La hija de dragones

Capítulo 8.

25/06/450.
Antiguo feudo franco de Sacrá.
330 años antes de la profecía.

Una pequeña pero reconocida familia que trabajaba en el diseño y confección de ropa para grandes casas e, inclusive, para los reyes, vivía una vida honorable, pero lo que no sabían era que su vida y destino cambiarían.

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**Sarey Másserattí**

Después de horas de trabajo, por fin había terminado el vestido de la condesa Flor, un hermoso vestido color rosa pálido con mangas pomposas y un corset en corte recto. En él había pequeños detalles de flores en un tono rosado más fuerte, una falda amplia hecha en tul con pequeños diamantes cosidos a mano. Un trabajo complicado que me hizo mantenerme despierta hasta muy altas horas.

- ¡Amor! Voy a salir a llevarle el vestido a la condesa.

- Está bien, cielo, ve con cuidado.

A unas cuantas calles de la casa de la condesa, estaban arrestando a una pareja de señores mayores. No podía quedarme viendo cómo los trataban; de seguro podría ser un malentendido, así que decidí acercarme.

- Disculpen, señores oficiales, ¿pero qué está pasando con esta pareja?

- Señora Másserattí, es un placer verla. Están acusados de no pagarle al conde Mount.

- Yo pagaré esa deuda.

- Son 70 natres.

¡Por los dioses! ¿En qué tipo de problema se habrán metido? Pero me comprometí a pagarlo, y lo haré.

- Está bien, señor oficial. Aquí está el dinero.

- Bueno, señora Másserattí, fue un gusto verla.

El oficial se fue, dejando a los dos señores liberados. ¿Pero qué habrá pasado? Y, ¿por qué les habrán puesto una multa tan alta? Decidí girarme para preguntarles a la pareja.

- Disculpen, pero, ¿por qué les pusieron una multa tan elevada?

La pareja me miró con agradecimiento y preocupación en los ojos. El hombre, de cabello canoso y arrugas profundas, comenzó a hablar con una voz temblorosa.

- Gracias, joven. No sabemos cómo agradecerle.

La mujer, con lágrimas en los ojos, agregó:

- Solo queríamos hacer nuestro trabajo, pero tenemos prohibido hablar de lo que pasó.

Mis pensamientos se agolpaban, preguntándome por qué el conde Mount había actuado de esa manera. No solo había arruinado a una pareja trabajadora, sino que además parecía ser parte de un juego más grande.

- Si necesitan ayuda adicional, no duden en buscarme. Mi familia y yo somos diseñadores. No es justo lo que están viviendo.

El hombre asintió, agradecido, y la mujer sonrió con una calidez que iluminó su rostro.

- Gracias, joven. Siempre recordaremos su amabilidad y le pagaremos cuanto antes.

Mientras me alejaba, un frío recorrió mi espalda. Las intrigas de la nobleza parecían más profundas de lo que imaginaba, y comenzaba a darme cuenta de que este acto de bondad podría tener repercusiones más oscuras en mi vida de lo que alguna vez pensé. Ahora que los detallaba más a fondo, mientras se iban, parecían brujos, pero tal vez solo era mi imaginación. Seguí con mi camino a la casa de la condesa, dispuesta a entregar el vestido y no tardarme más.

Al llegar a la majestuosa casa de la condesa, me detuve un momento frente a la puerta, tomando aliento. El lugar tenía una grandeza que siempre me dejaba maravillada, pero en esta ocasión, el peso de lo que había presenciado me llenaba de inquietud. Los jardines estaban llenos de flores florecientes que contrastaban con la sombría situación que había presenciado antes.

Un sirviente abrió la puerta, reconociéndome al instante.

- Bienvenida, señora Másserattí. La condesa Flor la espera en el salón principal.

Agradecí con un gesto y seguí al sirviente. Mientras caminaba por los pasillos adornados con tapices finos y cuadros de nobles antepasados, mis pensamientos volvían a la pareja que había ayudado. ¿Quiénes eran realmente? Nunca había visto a personas de su edad involucradas en tales escándalos.

Al llegar al salón, encontré a la condesa Flor sentada en un elegante sillón con un aire de majestuosidad que la rodeaba. Su vestido, un despliegue de sofisticación, era de color azul marino, y los diamantes que adornaban su cuello brillaban a la luz de las velas.

- Querida Sarey, ¿dónde está mi vestido? - preguntó con una voz melodiosa, pero que al mismo tiempo tenía un toque de impaciencia.

- Aquí está, condesa. He trabajado arduamente en su confección. Espero que le guste - respondí, acercándome con el vestido perfectamente doblado sobre mis brazos.

La condesa tomó el vestido con un gesto delicado, y comenzó a inspeccionarlo. Mi corazón latía rápidamente mientras la miraba analizar cada detalle.

- Hmm, muy bien. Tus habilidades continúan mejorando, Sarey. Aunque... - hizo una pausa, con una sonrisa que rápidamente se tornó en un gesto pensativo -. Dime, ¿no has oído rumores sobre el conde Mount?

La pregunta me tomó por sorpresa.

- No, mi señora. No me he enterado de nada. ¿Qué ha sucedido?

- Dicen que está buscando una buena ocasión para hacer un escándalo. Ha estado muy interesado en ciertos trabajos de brujería ... más de lo habitual. - Su mirada se volvió severa, y sentí que pesaba cada palabra.

El sudor comenzó a acumularse en mi frente. La situación que había presenciado con la pareja parecía estar ligada a esto.

- Lo siento, condesa, pero hoy vi a una pareja mayor arrestada por no pagarle al conde. Lo ayudé a saldar su deuda, pero no sé muy bien qué estaba pasando.

La condesa frunció el ceño.

- Sarey, ten cuidado. No te involucres más de lo necesario. Los nobles suelen jugar con la vida de otros por entretenimiento. Es mejor mantenerse alejado de tales asuntos.

Asentí, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Me preguntaba en qué me había metido. Sin embargo, algo dentro de mí no podía simplemente ignorarlo. La injusticia que había presenciado me había dejado con un sabor amargo que no podía desechar.

- Entiendo, condesa. Prometo ser cautelosa.




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