La Herencia Maldita

11. DOLORES

Dolores volvió a preguntar mirándolas con terror, por lo que me mantuve al otro lado de la mesa que ella había interpuesto entre las dos. ¿Quién le tiene miedo a las rosas rojas? Me pregunta al ver como ella las miraba realmente aterrorizada. Mientras me debatía en si le contaba cómo las había encontrado, debido a que en verdad había sido un poco extraño.
—Por favor niña, responda—casi me suplicó por lo que decidí decir la verdad.
—¿Qué dónde las encontré? —repetí la pregunta tratando de pensar qué decir—. Bueno, en realidad no sé bien de donde salieron
—¿No sabe? ¿No sintió ni vió a nadie?—preguntó e hizo que yo la mirara fijamente.
Ahora era yo la que la miraba con extrañeza. ¿Qué significaba esa pregunta? ¿Es que acaso ella también siente eso que siento yo? La extrañas presencias que me persiguen y respiran en mi nunca todo el tiempo puede que no sean mentiras. Dolores me sostuvo la mirada en espera que le contestara, en lo que yo trataba de leer en la suya si en verdad ella experimentaba lo mismo que yo. ¿Es que acaso todo eso que estaba sintiendo no era producto de mi imaginación?
—¿Sentir…? —Traté de hacerla hablar para comprobar si también lo hacía. —¿Qué quieres decir con sentir?
La vi titubear y cambiar su mirada como si no quisiera responder lo que le había preguntado. Cuando volvió a hacerlo, me percaté que trataba de evitar decir la verdad.
—Qui…, quiero decir, ¿si no vio a nadie? —Tartamudeó bajando la vista.
¿Qué rayos pasaba? ¿Por qué no me hablaba claro? Por un momento pensé contarle todas las raras cosas que me estaban sucediendo desde que había llegado, pero me contuve. No quería que me considerara una niñita miedosa, llena de miedos y de una fértil imaginación. Por lo que decidí concentrar la conversación en el hermoso ramo de rosas que tenía en mis manos. La miré fijamente y con gran naturalidad pregunté.
—¿Te refieres a las rosas? ¿Quieres saber dónde las encontré? —pregunté a mi vez, al tiempo que me alejaba de ella e iba rumbo a recoger el hermoso e increíblemente grande ramo de rosas. Que se mantenían tan frescas y radiantes que era como que te llamaban. —Verás… —inicié a hablar en lo que me alejaba—, esta mañana cuando me levanté, divisé desde mi ventana el increíble jardín de rosas blancas…
—¿Lo vio usted? —Me interrumpió con una enorme expresión de incredulidad y continuó con una avalancha de preguntas una detrás de la otra. —¿En serio? ¿Pudo ver el jardín blanco? ¿Cómo es? ¿Sigue florecido o se marchitó? ¿Es verdad que es muy hermoso?
Me detuve en mi avance hacía el ramo de rosas rojas girando para verla sin entender por qué me hacía todas aquellas extrañas preguntas.
—¿En serio vio el jardín de rosas blancas?—preguntó ahora mirándome creo yo con una combinación entre admiración y curiosidad.
—Sí, lo vi —contesté impresionada al ver como ella abría los ojos, haciendo que la mirara. ¿Es que acaso todo el mundo no lo ve? Me pregunté a mi vez observándola curiosa y repetí la respuesta con firmeza. —Sí, claro que lo vi, aunque estaba amaneciendo se puede divisar muy bien desde mi ventana. ¿Es que acaso no lo sabes?
Dolors se quedó en silencio observándome ahora creo que incrédula y dudosa. Por lo que por un momento hice a mi vez lo mismo, la observé con curiosidad. Esta señora ama de llaves me estaba resultando muy extraña y a la vez interesante. ¿Cuántos años llevaría viviendo con mi familia? De seguro se sabía todos los secretos de la misma, me dije. La vi caminar hasta la otra esquina y con un tono de voz que me sonó triste dijo.
—No niña, no lo he visto desde la ventana de su habitación, solo he entrado a limpiarla, no a admirar el paisaje que la rodea. —Contestó muy seria sin dejar de mirarme curiosa —. Yo no me dedico a contemplar el paisaje por las ventanas de las habitaciones.
—Ah…, a eso te refieres. —Bueno, eso tenía lógica, me dije. A lo mejor mi abuela era una patrona muy estricta y no dejaba a la servidumbre merodear. Por lo que continúe con mi relato. —Pues bien, como te estaba contando. Esta mañana cuando me levanté, abrí las cortinas, lo hice muy temprano por la costumbre de hacerlo que tengo en el colegio, y pude divisar el jardín de rosas blancas. ¡Es precioso! En esta época del año está todo florecido, creo que no existe una sola planta que no esté llena de flores. ¿Por cierto, quién es la pareja que se paseaba por él? ¿Están hospedados aquí?
