La Herencia Maldita

8. RECORRIDO II

Me pregunté, cada vez las cosas de esta vivienda me estaban resultando más extrañas. Dicha estancia era completamente negra y despojada de muebles, únicamente existían algunos extraños cojines ubicados paralelamente por toda la habitación. Tenía además, una lápida adosada a la pared con escrituras que no pude entender, debieran ser de un idioma que no estaba dentro de los que dominaba, que no eran pocos, dado mi gusto por las lenguas extranjeras.

La iluminación era muy pobre, dos bujías colocadas en la pared a cada lado de la lápida. Tuve la impresión de haber entrado a una bóveda de un cementerio. El ambiente era muy frío, al punto, que llegué a estremecerme con una gélida corriente de aire. Sacando un poco de valor, y aunque dudando si era correcto entrar en este lugar, avancé unos pasos temerosamente, sintiendo como la puerta se cerraba detrás de un tirón, haciendo que saltara asustada.

Había avanzado hasta quedar justo en el centro, de frente a los diferentes cojines. Todos tenían una forma peculiar; los había redondos, cuadrados, ovalados, estrellados, medias lunas, hasta una flor; pero lo que más llamó mi atención e hizo que se me pusieran los pelos de punta, ¡es que todos tenían el molde como si alguien tuviese su cabeza apoyada en ellos!

Permanecí quieta un momento con mi vista fija, tratando de adivinar qué significaba aquello. ¿Cuál era el significado de esta lúgubre habitación? ¿Para qué fue creada? ¿Y esa lápida con las escrituras extrañas qué era? ¿Acaso serían tan excéntricos que metían a sus muertos dentro de la casa? Esa sola idea hizo que me llenara de miedo, en verdad estaba comenzando a creerle a mi difunta abuela, que mi herencia estaba maldita.

Ante ese sólo pensamiento, hice rápido mi cruz e inconscientemente atrapé el crucifijo que colgaba de una cadena en mi cuello. Como si eso me protegería de todo el mal que comencé a sentir que emanaba de dicha habitación, y otra vez sentí el frío aire de alguien respirando detrás de mí. ¡Esto no podía ser generado por mi imaginación! Me dije, ¡esta casa tenía almas en pena deambulando por ella!

Pasaron los minutos, que para mí fueron años en esta posición, cuando poco a poco comencé a sentir o ver, no estoy segura, figuras recostadas en los mismos. Mujeres y hombres jóvenes casi todos, únicamente unos pocos lucían pelo blanco. Quedé paralizada por un instante ante tal visión, cerré y abrí repetidamente mis ojos hasta que todo desapareció. ¡No sabía a qué atenerme! ¿Acaso el cansancio me hacía delirar?

Llena de emociones encontradas, me dirigí hacia la puerta de salida, pensando que estaba realmente afectada por el cambio brusco de mi vida. Debía ir a conversar con el Padre de la iglesia si no quería volverme loca. Envuelta en estos pensamientos me adentré sin apenas darme cuenta, en la siguiente habitación. La cual para mi bienestar emocional, me causó una indescriptible sensación de paz.

La misma era de un violeta muy tenue, y me asombré al comprender que cada una de las habitaciones de esa casa, eran únicas y diferentes. Esta violeta, con amplios cortinajes de exuberante belleza cubriendo todas sus paredes, era realmente bella. Cinco lámparas colgaban del techo muy copadas de lágrimas cristalinas tornasoladas, que reflejaban los destellos de luz que entraban por las amplias ventanas por toda la habitación. ¡La paz casi se podía palpar!

Poseía una agradable fragancia de violetas recién cortadas, al girar mi cabeza me encontré con dos ramos de las mismas en vasos de cristal tornasolado, era todo tan exquisito que se borró la mala impresión que había causado la anterior estancia, hasta que mi mirada se detuvo en algo que me dejó sin aliento.

La estancia violeta, estaba muy finamente amueblada. Poseía una mesa redonda de cristal con motivos de flores alrededor de ángeles; las sillas tapizadas en el mismo color de las cortinas lucían muy limpias. Realmente era como estar en medio de un campo lleno de violetas florecidas, hasta el perfume que emanaba del par de ramos de flores te ayudaban a sentirte de esta manera.

Más allá, cerca del ventanal, podía apreciarse dos sillones. Me acerqué despacio a ellos, sintiendo la necesidad de sentarme por un momento, a simple vista se notaba lo confortables que eran. Delante de ellos, se encontraban unos bastidores con su bordado a medio hacer. Y fue entonces que me quedé petrificada. No estaba segura si era verdad lo que veían mis ojos o era todo producto de mi imaginación una vez más.

Por ello, me acerqué despacio, para poder observar de más corta distancia lo que estaba en los bordados y que yo creía estar imaginando algo. En uno de ellos, aparecía la media silueta de una joven con sus rizos negros al aire radiante de felicidad. En el otro se veía una ventana y detrás de ella, la imagen de un apuesto joven de ojos azules brillantes. No podía apartar mi mirada de esos dos bordados. ¡Era imposible lo que yo veía!

Juro que no creía que fuera real, había comenzado a dudar realmente de lo que distinguía en esa casa. Sin embargo, por mucho que los observaba, no cambiaban, y no sé por qué, ¡pero yo reconocía aquellos rostros! ¡Los había visto en algún lugar que no recordaba! Me esforcé un momento para refrescar mi memoria, y de pronto me di cuenta. ¡Estaba en presencia de las mismas caras de la fuente del jardín!

Ahora no tenía ninguna duda, estaba segura de ello, diferentes expresiones, pero sus rostros habían quedado grabados en mi memoria. Sí, no había duda, eran las mismas imágenes. Ambos bellos, jóvenes, enamorados. ¿Serían los hijos de alguien en la casa? ¿Quizás un familiar mío? Aunque ahora que los observaba en colores, él era rubio de ojos azules como mi padre, y como yo. Pero ella, tenía su piel cobriza, sus cabellos era de un negro brillante increíble. La chica era realmente bella.




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