La hermandad de Delrich - Máleran 2 | libro 2.

Parte 11: Alidaria.

Tiempo:

8:13 am, 5 de junio de 1432.

 

Lugar:

Castillo del rey Vilril, Sector Seis, Continente Ranmer.

 

La joven Makkia oyó los cánticos de los gallos a las fueras de las murallas del castillo, bostezó un par de veces y se desperezó en su cama de dos plaza estirandose tanto como pudo, ni estirándose llegó a cubrir aquella inmensa cama, con su reluciente cubrecama de color amarillo. 

Se incorporó sobre el respaldar y estiró sus brazos una vez más, sonrió al ver que el día estaba nublado, la Alidaria Makkia odiaba el calor profundamente, más que cualquier cosa en el mundo. Su sonrisa se apagó cuando lo recordó.

No puedo estar sonriendo, pensó. Makkia tienes que permanecer sin sonreír, se ordenó a sí misma dentro de su mente. Ese horrible sentimiento de felicidad tiene que desaparecer cuanto antes. La Alidaria borró nuevamente la sonrisa de su rostro y caminó hacia la única ventana que tenía su habitación, se encontraba en la cima de aquella torre. Desde allí podía divisar todo el pueblo, a veces se imaginaba que era alguna de aquellas personas “comunes” con necesidades de campesinos. Algo positivo tenía que ver desde la posición en la que se encontraba.

Ojalá pudiera salir a ayudar a aquellas personas, pensaba. Algo estaba haciendo para cambiar eso, inclusive en el estado en el que se encontraba podía hacer tareas para cambiar un poco. Su aya llamó a la puerta tocando tres veces: 

—Adelante, Bashaz —dijo Makkia. Bashaz ingresó, debía de tener  al menos treinta años, había servido a la familia desde que tenía memoria. Y había sido una fiel acompañante de Makkia Vilril.

Bashaz dejó una bandeja sobre la cama y fue hasta dónde se encontraba Makkia para empezar a peinarla, el cabello marrón claro de la Alidaria debía ser peinado con tres peines diferentes. Luego de media hora de cepillado Bashaz colocó la peineta de color plateada con una gema en el centro de color morada, su cabello estaba tan largo que a pesar de todas las prensas que podían ponerle ninguna le ajustaba tanto (Y quedaba tan elegante) como aquella peineta plateada heredada de su madre. Bashaz le colocó su corset apretandolo lo más que pudo seguido de su vestido color crema y un polvillo blanco que terminó rodeando toda la cara, se terminó de colocar sus guantes blancos y se dirigió al medio de la habitación. No sabía porque tenía que vestirse así si nunca salía de esa habitación. Le encantaba vestirse con aquellos lujosos vestidos y maquillaje, pero no le encontraba sentido el hecho de vestirse tan elegante para nada.

—Gracias —contestó cortante, sin ninguna mueca de sonrisa por su bello aspecto, se miró en su inmenso espejo y mantuvo la misma seriedad que se había propuesto tener esa misma mañana y cada una de las mañana anteriores desde hacía diez largos años. 

—De nada mi señorita Alidaria —contestó Bashaz—. ¿Quiere desayunar? 

Makkia asintió.

Bashaz fue a buscar una mesa que tenía a un costado, la corrió hasta dejarla en medio de la habitación. Colocó la bandeja que antes había dejado sobre la cama y acomodó el sillón ablandando los almohadones para que estuvieran cómodos para su Alidaria. Makkia se sentó y miró la bandeja, tenía una cesta pequeña repleta de pan caliente, estaba bajo un servilleta de cuadros para mantenerlos calientes, una tetera y taza de porcelana color blanca con detalles en rosa claro contenían el té seguramente, de un pequeño jarrón sacó cinco cucharadas de azúcar las cuales vertió al mismo tiempo que el té y lo comenzó a remover.

Desvió su vista a lo que realmente le interesaba, una diminuta caja de metal de no más de tres centímetros de alto, su mano se fue directa hacia la cajita de metal, como si su brazo tuviera vida propia.

—Alto Makkia, primero debe tomar su té —advirtió Bashaz—. Tome su té, y luego podrá sacar un cuadradito. 

—Lo sé, lo siento —dijo retrayendo su mano hasta su regazo, donde colocó una servilleta. No sabía en qué momento había hecho esos movimientos parecía que sus manos se habían movido sin que ella lo supiera.

Tomó un par sorbos de su té y dijo:

—¿Alguna vez podré dejar eso? 

—Apuesto a que sí querida, usted podría dejarlo cuando quisiera, el problema es que debe encontrar otra forma de no manifestar su felicidad. De alguna otra manera, tiene que haberlo. Siempre hay una solución señorita Alidaria.

—¿Y mi padre todavía no ha encontrado una cura?

—Le aseguro que su padre está haciendo todo lo posible por encontrar su cura, pero no es fácil. No se han detectado casos de su enfermedad en ninguna otra parte del mundo, su padre es un hombre con poder y mucha trascendencia, el proximo medico que la viste, seguro hallará una cura.

—Eso fue lo que dijeron de los otros setenta y tres anteriores —contestó Makkia, llevándose un trozo de pan a la boca. Tomó el último sorbo de té, y por fin tendría su recompensa, no más pensamientos felices, no más sonrisas, no más preocupaciones por estar feliz y desatar un caos en las personas que tanto apreciaba, hasta claro, ocho horas después.

Llevó su mirada hacía la diminuta pero valiosa cajita de metal (No por la propia caja en sí, sino, por su contenido) y regresó la mirada a su aya con sus ojos negros y mejillas regordetas.



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En el texto hay: poderes, poderes y fantasia, trauma infancia

Editado: 28.10.2022

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