La Herencia Maldita

10. LAS FLORES

Me quedé observando las flores a mis pies sin entender quién las había dejado en el piso. Estaba segura de que no estaban allí cuando llegué. Por un momento pensé en tomarlas, pero el miedo se apoderó de mí. Por lo que volví a girar y las dejé en su lugar y avancé en dirección contraria. Había acelerado mis pasos, pero algo me hizo detener.
De repente comencé de nuevo a sentir que alguien se encontraba justo detrás de mí, era la misma percepción que tuve cuando me encontraba en el closet en la habitación. Aquella respiración muy fría que podía percibir claramente en mi nuca se hizo presente, esta vez hasta sentía que un cuerpo se pegaba al mío de una manera muy sensual, no sé como, pero sabía que era un hombre.
Me quedé inmóvil unos segundos, sin que desapareciera, respirando profundamente y sacando valor no sé de donde, me giré muy despacio, ¡nadie se encontraba detrás de mí! Con asombro vi de nuevo el precioso ramo de rosas rojas en el piso justo a mis pies, ¿de dónde habían salido? Si allí solo existían flores blancas ¿Será él mismo? Levanté mi mirada tratando de divisar el que había dejado tirado allá detrás, pero no lo vi. Por lo que supuse que era este.
No pude contener mi impulso ante tanta belleza, me incliné para recogerlas, caminando con ellas lentamente, mirando a mi alrededor rumbo hacia la casa. A lo mejor era alguien que me quería jugar una broma, por ello se escondía para que no lo viera. Sí, me dije, de seguro es eso. Algún bromista quiere asustarme. Y con ese pensamiento caminé ahora más tranquila rodeando la casa de regreso.
Eran las siete de la tarde cuando atravesé el saloncito de la entrada, pues las campanadas del reloj que resonaban fuertemente en todo el lugar y que se escuchaban en cada rincón de la casa dando la hora constantemente, parecía que quería que supiera que era esa hora. Aún no había sido localizado por mí, debía estar en un lugar estratégico de la casa para que se escuchara con tal fuerza y claridad en todas partes, ya había dejado de sonar haciendo el anuncio de que eran las siete en punto de la incipiente noche.
El aire fresco de la exuberante naturaleza había despertado mi apetito, encaminé mis pasos hacia el comedor buscando un florero donde colocar las flores. Al entrar, di de lleno con Dolores, que al verme con las rosas puso una expresión de espanto, sus ojos querían salirse de sus órbitas y su boca abierta no lograban emitir sonido alguno. Creyendo que le pasaba algo, solté el ramo de flores encima de la mesa y me acerqué muy rápido, la tomé de las manos mientras la interrogaba.
—Dolores, Dolores…, ¿se encuentra usted bien? —Pregunté realmente preocupada.
Y es que ella miraba con expresión aterrorizada las flores y retrocedía alejándose de ellas. Avancé preocupada queriendo saber que le provoca tamaño susto, hasta que tomé una de sus manos y la solté asustada. Y es que sus manos eran muy frías y me parecieron huesudas a pesar de que estaba viendo que ella era regordeta. Miré mi mano sin entender lo que había sentido al tomar la suya, que seguía viéndola normal. ¿Qué era lo que estaba pasando conmigo? Veía y sentía cosas muy diferentes, algo que jamás me había sucedido. La sensación que tuve en el breve contacto que tuve con ella, pues me la arrebató al instante, era que tocaba sus huesos. Loco…, lo sé.
Al retirarlas Dolores con premura, me quedé observando las mías otra vez como si pudiera encontrar una explicación a lo que había percibido. Todavía percibía la frialdad en ellas, mientras que no comprendía el motivo. Dolores se quedó observándome por un momento sin decir nada, mientras retrocedía alejándose de mí. Quise ir detrás de ella para tratar de comprender lo que sucedía, pero me detuve.
Dolores no apartaba sus ojos aterrados de las flores y seguía alejándose aterrada del ramo de ellas y de mí, como si fuera algo monstruoso mientras abría y cerraba la boca tratando de articular palabra. Esa extraña reacción hizo que me olvidara de lo que había sentido al tocarla y me hicieron que le prestara toda mi atención.
—Dolores…, Dolores querida, ¿qué es lo que pasa? —pregunté ahora preocupada al ver su exagerado miedo, y una idea me vino de pronto y le pregunté deteniéndome—. ¿Es usted alérgica a las flores por casualidad?
