La Herencia Maldita

12. EXTRAÑEZAS

Ante la extraña reacción de Dolores, mi curiosidad aumentó y la observé con mayor detenimiento. Sus ojos estaban llenos de temor y sus manos temblaban ligeramente. Me preguntaba qué podía haber detrás de esa inusual aversión hacia las flores. Sin embargo, decidí no insistir por el momento y le pedí que trajera un florero para colocar las rosas en agua.

—No creo que sea sabio dejarlas dentro de la casa —insistió Dolores, sin moverse del lugar y sin quitar la mirada de las flores.

A pesar de su negativa, decidí seguir adelante y colocar las rosas en el florero que me trajo. Pero mientras lo hacía, una espina me hirió el dedo, y una gota de sangre cayó en el agua, tiñendo ligeramente el líquido. Dolores reaccionó rápidamente, sacando un algodón para curar mi herida. Aun así, continuaba murmurando con un aire misterioso.

—¡Todo se repite, Dios mío, todo es igualito!

—¿A qué te refieres? —quise saber.

—Nada, mi niña, no me haga usted caso —respondió esquivando mi mirada.

Sus palabras me intrigaron aún más, pero preferí no indagar en ese momento. Terminé de acomodar las flores en el florero y las observé con admiración. Eran realmente hermosas y su color rojo oscuro parecía casi hipnótico. Permaneció en silencio alejada de mí, mientras observaba cómo arreglaba las rosas a mi gusto en el florero. Eran exactamente veinticuatro.

¿Qué pasaba con esa cifra? ¿Es que todo tenía que ser con esa cantidad? ¿Qué significaba? ¿Sería una tradición de la comarca o de mi familia? En verdad las rosas eran preciosas, parecían como si hubieran tomado vida después de haberme pinchado mi dedo y que una gota de mi sangre cayera dentro del agua. No le dije ni le pregunté más nada a Dolores, hasta terminar. Ella miraba por momentos las flores con odio, eso lo pude captar claramente y queriendo sacarla de eso, le pregunté al recordar lo que había visto en la mañana.

Decidí preguntarle sobre los visitantes que había visto en el jardín interior más temprano, pero su reacción fue sorprendente.

—Ah, Dolores, quería preguntarle algo.

—Diga usted, señorita.

—¿Quiénes eran los que estaban en el jardín interior hoy? ¿Son invitados tuyos? ¿Viven cerca?

Negó rotundamente haber visto a alguien más en la casa, incluso cuando yo insistía en que los había observado claramente. Parecía convencida de que yo estaba equivocada o tal vez, como insinuó, había tenido un sueño.

Su negación me hizo dudar por un momento, pero estaba segura de lo que había visto. Los recuerdos de la misteriosa pareja en el jardín eran vívidos en mi mente. La chica con el cabello negro rizado y aquel hombre, ambos me observaban fijamente como si supieran algo que yo ignoraba.

Sin embargo, Dolores seguía negándolo todo, incluso mi presencia en la casa, lo cual me desconcertaba aún más. ¿Por qué ocultaba la verdad? ¿Qué secretos guardaba esta casa y las personas que la habitaban? Algo extraño y perturbador estaba ocurriendo, y estaba decidida a descubrirlo, aunque eso implicara enfrentar miedos y misterios que nunca imaginé encontrar en mi vida.

—No creo que sea sabio dejarlas dentro de la casa. —Repitió aún sin moverse del lugar y observando lo que yo hacía.

—Dolores, deja el miedo y tráeme un florero ahora mismo con agua, se van a marchitar si no las colocamos en el urgente. Se ve que llevan mucho tiempo de cortadas y fuera del agua.

—No les pasará nada. Hágame caso, niña, mejor las saca de esta casa, ¡bótelas! —Insistió aún en su empeño de que me deshiciera de ellas.

—¿Cómo le voy a hacer eso a estas preciosas flores? No haré tal cosa, ve a hacer lo que te pido, por favor —dije con tono autoritario.

—Enseguida, niña. Se va a arrepentir de haberlas traído, al menos déjalas aquí abajo, no las suba para su habitación.

—Está bien, no pretendía hacerlo. Ahora ve por lo que te pedí, por favor.

Se alejó, moviendo la cabeza en forma negativa hacia la cocina, regresando al momento con un vaso de cristal tornasolado muy hermoso, hasta la mitad de agua. Deposité las flores acomodándolas lo mejor posible, hiriendo uno de mis dedos con una espina, comencé a derramar sangre, vi como Dolores sacaba de su bolsillo un algodón para curarme, como si hubiese sabido que me iba a pinchar, en lo que todo el tiempo murmuraba.

—¿Qué es Dolores? ¿Por qué te has puesto así? ¿Qué me miras? —pregunté realmente intrigada.

—¿Usted en verdad es la señorita Ángel hija del niño Lorenzo y la niña Luz María?

—Bueno no sé por qué lo preguntas, pero eso es lo que dicen las pruebas que me enseñó el abogado, y al parecer mi abuela así lo creyó. No puedo decirte en verdad que yo sea su nieta, tengo mis dudas. Papá nunca me habló de este lugar y mucho menos de su madre. Y sí, esos eran los nombres de mis padres, ¿cómo lo sabes?

—¡Alabado sea el señor! ¡Lo lograron, lo lograron! El niño Lorencito, sabía lo que hacía —exclamaba ahora realmente emocionada y su mirada cambió para una de alegría y felicidad.

—¿Conociste a mis padres, Dolores?

—¡Claro señorita, claro que los conocí! Pero ellos se fueron hace mucho tiempo. Y a cada rato encontraban a una señorita diciendo que era la nieta de la señora, pero al final resultaba que no lo era. Perdón por mi desconfianza. ¿Qué era eso que me preguntó antes?




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