Nunca imaginé que esa pregunta fuera a provocar la reacción que puso Dolores al escucharla. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, como si se fueran a salir de sus órbitas, la boca la abría y cerraba, mientras con su mano me señalaba, y tal parece que había descubierto algo increíble. Volví a dejar el ramo de flores en la mesa, él cual había tomado antes para ir a socorrerla. Pues a mi ver, le estaba dando algo.
Coloqué el ramo de rosas rojas sobre la mesa a la cual rodeé y llegué a su lado, aunque no la toqué al ella alejarse de mí, mientras repetía.
—¡Es verdad, es verdad, se hizo el milagro, se hizo el milagro…! ¡Es en verdad usted!
Su rostro se había iluminado, su cara era la viva imagen de la incredulidad y felicidad al mismo tiempo. No entendía a qué se refería, sobre todo porque me señalaba a mí.
—Dolores…, Dolores… —la llamé todavía sin atreverme a tocarla—, me estás asustando, ¿de qué milagro hablas? Y claro que soy yo, Ángel del Castillo, ¿quién más podría ser?
Ella seguía murmurando aquello y mirándome con aquella mirada de incredulidad en sus enormes, negros y hundidos ojos. Podía darme cuenta que luchaba por controlarse, mientras retrocedía alejándose de mí, realmente me estaba asustando, ella pareció percibirlo en mi mirada. Hasta que bajó la cabeza, y cuando la volvió a subir, había retomado su expresión fría y distante.
—¿Y qué más pasó en ese jardín, señorita? —preguntó sin decirme nada, de lo que yo le había preguntado.
Por un momento me quedé contemplando a esta extraña mujer. Pero al ver que no iba a sacar nada aunque le preguntara, preferí seguir contándole lo que ella quería saber antes de preguntar qué era lo que le pasaba. Tomé una bocanada de aire sin dejar de mirarla, debido a que sus cambios eran muy notables, por lo que llegué a pensar que también estaba afectada por la casa y su maldición. ¿Qué es lo que hablas Ángel? Me reproché al instante. Eso deben ser supersticiones tuyas, la gente del campo suele tener muchas, me dije y preferí seguir hablando del jardín.
—Como te estaba contando antes, había una pareja de enamorados paseándose por el jardín de las rosas blancas —hablaba regresando a la mesa—, pero por mi indiscreción al abrir la ventana que sonó, los asusté y se marcharon corriendo. ¿Están en la casa? ¿Los conoces?
—Debieron ser chicos del poblado —respondió sin mirarme.
Vaya, no lo pensé. Sí, puede ser, porque corrieron en esa dirección. De seguro habían venido a contemplar el hermoso jardín, debe ser famoso entre ellos, sobre todo entre enamorados. Sacudí mi cabeza y seguí hablando.
—El caso es Dolores, que me quedé con el deseo de ir a verlo, y eso fue lo que hice, fui a ver el jardín de blanco. ¡Es maravilloso! ¿Cómo lograron que todas las plantas florezcan al mismo tiempo? —pregunté intrigada—. Estamos en otoño, ¿no es en primavera que lo hacen? Y las orquídeas, hay miles de ellas, ¡todas florecidas! Son las únicas que poseen otro color, pero ahora que lo pienso, no había rojas.
Dolores me miraba sin decir nada, había algo en su mirada que no podía definir y por momentos me pareció que hablaba con alguien invisible a su lado. Me hice la que no la veía y continué contando.
—Lástima que no haya flores rojas, con lo hermosas que son. Aunque si lo que querían era que todo fuera blanco, el rojo resaltaría demasiado —agregué pensativa y agregué viendo cómo ella abría de nuevo sus ojos—, como una gota de sangre en la nieve. ¿Qué es lo que hacen para mantenerlas así florecidas todas juntas y tan frescas? No vi una sola flor marchita ahora que lo pienso.
—No lo sé, niña, debe ser cosa del jardinero. —Respondió sombríamente.
—Ah…, sí, debe tener sus secretos ese jardinero. Es un verdadero profesional, pues todo alrededor está muy bien cuidado. Le preguntaré cuando lo conozca que es lo que hace. —Dije ante la mirada creo yo de lástima de Dolores. —Vaya, me he salido del tema, disculpa, es que soy una apasionada de las flores y la naturaleza en general.
—No importa señorita —dijo e insistió en querer saber—. ¿Y entonces? ¿Qué más sucedió en su recorrido?
—Bueno, el caso fue que mientras me paseaba por el jardín, alguien las dejó a mis pies y eran tan hermosas, que no pude dejarlas tiradas en el suelo. —Terminé mi relato ante la mirada de reproche que ella me dedicaba.
—¡Ay mi niña! ¡No debió usted cogerlas! ¡No debió! —Afirmó mientras se volvía a alejar de mí.




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