El despacho de arquitectura “Dimou y Asociados” estaba en un edificio de cristal, imponente y frío como su dueño. Kalen cruzó el vestíbulo con paso firme pero dentro de él, cada escalón pesaba… porque a veces el deber no pesa en las piernas, sino en el alma.
—Buenos días, joven Kalen —saludó su secretaria. Una mujer de edad avanzada y la única que daba gusto ver todos sus días en esa empresa.
—Hola, Clarita —respondió el castaño con amabilidad—. ¿Alguna novedad? ¿El dueño y señor ya llegó? —susurró con gracia mientras entraba a su oficina, dejando su portafolio sobre la mesa y encendía su ordenador.
—Ya, hace un par de minutos antes que usted… me sorprende que no se lo haya encontrado en el elevador —dijo Clarita sonriendo, siguiendo su juego, ya que sabía que Kalen subía por las escaleras para evitar encontrarlo—. Me pidió que le informara que en cuanto llegara fuera a su despacho —comentó seria, a la par que le acercaba una carpeta.
Kalen alzó su mirada, sabía que en ese tono de su secretaria le anunciaba que no le iba a gustar lo que iba a encontrar en esa carpeta que le entregó. Y así fue… Ni siquiera se tomó el tiempo de sentarse, que en cuanto su mente recibió la información, se dirigió al despacho de su padre.
—Joven Kalen… —Lo detuvo Clarita al ver cómo su jefe crujía su mandíbula y su mano, aquella que no llevaba lo que lo puso mal, se cerraba en un puño y a paso veloz ingresaba al elevador que lo llevaba al piso más alto del edificio—. No permita que le quite su buen humor…
«No permita que le quite su buen humor…», repetía Kalen como un mantra, mientras su vista se concentraba en el cristal que reflejaba su rostro… «Pero qué difícil era», pensó y soltó el aire que no se había dado cuenta de que retenía en su pecho.
Desde aquella noche en que le anunció la enfermedad de su madre, Kalen había accedido a todo lo que su padre dictaba y aunque nunca estuvo de acuerdo en cada negocio que cerraba, lo hacía por ella… «¿Quieres los mejores doctores? Ya sabes qué hacer…» recordó aquellas palabras tan crueles cuando él se negó por primera vez.
Soltó un suspiro antes de que las puertas del elevador se abrieran… Recordó lo que había hecho la noche anterior y con eso se dio las energías que necesitaba para enfrentar una vez más a su padre.
Artemis Dimou, lo esperaba en su gran trono. Traje oscuro, manos cruzadas, rostro de mármol. Frente a él, los planos del nuevo proyecto, un conjunto habitacional que arrasaría con un pequeño bosque al sur de la ciudad… eso era lo que le había molestado a Kalen.
—Llegas tarde —soltó sin levantar la vista.
—Cinco minutos —replicó Kalen, mientras dejaba caer la carpeta en el escritorio de su padre.
—Cinco minutos que pueden costarnos millones. —Artemis levantó la mirada con dureza—. Necesito que cierres con los hermanos Segura esta semana. Tienen todo listo, solo falta tu aprobación como jefe de diseño.
—¿Los mismos que compraron la reserva ecológica con un permiso falsificado?
Artemis frunció el ceño, la moral de su hijo era una piedra en el zapato y ya empezaba a cansarse de sus actitudes inmaduras.
—Tú no estás aquí para juzgar a los clientes, Kalen. Estás aquí para diseñar y para hacer lo que yo ordene —soltó mordaz su padre.
—Estoy aquí porque mamá está enferma —le espetó sin filtro—. Y tú sabes que, si pudiera, estaría en otro lugar. Haciendo otra cosa que no se sienta tan... vil.
—Pero no puedes, ¿verdad? —comentó Artemis con burla y frialdad—. Además, esto que tú llamas vil es quien paga cada tratamiento, cada médico y las enfermeras que tiene tu madre —dijo su padre con voz baja y peligrosa—. Si tanto te preocupa, ella necesita que esta empresa funcione… y yo, que tú hagas lo que te corresponde.
Un silencio espeso cubrió la oficina mientras Kalen respiraba hondo, las manos le temblaban de furia contenida y su pecho le ardía como si llevara fuego por dentro.
—Cerraré el trato —dijo al fin Kalen—. Pero que te quede claro. No estoy de acuerdo y algún día voy a largarme de aquí.
Caminó a la salida con la firme idea de que eso no sería para siempre y aunque le dolía pensarlo, trabajaba día y noche para aceptarlo. Sin embargo, su padre jamás dejaría que se quedara con la última palabra.
—Ese día —respondió Artemis lentamente—. Ese día… veremos si todavía te queda algo que valga la pena.
(...)
El reloj marcaba las seis y cuarto. El cielo comenzaba a pintarse con los últimos restos de sol cuando Kalen por fin cerró la carpeta del contrato. Lo había hecho, contra su voluntad, con el sabor amargo aún en la garganta… pero lo había hecho.
Salió de la sala de juntas para caminar por el largo pasillo del quinto piso cuando su celular vibró y al ver quién era, sonrió.
—¿Ya saliste? —preguntó Ethan, con tono relajado.
—Estoy en eso. ¿Ya me extrañas que pasaste por mí? —comentó Kalen con gracia, ya empezaba a tomar las escaleras para descender.
—Pues te voy a extrañar después, procura ponerme en tu testamento… la tormenta te espera en el lobby —soltó lo último con una carcajada porque sabía que su amigo era medio lento para captar rápido y colgó.
—¿La tormenta…? ¡Ethan! ¿De qué…? —A su mente llegaron esos rulos color miel y sus ojos se abrieron tanto sin poder creerlo, que subió corriendo los escalones que había bajado para tomar el elevador. Si ella estaba en la empresa, no la haría esperar más.
Regresaba su buen humor… o tal vez lo pondría peor.
💬¡Llegó la tormenta de Kalen! jajaja Vamos a ver qué nos tiene para él...
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Mil gracias por su apoyo y por leerme.
Nos vemos el domingo, las leo en los comentarios. 👀
Dria York ✌🏻🌼