La Hija del Alfa

Codigo rojo

El ruido de las ambulancias parecían no tener fin; había sucedido una tragedia, una coalición de varios automóviles por culpa de un camión que se quedó sin frenos. El panorama no pintaba bien. El área de urgencias del hospital general no tenía espacio para ni uno más.

—¡Amara! ¿Dónde está Amara?

—¡Hay un parto! ¡Quirófano 2! —respondió una de las enfermeras a la doctora.

—Tendrá que preparar otro más, el doctor Aguirre necesita una enfermera pronto, una de las heridas del choque está embarazada y es código rojo.

—Iré por ella doctora — exclamó

—Deprisa, intercambia con ella, Gabriela…

—Entendido, doctora.

Gabriela corrió por los pasillos a toda prisa, el parto seguramente estaba por terminar, el caos se había suscitado en un periodo de una hora, Amara era la enfermera de obstetricia y la más calificada, esto se debía a lo aplicada que fue durante la carrera, su residencia y sin duda los sueños que quiera cumplir. Era admirada por muchas enfermeras, aunque también algo odiada porque podía llegar a ser muy soberbia, pero de que era una enfermera capaz, lo era, todo a su corta edad.

Nada tenía que ver que fuera novia de uno de los cirujanos destacados del hospital, claro que no, Amara no generaba envidia por tener la vida perfecta que cualquiera desearía querer tener.

—¡Amara, código rojo, parto! — gritó Gabriela en la puerta del quirófano —Con el doctor Aguirre.

—¿Qué ha pasado? —cuestionó observando al doctor, quien señaló que saliera de su quirófano.

—Yo me quedaré doctor —indicó Gabriela.

—No es necesario, ya terminamos, el bebé está bien y la paciente también.

Amara salió corriendo botando la ropa quirúrgica, Gabriela detrás de ella.

—Un fuerte accidente, tenemos urgencias llenas, un camión se quedó sin frenos, hay niños heridos, personas de la tercera edad y toda una familia…

—Tan malo ha sido —dijo Amara, sorprendida y emocionada; era algo que no todos podían entender, esa energía que emanaba de ella cuando las cosas eran más complicadas de lo normal, parecía disfrutar los retos.

Pero Gabriela no necesitó decirle más, en cuanto abrió las puertas de urgencias el ambiente cambió súbitamente, la tensión estaba en el ambiente, todo eran gritos, sangre, doctores atendiendo, enfermeras corriendo de un lado a otro, niños llorando.

Amara pensó que debió haber comido cuando pudo el sándwich que cargaba en su lonchera desde la mañana, pero se dijo a sí misma que terminaría el día con un sushi de su lugar favorito, al parecer ni siquiera saldría de allí para ver el amanecer.

El doctor Aguirre empujaba una de las camillas con la paciente en código rojo, Amara se apresuró a acompañarlo.

—Amara, al quirófano de trauma urgente. Tenemos una presentación cefálica deflexionada de tercer grado, no va a progresar. Además, el Doppler umbilical no es reactivo. Necesitamos preparar todo para una cesárea de emergencia.

Amara escuchó las palabras del doctor y empujó la camilla mientras él conseguía al anestesiólogo, al pediatra y a quien pudiera, aquella declaración parecía imposible de sortear por el estado de la mujer, el bebé venía de frente con el cuello hacia atrás, y no había buen flujo sanguíneo entre la madre y el bebé por el cordón umbilical; esa criatura estaba sufriendo.

Empujar sola la camilla hasta el elevador fue más compilado de lo que pensó, todo mundo estaba ocupado, así que era ella sola mientras llegaba al quirófano, los médicos podían acceder más rápido. El guardia amablemente la ayudó cuando la miró; pero extrañamente al entrar el elevador algo sucedió, la alarma del hospital empezó a sonar.

—No puedo acompañarte al quirófano —dijo el guardia cerrando el elevador. Amara simplemente asintió, ciertamente todo estaba sucediendo en un solo momento.

Amara se tranquilizó, no era la alarma de fuego, pero ¿qué podía estar sucediendo para que sonara una alarma? Se concentró en su paciente, leyó los datos, no había ningún nombre registrado, solamente la edad, veinticinco años, la misma edad que ella. Las luces tintinearon, y dejó de lado el registro para ver a su alrededor.

El quirófano de trauma estaba totalmente equipado para cualquier situación, pero conseguir a todos los doctores necesarios en ese momento podía hacer la diferencia en el desenlace del bebé y su madre. El monitor que acompaña a la paciente pitaba, pero el del corazón del bebé era menos perceptible.

Amara observó los números del elevador, aunque eran cuatro pisos, aquello fue estresante, tener que llegar al tercero fue una eternidad, cuando las puertas estaban por abrirse hubo un apagón que dejó todo a oscuras y en silencio repentinamente.

El brusco temblor del elevador hizo que Amara se tambaleara, y la luz de emergencia roja proyectó sombras inquietantes. "Esto no puede estar pasando", pensó, observando la palidez de su paciente. Presionó los botones con firmeza, sin obtener respuesta. La puerta se detuvo entreabierta, ofreciendo una mínima ventilación. Con voz clara y urgente, gritó hacia el hueco: —¡Emergencia! ¡Enfermera con paciente crítico en traslado a quirófano de trauma! ¡Elevador atascado! ¡Necesitamos ayuda inmediata!

No hubo respuesta; siguió insistiendo y nada. Parecía que el pasillo estaba completamente vacío.

—Mi bebé —escuchó levemente; Amará regresó su atención a la paciente, quien comenzó a moverse.

—En un momento entraremos a quirófano, todo va a estar bien —dijo para tranquilizarla. Se acercó a ella para que pudiera verle el rostro. La mujer la observó y Amara sintió un escalofrío al mirar sus ojos amatistas, juraría haberlos visto resplandecer.

—Va a nacer —dijo moviéndose en la camilla, incorporándose.

—No se levante, estamos atascadas en el elevador, pronto vendrá la ayuda…

—Ella nacerá ahora —declaró la mujer aún más lucida, retorció su cuerpo hacia atrás y los monitores comenzaron a sonar precipitadamente —. Ella está sufriendo… mi bebé debe vivir.




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