El bar estuvo tranquilo. Un par de oficinistas y un hombre solo que bebió algo fuerte mientras miraba las noticias sin volumen. Le agradaba trabajar esos días porque había pocos clientes, ninguno de los pesados que venían a sentirse dioses los fines de semana. Le gustaban esas tardes tranquilas, donde no había halagos babosos, ni risas forzadas… solo ella, su silencio y la barra limpia. Sin embargo, también era contraproducente, ya que sus pensamientos la acechaban y le dolía el alma de tanto tragar sus emociones y aunque las ocultaba bien, su mirada estaba cansada de retenerlas. Le pesaba no solo las horas... sino los días, por la renta, por los padres que nunca tuvo y por el sueño de irse de ese país que cada vez parecía más caro.
Ella no era de dejar cuentas pendientes ni con la vida, ni con nadie y mucho menos con tipos como… Kalen recordó su nombre y, al susurrarlo, volvió a sentir ese cosquilleo. Pero ahora en sus labios, y eso la hizo bufar y ponerse irritante. Porque muy en el fondo admitía que era un hombre atractivo y su otro yo no detectaba un aura negativa. Su cuerpo, en vez de ponerse alerta al tenerlo cerca y que sus fosas nasales se llenaran de su aroma masculino, más su mirada libre de malas intenciones, la hacían sentir segura, sí, eso era… seguridad y le daba miedo. Un miedo que se escondía tras el enojo.
Pero no pudo evitar recordar aquella vez en que confió en la ayuda desinteresada de su supuesto benefactor. No era la misma situación, pero no quería cometer el mismo error.
Y para disipar ese enojo y miedo, trajo a su mente la cara de asombro al verla lanzar su zapato, no pudo evitar sonreír. El sinvergüenza corrió con su maletín en mano, su traje de oficina y esa mirada de travesura… La hizo reír, libre de sus problemas, pero jamás iba a admitirlo en voz alta. Se recriminó por ser una tonta que no debía bajar la guardia y para disimular, se tapó la boca con la mano que no limpiaba, alzó la mirada con la vergüenza de que alguien la haya atrapado en su locura de hablar sola.
Ese tipo en tan solo unos días le hacía sacar su bipolaridad, esos cambios de humor tan extremos no le gustaban y esperaba poder deshacerse de ellos. Por eso miraba a cada rato el reloj, él le había dicho que la vería allí, pero nunca le mencionó la hora. Deseaba que llegara y le pusiera su precio para no verlo más y sentirse atada como el muy descarado se lo dijo. Lo único que quería, y se lo repetía, era cortar la cuerda y seguir su camino.
Al salir del bar, después de despedirse de su jefe, se acomodó la chaqueta sobre los hombros, odiaba esa horrible prenda que la hacía sudar, pero aprendió a las malas que era mejor ocultar su cuerpo de los tipos con miradas libidinosas. Se abrochó el bolso cruzado y se dirigió a la salida. El aire de la noche le acarició el rostro como si quisiera consolarla, pero ella no se dejaba, ya había aprendido que el mundo no consuela, cobra.
Y entonces lo vio, recargado contra su auto, con las manos en los bolsillos y ese aire relajado que a ella le daba ganas de gritarle que el mundo no era tan sencillo como él se lo tomaba. Llevaba ropa casual, una camiseta oscura y jeans, nada especial… hasta que lo vio sonreír. Esa sonrisa que a ella le parecía arrogante, encantadora y desagradable, todo simultáneamente.
Kalen había salido de la oficina temprano, nunca fue de los que abusan de los privilegios de ser hijo del dueño. Sin embargo, había recibido un mensaje de Julia donde le mencionaba que su paquete había llegado y armar su contenido sería una osadía… Estuvo alrededor de tres horas en la cochera, siguió paso a paso lo que el instructivo decía. La primera fue laboriosa de construir, pero la segunda lo hizo en menor tiempo, ya que era el mismo proceso.
Al terminar y notar que tenía el tiempo contado para llegar a cobrar su deuda, fue a ver a su madre para saludarla antes de marcharse y, al entrar a su habitación, no pudo esconder la sonrisa que llevaba al recordar lo que había hecho con tal de pasar más tiempo con su chica de rulos, tanto así que las mujeres que la acompañaban y cuidaban lo miraron con curiosidad.
—Si llegas con esa sonrisa, vas a asustarla… Pareces un loquito —soltó Julia mientras le acercaba un vaso de agua a su madre para tomar su medicamento y las dos enfermeras que cuidaban de ella escondían su risa al oír lo que su ama de llaves había dicho.
—A Alaia le gusta verme sonreír, ¿de qué hablas, Julia? —dijo Kalen en su defensa, alzando su ceja. Deteniéndose a pie de la cama de su madre, cruzó los brazos mientras les daba el espacio para que terminaran su trabajo.
Las dos mujeres de bata blanca salieron para darles la privacidad de hablar, Kalen aprovechó para acercarse a su progenitora y darle un beso en su mano como saludo.
—Julia habla de la misteriosa mujer que te hizo encerrarte por horas en la cochera… haciendo quién sabe qué —señaló su madre con acusación en su mirada. Kalen abrió sus ojos al sentirse atrapado por aquella mujer que no podía ocultarle nada, pero aun así decidió hacerse el desentendido.
—Solo estaba armando algo… no hay ninguna mujer misteriosa —comentó fingiendo una seriedad que ni él mismo se creía.
—Aja… Armando algo y cantando como un pequeño en un recital —lo acusó Julia con picardía.
Ambas se miraron con complicidad para después soltar una risa.
—¡Oh, Julia! ¿Recuerdas ese día que cantó con su trajecito de estrella y…?
Kalen ya sabía que seguía después de esa frase, sacarían todos sus trapitos al sol y se divertirían recordando esos sucesos donde era un niño, donde no podía decidir si quería hacer el ridículo cantando frente a tanta gente. Por ese motivo, caminó hacia la puerta, no sin antes darle un ligero pellizco en sus mejillas a Julia como reprimenda por ponerlo en aprietos frente a Alaia.
—Kalen… —Lo detuvo su madre antes de que se marchara—. Me gusta verte sonreír… —Kalen solo afirmó y compartió su sonrisa con ella, pero duró poco cuando Alaia terminó su frase—, pero no la asustes cantando…