas, el cual contaba con un águila de alas abiertas, que en sus inmensas garras sostenía un corazón sangrante.
La visión me produjo un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo e hizo que me apresurara a introducirme en el recibidor, pobremente iluminado por una tenue bombilla de un color amarillento, dándole un aspecto misterioso, pero a la vez acogedor. No obstante, algo hizo que me sobrecogiera, como si una presencia no deseada estuviera a mi lado. Lo podía percibir muy bien, era un halo frío que hizo que me estremeciera. Giré despacio observando todo con detenimiento, solo para salir casi corriendo al sentir como un aire chocaba con mi rostro haciéndome cerrar los ojos, como si algo o alguien hubiera soplado en ellos.




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