La Hija Del Olvido

Capítulo dos. ¡Le habían robado!

Nueve años antes…

Siempre que regresaba pasando las seis de la tarde de la empresa de su padre, se encontraba la misma bicicleta transitando por ese sendero. Era irreconocible, a lo lejos se podía ver ese foquito rojo que titilaba debajo del asiento y un casco que protegía la cabeza de quien la manejaba. Nunca se detuvo a detallar cómo era esa persona, llegaba tan cansado y fastidiado de las exigencias de Artemis Dimou que apenas podía respirar, pero de alguna extraña manera se sentía acompañado, era como si le dijera a la distancia, “Solo un día más, resiste… Sígueme”. Porque Kalen, procuraba manejar detrás de ella, custodiando, mirando el pedalear que lo relajaba… Hasta que en una desviación se separaban para llegar a su destino.

No pasaban muchos automóviles, el camino rural y sin pavimentar hacía que la mayoría de las veces quedaran varados. Como en ese instante, aquella bicicleta se le había doblado la llanta trasera. Kalen salió de su auto y se acercó con la intención de ayudar, pero se detuvo en seco cuando escuchó que lo insultaba una dulce, pero potente voz femenina… sí, esa persona que lo guio y acompañó todas las noches de regreso a su mansión, era mujer.

—Regresa a tu auto, amigo. ¡No necesito otro idiota con sus deseos de ayudarme! —gritó ella, haciendo énfasis en las últimas palabras cuando sintió su presencia. No levantó la vista, seguía batallando con la bicicleta.

—No soy otro idiota… pero sí deseo ayudarte —dijo él y vio cómo la mujer se irguió al escucharlo. Jamás iba a saber que era una chica, porque llevaba un gabán que cubría la mayor parte de su cuerpo. «Qué incómodo debía ser andar en bicicleta con eso puesto», pensó.

Ella lo miró fugaz y después de detallarlo con desdén, girar su rostro para echarle una mirada a su auto, chasqueó su lengua.

—Tienes razón… no eres otro idiota… —comentó ella, su rostro se inclinó un poco y Kalen pudo detallar cómo sus iris lo miraban con recelo y lo hicieron sentir como aquellas veces en que su madre lo atrapaba en su habitación haciendo planos a altas horas de la madrugada, pero algo le decía que lo que iba a decir aquella mujercita sería muy diferente a un simple regaño—. ¡Eres el mismo idiota que me mira el trasero desde su auto como un acosador mientras se mastur…!

—¡¿QUÉ?! ¡¡NOOO!! YO NO ME… MAST… —la interrumpió y ni siquiera pudo terminar semejante barbaridad, abrió tanto los ojos que estaba seguro se le iban a salir de sus cuencas. «¡Cómo se atrevía a pensar y decir eso!»—. ¡Yo ni siquiera sabía que eras mujer!

—¡Ah, o sea que no importa ser hombre o mujer… igual te tocas! —comentó, aunque sus facciones le enseñaban lo molesta e irritada que estaba, sus ojos chispeaban burlones.

—¡¡QUÉ YO NO ME TOCO…!! ¡¡NI NADA DE ESO, MUJER LOCA…!! —No era un santo, pero su significado se plantó en su mente, el gabán no le permitía ver nada y tenerla delante suyo y de pie, podía apreciar cómo se pegaba a su esbelto cuerpo esa prenda… más lo poco que el casco dejaba a la vista de su lindo rostro, pero lo que a Kalen lo ponía incómodo era esa mirada desafiante. Pero ella volvió a hablar, interrumpiendo sus pensamientos…

—Vuelve a llamarme loca y te aseguro que usaré mi gas pimienta… —Lo señaló con su dedo, mientras con otra mano buscaba en su gabán y sus ojos lo acribillaban—, el tipo de hace un rato la pasó tan mal al intentar pasarse de listo y todavía me gritó que soy una desquiciada por andar lastimando a quien solo desea ayudarme. —Vio cómo alzaba sus manos y simulaba comillas cuando dijo la última palabra. Su rostro mostraba irritación y enojo al recordar lo que ese tipejo quería hacerle y disfrazarlo de buen samaritano—. ¡Ojalá se quede ciego! ¡Y sin descendientes! Todos los hombres son iguales, ven a una mujer sola y en automático piensan en aprovecharse. Bien, me lo dijo don Emiliano, «No te confíes de nadie, niña. Nada es gratis», ¡¡DEGENERADOS!! ¡Sucios! ¡¡Hijos de…!!

Kalen se quedó estático ante lo que ella le soltó sin respirar y por un instante, deseó haber pasado antes y romperle la cara al imbécil que trató de sobrepasarse, pero no logró decir nada porque en cuanto ella terminaba su exabrupto, vio cómo sacaba del bolsillo su arma. Abrió sus ojos y por instinto, alzó sus manos para hacerle entender que no le haría daño y sobre todo, tranquilizarla.

—¡EY! ¡EY! Me disculpo por llamarte de esa manera. Te aseguro que mi intención solo es ayudarte. —Esperó a que ella cediera, la miró con intensidad, tratando de transmitirle confianza. Lo que menos quería es que su presencia la hiciera sentir como unos momentos antes cuando se encontró con aquel tipo.

¡Era una mujer peligrosa! ¡No solo lleva gas pimienta, sino también una lengua que puede derribar a un hombre! Sin embargo, se percató de que, aunque ella tenía carácter y era capaz de defenderse sola, estaba agotada…

Ella lo miró unos segundos, tal vez minutos. Kalen no lo supo, pero fue mágico ver esa dualidad en sus ojos, como de a poco relajó sus facciones. Y al sentir que se había perdido en su mirada, ella desvió la vista, guardó su arma y se concentró en su vehículo. No dijo más nada, solo movió su mano como si le restara importancia, aunque podía notar que estaba perdiendo la paciencia.

Pero Kalen no se marchó.

—¡Carajo, hombre! ¿No te ibas ya? Deja de mirarme o por lo menos muévete que me tapas la poca luz y no logro desarmar esta porquería oxidada.

Kalen había notado en esos pocos minutos que era una mujer de carácter, seguro no pediría ayuda o si lo hizo alguna vez, no era de la manera más convencional.

—Si me dejaras ayudarte desde que me detuve, esto no estaría pasando, seguirías tu camino y yo el mío —expresó tranquilo, haciendo contacto con sus ojos, tratando de transmitirle que podía confiar o por lo menos que no tenía segundas intenciones… y así fue o por lo menos quiso creer al ver que de sus ojos se despejaban esas señales de duda y su cuerpo dejaba de estar a la defensiva—. ¿Puedo? —preguntó señalando su vehículo.




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