Inquirí pensando que eso era una explicación lógica a su comportamiento ante la presencia de ellas y su reacción. Avancé de nuevo hacia ella al ver que no respondía y seguía abriendo y cerrando su boca sin que de allí saliera un solo sonido. Ahora ella negaba con la cabeza pero no se detenía ni hablaba, todo lo contrarió, continuó su retroceso alejándose ahora de mí, mientras me miraba no sé si con miedo, pena o dolor. Era una mezcla su mirada de todas esas emociones que hizo que me detuviera.
Realmente no podía comprender en ese entonces, esa exagerada reacción de ella, ante un inofensivo ramo de rosas rojas. Era algo que no comprendía debido a que a no ser que fuera alérgica y no me lo parecía, debido a que negó a mi pregunta, no entendía qué era lo que le sucedía, ni por qué se comportaba de esa manera. Incluso llegué a mirar hacia atrás al ver como su mirada parecía ver algo detrás de mí que yo no podía.
Me detuve y dejé que se calmara, podía percatarme que hacía un gran esfuerzo por hacerlo. Tomaba grandes bocanadas de aire sin dejar que me acercara. Después de que se había desprendido de mi agarre con gran premura y como yo, vi que se miraba sus manos también y me observaba a mí como si no pudiera creer que yo la hubiera tocado. ¿Por qué? Me pregunté. ¿Será una de esas personas maniáticas con los microbios? Fue lo que vino a mi memoria al no comprender en aquel entonces lo que significaba que yo la pudiera ver y tocar.
Pasó un gran rato en que las dos guardábamos silencio, antes de que ella pudiera contestar, al ver que yo me mantenía allí observando lo que hacía. Realmente era una situación muy extraña, sobre todo porque ella seguía mirando por encima de mi hombro como si existiera alguien posesionado detrás de mí.
—Dolores —al fin me decidí a hablar—, ¿se encuentra usted bien?
—Estoy bien, señorita Ángel—comenzó a hablar tratando ahora de parecer y aparentar una tranquilidad que yo veía no poseía. —No es nada, no se preocupe —y luego manteniéndose alejada de mí o del ramo de rosas rojas, que aún estaban en el centro de la mesa. No podía definir de cuál de los dos escapaba. La vi tomar aire y girar su cabeza para mirarme y preguntar. — ¿Dónde encontró usted esas rosas, señorita?
—¿Por qué te pones así Dolores? —pregunté sin entender su reacción, pero ella siguió interrogando sin responder.
—¿Quién se las dio, si me disculpa mi atrevimiento de preguntar eso? —dijo y agregó para mi desconcierto e incredulidad —. Aquí en la finca no existen rosas rojas y creo que en todo el condado tampoco.
La miré sin poder creer que eso que acababa de decir fuera cierto. La miré desconcertada mientras mi mente se llenaba de interrogantes que no fueron formuladas. ¿Cómo que no hay rosas rojas con el enorme jardín que poseé la casa? ¿En qué jardín que se llame como tal, no existen rosas? ¿Qué quiere decir que no hay aquí ni en todo el condado? ¿Cómo puede ser eso posible? Fueron las preguntas que brotaron en mi mente.
Me detuve un momento para pensar en que a lo mejor lo que decía era cierto. Haciendo memoria, en todo mi recorrido por los alrededores no había visto una sola rosa roja. Las había de todos los colores, hasta azules y negras, pero no rojas. ¿Y eso por qué?
—¿Me está diciendo que en todo ese inmenso jardín que rodea la casa y que pude ver que es muy variado, no hay rosas rojas? —pregunté incrédula.
—Sí, no existen, están prohibidas en esta vivienda y en toda la región. —Contestó aún asustada.
—¿Prohibidas? Pero si son muy hermosas. ¿Quién puede odiar a las rosas, más si son rojas? ¡Son hermosísimas! Es el símbolo del amor. —Dije mientras volvía a tomar el ramo de rosas, ante la mirada aterrada de Dolores.
—¿Dónde las encontró, señorita Ángel? —ella insistió como si ese hecho fuera vital —. ¿Vió a alguien o algo?
La observé recordando lo que había experimentado antes de encontrarla y comencé a temer que había algo raro en ese hecho. Luego sacudí mi cabeza pensando que estaba muy impresionada con todo lo que me estaba sucediendo desde que supe que tenía una abuela. Ella esperaba mi respuesta y al ver que no le respondía por estar pensando en lo que observaba el hermoso ramo de rosas, volvió a preguntar.
—¿Dónde las encontró las rosas rojas, señorita Ángel?




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