La Hija Del Olvido

Capítulo nueve. Era el inicio de algo

El auto avanzaba por la carretera con el murmullo del viento como único testigo. Kalen tenía una mano en el volante y la otra descansando cerca de la palanca de velocidades, en una especie de indecisión silenciosa. Echaba miradas furtivas hacia ella, esperando que dijera algo más allá de lo necesario.

—¿Y cómo fue tu día en el trabajo? —preguntó, rompiendo la calma como quien lanza una piedra a un lago tranquilo.

Ella mantenía una postura relajada, tenía la cabeza ladeada hacia la ventana abierta, dejando que el viento le jugara con el cabello. Pero cuando lo escuchó, giró para verlo con tanta intensidad que Kalen tuvo que mantener su vista en el camino.

—No hay necesidad de hacer este tipo de preguntas. Soy tu… ¿Instructora… o cómo se llame este tonto asunto en el que me involucraste? —soltó frunciendo el ceño, y aunque sonó fría su respuesta, le regaló una sonrisa.

—No hay nada de malo en querer saber cómo fue el día de mi instructora —refutó Kalen—. Además, no me gusta el silencio, me pongo nervioso y eso puede hacer que me atrase en mis clas…

—¡Por Dios, Kalen! Hablas demasiado —exclamó perdiendo la tranquilidad, alzó sus manos para llevarlas a su cabeza—, me fue bien, ¿ok? Lo normal.

Kalen no logró decir una palabra, escuchar su nombre que salía de sus labios fue agradable y, aunque fue por culpa de su parloteo insaciable y porque en realidad sí estaba nervioso, tenerla a su lado, aspirando su aroma, la forma pacífica de su pecho al aspirar… lo ponía inquieto. Quería saber qué pensaba, pero jamás esperó que dijera su nombre de esa manera… con confianza.

—¿Te molesta estar aquí? —se animó a preguntar de nuevo.

—No. Para nada. —Ella giró la cabeza, lo miró un segundo y luego volvió a mirar hacia el paisaje. Sus ojos volvían a estar serenos. No había tensión, ni rencor, era como si el viento le hubiera llevado todo.

Kalen suspiró por la nariz y decidió no preguntar más. Bajó un poco la velocidad. El bosque ya comenzaba a anunciarse en los bordes del camino, con árboles altos que parecían inclinarse a saludarlos. Al llegar al acceso de la reserva, ella se incorporó ligeramente, mirando por el parabrisas con una expresión que lo hizo sonreír.

—Es más hermoso que en las fotos —dijo Riley, con los ojos brillantes—. No sabía que aún quedaban lugares así tan cerca de la ciudad.

Kalen sonrió, saber que le gustaba el lugar era un punto a su favor. Se detuvo junto al sendero de tierra que llevaba al claro central, apagó el motor y descendió creyendo que ella lo esperaría para abrirle la puerta. Sin embargo, ya debería hacerse a la idea de que Riley le llevaría la contraria, porque así como bajó, fue directo a la parte trasera del auto para bajar sus vehículos. Ella solo lo miró como diciendo "acostúmbrate", no tuvo más remedio que negar con la cabeza ante la actitud de esa mujercita.

—¿Lista para cumplir tu parte del trato? —preguntó, señalando la bicicleta azul que usaría él, mientras que la de Riley, amarilla.

—¿Tan mal manejas? —soltó Riley con una sonrisa leve y alzando una ceja, cruzando los brazos.

—No manejo, nunca aprendí —dijo él, sin un gramo de vergüenza.

—Te voy a creer hasta verte arriba. —Riley se puso detrás de la bicicleta, sujetándola por el asiento mientras Kalen se subía—. Ok, manos al manubrio, vista al frente... y no me grites si caes. ¿Listo?

—No, pero vamos. —Ella empujó suavemente mientras él comenzaba a pedalear. La bici se tambaleaba como si tuviera personalidad propia.

—¡Derecha, derecha! ¡No te vayas a la zanja! —gritó ella al soltarlo.

—¡Estoy intentando! ¡Esto está en contra de la física! —exclamó.

—¿Qué física? ¡Tú eres el que parece estar peleando con el equilibrio! —dijo, intentando alcanzarlo pero al ser un lugar alto, Kalen fue más rápido hasta que lo vio caer al pasto.

—¿Estás bien? —Riley llegó corriendo, aguantándose la risa.

—Solo mi ego herido… Espero que eso te haya servido para que me creas —comentó Kalen mirándola con reclamo desde abajo.

—El ego se recupera con otro intento… lo demás, aún sigues en prueba —dijo, extendiéndole la mano.

Él la tomó y por un segundo, ninguno soltó al otro, hasta que ella rompió la magia y lo soltó. Volvieron a intentarlo una, dos, tres veces. Cada caída era una nueva oportunidad para una risa compartida, una broma rápida, una mirada más larga de lo debido. En la cuarta, Kalen logró avanzar varios metros solo.

—¡Ey! ¡Lo estoy haciendo! —gritó con emoción. La idea de cobrarle por medio de que le enseñara le pareció una idea descabellada, más a la edad que tenía y jamás haberse subido a una bici, pero lo estaba disfrutando y se empeñaba en aprender.

—¡Sí! ¡Pero frena! ¡¡Frena!! ¡¡¡FRENA!!! —El grito de Riley fue tan estruendoso que los pájaros alzaron el vuelo.

Kalen, que iba directo a un arbusto, simplemente cerró los ojos y se dejó llevar. Un segundo después, el sonido de ramas quebrándose anunció la tragedia.

—¿Qué parte de “frena” no entendiste? —Ella llegó corriendo, escondiendo su risa en el enojo.

—Toda, honestamente —respondió él desde dentro del arbusto, con hojas en el cabello.

Ella le lanzó una ramita y luego, entre risas, lo ayudó a salir. Kalen se quedó de pie, sacudiéndose las hojas, sin dejar de mirarla.

—Te ves bien cuando gritas.

—Y tú te ves ridículo cuando no escuchas.

—A veces, es a propósito.

El comentario la descolocó. Lo miró un segundo con los labios entreabiertos, pero sin palabras.

Siguieron pedaleando hasta que la tarde fue cediendo a una luz dorada que pintaba los troncos y los rostros. Riley no dijo más nada, Kalen no necesitaba preguntar, la estaba conociendo sin necesidad de hablar y sobre todo estaba disfrutando como nunca en su vida.

No era solo un favor, no era solo una clase. Era el inicio de algo que no podrían explicar.

(...)

La noche los alcanzó sin que se dieran cuenta y con pesar, Kalen decidió que era momento de regresar. Pero por un instante, entre tanta oscuridad, sintió que hubo algo distinto, la cercanía entre ellos parecía más suave, como si el lugar les hubiera regalado un respiro, como si la noche, al envolverlos, hubiese borrado las barreras que ella intentaba poner cada cierto tiempo y dejado solo la posibilidad de un puente. Sin embargo, al cerrar las puertas del coche, todo volvió a su lugar.




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