La hermandad de Delrich - Máleran 2 | libro 2.

Parte 1: Peces.

Tiempo:

6:32 pm, 6 de febrero de 1432.

 

Lugar:

Costa marítima, afueras del pueblo Askachar, Sector uno, Continente Ranmer:

 

El puerto se estaba tambaleando, eso le dificultaba lanzar su caña de pescar. Estaba sentado en el filo de aquel puerto mirando hacia el horizonte, sus otras tres cañas ya habían sido plantadas. Estás estaban clavadas en los huecos del puerto. Las cañas se elevaban cuatro metros de alto y su cuerda caía unos veinte metros hacia el mar.

Amvaquar estaba sentado en aquel puerto que se extendía doscientos metros más allá de la cornisa, parecía suspendido pero estaba siendo sostenido por dos troncos que partian desde el acantilado clavados en la piedra y terminaba en el extremo de aquel puerto. 

El sol se estaba ocultando y tendría que conseguir algo de comer para él y su abuela Fasdalia, eran los únicos dos en aquella casa. El muchacho se dió vuelta y pudo ver que la casa de madera era pequeña pero acogedora, el chico tenía el cabello hasta su cuello,  las cejas cortadas hasta la mitad y un aro que colgaba una piedra en su oreja izquierda. Eso quería decir que todavía no se había vuelto un hombre. 

De repente la tercer caña se tensó y se empezó a doblar, el muchacho subió por la caña hasta la punta con sus manos y pies descalzos en el extremo fijó su vista en aquella cuerda todo se tambaleaba, el puerto, la caña y hasta el cuerpo de Amvaquar pero su cabeza su vista estaban quietas en la cuerda, la tocó un par de veces para corroborar que el pez estaba tirando lo bastante fuerte de aquella carnada y bajó.

—Hoy vamos a comer Rey azul —dijo Amvaquar para sí mismo. Sacó la caña de su lugar y el impulso del pez lo llevó hasta el último tronco con el cual había sido construido aquel seguro puerto. De repente el muchacho paró en seco posando sus pies en lo que parecían ser piedras invisibles. Siempre había tenido esa habilidad cuando plantaba sus pies parecía como si una fuerza invisible lo parara para no caer. No necesitaba montículos de madera ni nada. Era muy extraño. El chico pensaba que estaba bendecido por el mismo Narelam para llevar comida a su hogar.

Con fuerza el chico hizo un paso hacia atrás plantándose con su piedra invisible unos centímetros atrás, lo hizo nuevamente con su otro pie el cual plantó nuevamente en otra piedra invisible. La cuerda dejó de tensarse y el chico cayó al suelo, no llevaba remera así que el golpe hizo que se cortara con una astilla del tamaño de su dedo meñique cerca de su pecho. El pez comenzó a tirar nuevamente y Amvaquar no podía retomar la compostura. A Pocos centímetros de del final del puerto logró reincorporarse y plantarse en aquel final del puerto, un paso en falso y caería veinte o treinta metros hacia las rocas filosas y el mar helado. El chico no sobreviviría, dió media vuelta y comenzó a caminar hacia delante (hacia su casa) con la caña en su hombro derecho. Las piedras invisibles le ayudaron y dieron el soporte necesario para plantar sus pies donde él los iba poniendo, parecía magia. Una vez el tirón de la cuerda fue menor, sabía que había logrado sacar el pez fuera del agua, Amvaquar tiraba de la cuerda dejándola a un costado poniéndola en el suelo en forma de círculo.

 La fuerza que debía implementar no era tanta los últimos metros de cuerda ya estaban a la vista (Amvaquar había señalizado con un punto negro cada cinco metros) por fin el sabrozo pez se vió en el filo del puerto.

Corrió hacia su presa, debía de pesar siete o ocho kilogramos, Amvaquar agarró por el cuerpo al pez y lo ató de un extremo de otra cuerda, el otro extremo estaba atada al último tronco que componía el puerto mismo, entre caminar por aquellas movedizas maderas que ya uno parecía ir borracho y el pez que se quería escapar de las manos de su cazador varias noches se habían quedado sin cena por el pescado que caía por el costado del puerto, con ayuda de la cuerda  su comida quedaba suspendida a pocos metros.

Amvaquar dejó el pez sobre la hierba a unos metros de la cornisa y se regresó para guardar sus demás cañas de pescar, tomó la cuerda y se la colgó en el torso. Tiró de la cola del pez y tomó camino a su casa, dejó el pez en la puerta de la misma y regresó a sus labores, como en su casa eran dos personas tenía que hacer casi todos los trabajos pesados él. En su pequeño huerto ya tenía asmarol y crisaliduras (eran las únicas dos verduras que podían crecer en esa estación en concreto en ese lado del continente) tiró con fuerza del único que se veía del asmarol, estaba formado por una liana que salió desprendida sobre aquella tierra fértil como un cordón, su forma era de un tubo con hileras de espinas a su alrededor dependiendo del asmarol podia tener entre seis y diez hileras de espinas verde claras, el cilindro era de color celeste y en el interior negro tenía un sabor agrio cuando no se cocinaba. Amvaquar recordaba haber probado uno de niño, su abuela los hacía en una gran sopa que le daba un sabor totalmente diferente.

Tiró del segundo asmarol y se cortó su liana. Por Narelam, ¿Por qué me hacen sufrir tanto estos vegetales? Pensó el chico. Amvaquar pisó en la tierra con fuerza y un par de asmaroles salieron, tendrían que haber sido sus piedras invisibles, no había otra explicación. A medida que el muchacho iba haciendo el trabajo sus piedras invisibles le ayudaban a sacar dichos vegetales el décimo sexto asmarol emergió de la tierra y ahora era el turno de las crisaliduras, eran algunas de las pocas frutas que se consiguen desde debajo de la tierra. 

Comenzó con su infalible método de extracción, con su pico de piedra golpeó sobre la tierra a los lados dejando la base bastante molida para poder sacarla con sus manos y no terminar con los dedos llenos de sangre, en el primer sector una vez que la tierra se secaba podía ser tan dura como una piedra. Sacó toda la tierra de alrededor de la fruta y allí quedó lista para salir, la crisalidura tenía un aroma dulce que desprendía de sus tantos “gajos corazón” eran pequeños de color amarillo y se extendian por todo la fruta uno por encima del otro como diminutas solapas. Si todos los gajos corazón eran sacados solamente quedaba el racimo en el centro del racimo tenía una minúscula piedra brillante, no era costosa pero por ahí le daban unos merecidos trueques por una buena cantidad. Fruta por fruta, gajo corazón por ajo corazón el muchacho fue acomodando la tierra para sacar más libremente cada una de las crisaliduras. Una vez que terminó salió de su pequeño huerto, tomó su canasta de mimbre y colocó todo lo recolectado en ella. De camino a su casa (la huerta quedaba a pocos metros de su hogar) pudo ver por la débil luz de las velas qué dos personas en el interior de la diminuta casa (Tenía dos habitaciones) el chico se colocó la remera marrón, era blanca pero la mugre la hacía marrón. Tomó su hacha que usaba para cortar leña, estaba construida con una piedra filosa y un palo. El hierro era muy caro para permitirse aquel lujo. Tendria que juntar piedras de crisalidura por veinte años para pensar en hacer un trueque por una herramienta de hierro.



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En el texto hay: poderes, poderes y fantasia, trauma infancia

Editado: 28.10.2022

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