La hermandad de Delrich - Máleran 2 | libro 2.

Parte 7: Espirituales.

Tiempo:

6:34 pm, 11 abril de 1432.

Lugar:

Templo de los Espirituales, Sector Cuatro, Continente Ranmer.

 

La brisa estaba corriendo sobre la única montaña del pueblo, detrás de las ochocientas escaleras se encontraba el templo de los espirituales, dentro de poco sonarían las primeras campanas para anunciar a los monjes que se levantaran. Zacarias aún estaba recostado en su cama que eran un par de sabanas y colchas tiradas en el piso, estaba tapado con una de ellas, la primera campana sonó y el chico se incorporó quedando sentado en su cama, casi fue como una respuesta totalmente mecanizada en su cabeza, primera campana, levantarse. Segunda campana, desayunar el grano de Otisogi con algo de agua. Tercera campana, a su trabajo. Siempre era lo mismo.

Se colocó su túnica de color blanca y mojo su cara en un cuenco que tenía al costado, abrió la cortina de la entrada a su dormitorio y cuando sacó el seguro la cortina se enroscó en el techo, la mayoria de los monjes ya habian salido de su correspondiente habitación y aquel pasillo ya estaba lleno de monjes. Marcharon en filas de una persona y en el gran salón que se encontraba al lado del pasillo de las habitaciones se sentaron en un espiral en el gélido suelo.

Un anciano se presentó sobre ellos en una plataforma que bajó desde el techo y quedó sobre la cabeza de miles de monjes, llevaba la misma túnica blanca con detalles en su costado en un color verde esmeralda. Su cabeza calva tenía un gorro que iba en forma ascendente del mismo color que su túnica y con los mismos patrones. El anciano aclaró su voz y dijo:

—Demos gracias a los espíritus por otro día de vida, encargense de trabajar duro para que nuestros hermanos encuentren el lugar donde descansa Aleco, nuestro rey, muchos creen que son malvados pero nosotros les decimos que los hemos visto y podemos corroborar de que son buenos, ellos nos llenan de energía —el anciano golpeó un tambor enormes con la palma de sus manos y la plataforma comenzó a subir nuevamente hasta desaparecer volviendo a formar parte del techo, estaba tallado y era parte de la misma montaña, una pequeña figura un humano ascendiendo a la divinidad con la figura de centauro representando al mismísimo Dios, Narelam. Parecía haber sido tallado por el mismo Narelam, pues no tenía ninguna imperfección. Pero había logrado tallarse con ayuda de la única persona que lograba transformar la madera de tal manera que quedara así de perfecta para lograr una representación exacta, como una pintura sobre madera, esa persona era Zacarias. 

Desde hacía años los monjes lo habían acogido por su habilidad innata, ninguno de los allí presentes jamás se preguntaba ¿Él por qué? Simplemente lo aceptaban como un regalo del mismo Aleco.

Zacarias abrió un pequeño compartimiento debajo del suelo era como si hubiera un hueco cuadrado, desde debajo sacó la comida, formaba parte del desayuno y almuerzo. Todos los demás monjes lo imitaron en silencio y comenzaron a comer poniendo en dos de sus dedos pequeñas castañuelas que usaban como cubierto para recoger la comida. Al terminar su desayuno almuerzo, todos se levantaron al toque de una campana y marcharon en fila de dos.

—Zacarias, oye Zacarias —llamó su maestro, dirigió su vista hacia arriba.

—¿Qué quieres Faltur? —contestó Zacarias, que tenía el cabello blanco al igual que la piel, era tan alto como una puerta e increíblemente grande para sus pocos quince años. Su túnica tenía un fino corte que cruzaba toda su espalda, al igual que todos allí dentro entre esa falta de tela estaba su cicatriz de bienvenida a los Espirituales.

Faltur era un señor mayor y parecía tener siempre la razón, ser un hombre sabio aunque solamente tuviera la pinta. Sus arrugas apenas dejaban ver sus ojos y con uno de ellos casi no podía ver. 

—¿Quieres que vayamos a la cima esta noche? —preguntó su maestro golpeando al muchacho con un débil empujón que lo desestabilizó, trastabillando y casi con el grandulón cayendo sobre sus pies descalzos.

—Tengo muchas tareas Faltur, no es la noche. Otro día podría ser, pero hoy no creo —contestó el muchacho sin el más sentido del enojo a su maestro por el empujón.

—Por favor, hoy llegan los monjes de su expedición. Seguro que vendrán con buenas noticias.

—¿Estás seguro? Será lo mismo que las veces anteriores, hemos llegado a recorrer todo el continente pero no logramos encontrar nada —contestó imitando la voz de su líder (El anciano que se había presentado minutos antes en el desayuno) en ese aspecto Zacarias era un poco escéptico, no esperaba que se encontraran las ruinas de Aleco con tanta facilidad, de hecho habían pasado mil cuatrocientos años y nadie la había descubierto.

—De acuerdo, recuerda que te lograré convencer para la noche. ¿Qué tienes ahora? —consultó Faltur cambiando de tema—. Parece que las monjas también irán —añadió.

—Tengo que practicar Pulsadeas —comentó divertido el joven de cabello blanco—, sabes que no podemos hablar con las monjas.

Los dos habían salido al patio previo a las escaleras era un lugar inmenso dividido en cuatro cuadrados cada cuadrado estaba dividido por una vereda y alrededor del patio estaba una galería que cubría todo el rededor. Cada cuadrado era para un labor en concreto, en el primero de ellos estaban las granjas que se usaban para cosechar las comidas y bebidas (granos de Otisogi) la bebida salía de la savia que soltaba la planta aunque era alcohol todos debían tomar una vez al mes, incluso los menores, cuando se festejaba el evento mensual del rey de los espirituales: Aleco.



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En el texto hay: poderes, poderes y fantasia, trauma infancia

Editado: 28.10.2022

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