La Hermandad Interestelar

4. EL EXORCISTA DE VILLA GRIS

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EL EXORCISTA DE VILLA GRIS

Soccer y seres del mundo demoníaco

 

–¡No lo comprendo, Jaime!– me dijo Armony, quien me había acompañado al trabajo esa tarde a cambio de una rebanada de pizza –¿Por qué sigues asistiendo al trabajo de repartidor de pizzas? Tu batalla es en menos de dos semanas. ¿No crees que cada minuto sin entrenar es crucial para salvar tu vida? ¿No te sientes mal por perder así el tiempo?

Cuando terminó de hablar, dejé caer su rebanada de pizza sobre la mesa. Sus palabras me habían dejado helado de miedo.

–Yo creo que se debe a que esto ayuda a relajarse a mi amigo– observó Abraham, que había aparecido tras la puerta de la cocina con una rebanada de pizza para otro cliente –De algún modo, seguir con su vida normal le hace sentir que todo está bien y que nada va a pasar…

–Gracias, Abraham…

–…!lo cual es engañarte a ti mismo! Armony tiene razón, Jaime: deberías pedir permiso de faltar por un tiempo y ponerte a entrenar en serio con tu aeronave.

Mi amigo nos dejó reflexionando sobre la idea mientras cruzaba el local para entregar su pizza al joven que acababa de ordenar. Este estaba sentado en la esquina más recóndita del lugar y oculto tras una gabardina, y llevaba un sombrero, lentes oscuros y una bufanda que ocultaba su rostro, como si se ocultara de alguien.

–Aquí está su pizza.

–Gracias– dijo este al recibir su comida –¿Tendrás por casualidad un poco de orégano?

–Veré si queda algún sobrecito en la cocina, amigo.

Abraham se dirigió a la cocina mientras yo recibía a otro cliente que acababa de llegar, portando un atuendo muy extraño por el día de las plumas. Llevaba puesta una máscara de médico brujo y un penacho de plumas púrpuras, y era increíblemente bajo de estatura. Tanto así que al verlo, creí que se trataba de un infante.

–Buenas tardes. ¿Puedo tomar su orden?

El pequeño respondió algo que sonó como “Ugabuga” y me miró fijamente con sus diminutos ojos que se veían a través de los orificios de su máscara. Había algo muy extraño en ese personaje, y no lograba entender de qué se trataba.

–Disculpe, amigo. No le entendí. ¿Qué va a ordenar?

Volvió a repetir el mismo sonido, y después a ejecutar lo que a primera vista me pareció un inusual paso de baile. Retrocedí al notar que en su pequeña mano tenía una lanza del tamaño de un matamoscas.

–No le entiendo nada. Quizás si se quitara la máscara le entendería mejor…

El diminuto hombrecillo siguió bailando sin hacerme caso y sin previo aviso arrojó su lanza, que surcó rápidamente la pizzería para quedarse clavada en la pared, no sin antes atrapar y hacer un agujero en el sombrero de otro cliente.

–¡Qué significa esto!– gruñó el enfurecido comensal ante el insulto recibido –¿De dónde ha venido eso?

–¿Por qué hizo eso?– pregunté al pequeño médico brujo, pero cuando volví mi vista hacia donde lo había dejado, ya se había esfumado. Entonces el sonido de varios platos cayendo de la mesa y haciéndose pedazos, así como de queso derretido estrellándose en el piso, que di con él.

El pequeño monstruo se encontraba bailando sobre las mesas de los otros clientes y pateando las rebanadas de pizza para hacerlas caer. Ágilmente y sin que yo pudiera hacer nada por detenerlo, saltó de una mesa a otra, pisoteando y haciendo caer la suculenta pizza de Mairo. Los clientes estaban horrorizados, aunque no tanto como yo.

–¿Qué hace?– grité, intentando sujetarlo, y entonces me percaté de que la criatura tenía una cola peluda –¡Señor! ¡Contrólese por favor!

Pero no se trataba de un hombre, y por lo que podía ver, se trataba de una criatura simiesca pero definitivamente no un chimpancé. Noté entonces que su pelaje era púrpura y su cola tenía punta de flecha. Sus pequeñas manos tenían garras afiladas, las cuales utilizaba para desgarrar bolsos y sombreros conforme saltaba de las mesas. Los clientes empezaban a levantarse, tan indignados como aterrorizados.

–¡Basta! ¡Te lo suplico!

Entonces logré atraparlo y lo sujeté por un momento, pero sólo conseguí desprender su máscara. Entonces lo que vi me hico estremecer de terror: la criatura no tenía cabeza, su máscara, y los ojos que se veían a través de ella, eran su rostro.

Soltando un grito de terror, arrojé la máscara pero ésta, en vez de estrellarse contra el piso, flotó para regresar a su cuerpo y el pequeño demonio continuó saltando de mesa en mesa hasta llegar a la que se encontraba en la esquina, donde el cliente al que Abraham había dejado esperando su sobrecito de orégano, se encontraba impaciente por comer su pizza.

Cuando el pequeño monstruo saltó hacia la mesa de este cliente, este reaccionó como un rayo y se despojó de los accesorios que cubrían su rostro, para después dar un salto.

En un abrir y cerrar de ojos el extraño saltó también sobre la mesa y dio al monstruito una patada tan fuerte que lo mandó a volar hasta el otro lado del restaurante y lo hizo golpearse contra la pared.

–¡Tenías que ser tú, odioso enano!– exclamó ante la asombrada multitud, que rumoraba ahora que su rostro estaba descubierto.




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