La Hija Del Olvido

Capítulo doce. Siempre tomaré en cuenta tu opinión

Kalen notó que rompía el contacto visual, así como el enrojecimiento de su cara llegaba hasta su cuello, tal vez por su cercanía o sus palabras… «O está asustada de lo sinvergüenza que eres», lo molestó su conciencia. Tampoco quería incomodarla, le agradaba su chica de rulos combativa, no mentía cuando le mencionó que extrañó su singular humor, así que después de guardar la bicicleta, le abrió la puerta del copiloto con un gesto exagerado y caballeresco, inclinándose apenas y extendiendo su mano.

Riley le devolvió una mirada afilada a la par que chasqueaba la lengua y rodaba los ojos hasta que, al final, ignoró su mano y subió. Él sonrió de lado, negando con la cabeza y, en el segundo antes de que ella se acomodara en el asiento, alcanzó a ver el sutil arco de una curva que se dibujaba en sus labios. Cerró la puerta con cuidado, rodeó el auto y subió de un salto con una sonrisa que no se le borraba del rostro, para él fue una provocación y al mismo tiempo… una invitación.

—¿Tienes hambre? —preguntó mientras encendía el motor y antes de ponerlo en marcha, la miró de reojo.

—No. —La respuesta fue seca, cortante.

—Yo sí —replicó él, arrancando—. Y como no me gusta comer solo… me vas a acompañar.

El tono imperativo de Kalen logró que ella se girara para verlo.

—¿Siempre te sales con la tuya, verdad?

El castaño sonrió con apenas un destello de picardía.

—No siempre… pero no me rindo. —Le guiñó un ojo—. En mi defensa, te pregunté primero.

Riley suspiró y, apenas audible, alcanzó a escuchar cómo ella murmuraba un “odioso” antes de girar el rostro hacia la ventana.

Ella se esforzaba para alejarlo… Mientras él, sin remedio, se sentía atraído hacia ella como una polilla hipnotizada por la luz, sin importarle si terminaría quemándose.

Unos minutos después, el auto se detuvo frente a un carrito de comida exprés. El aroma a carne y especias se coló por la ventanilla abierta.

—¿Qué se te antoja? —preguntó él, señalándole el menú que estaba escrito en un pequeño pizarrón que colgaba del carrito, a la vez que se bajaba para acercarse al puesto.

—¡Oh, vaya! ¿El señor ahora sí tomará en cuenta mi opinión? —La vio arquear una ceja al girarse de golpe ante su pregunta.

Kalen se acercó a la ventanilla del auto, inclinándose hasta quedar a su altura, apoyó una mano en el marco y asomó un poco la cabeza, lo suficiente para invadir ese espacio que ella tanto cuidaba. Vio cómo sus hombros se tensaban y, por puro reflejo, se echaba hacia atrás.

—Yo siempre tomaré en cuenta tu opinión —dijo con voz tranquila, aunque sus palabras llevaban una carga distinta—. Solo que a ti te gusta complicarte la vida en cosas banales. No gastes energía… solo vive y disfruta.

Sus ojos bajaron, casi sin permiso, hacia los labios de Riley. La idea fugaz de probarlos lo atravesó como un latido, y por un segundo imaginó que sería una experiencia imposible de olvidar.

—Si no sabes qué quieres probar… puedo sugerirte algo —añadió, con una media sonrisa, sin apartar la vista de ella.

—¿No conoces el… el espacio personal? —Aunque su tono pretendía ser firme, Riley titubeó y la vio tensarse como un resorte, incluso notó cómo tragaba saliva sin apartar sus ojos de su intensa mirada.

—No cuando vale la pena acercarse.

La lucha interna de Riley era un verdadero tsunami, una oleada de nervios la arrastraba y esos malditos ojos no dejaban de sumergirse en los suyos, arrancándole cualquier defensa. ¿Y qué pasa cuando una mujer como ella se siente acorralada y sin control de sus emociones? ¿Qué pasa cuando el calor de ese hombre la envuelve y el aroma embriagador de su colonia se cuela, implacable, en su sistema?

Pues buscar la salida más drástica…

—Mejor decido yo… capaz y me envenenas —soltó, abriendo la puerta con tal fuerza que Kalen recibió el golpe en la espinilla. Lo oyó quejarse, pero no se dignó a mirarlo. Sin embargo, segundos después, esa carcajada profunda y descarada de él retumbó en cada uno de sus huesos, recordándole que, por más que huyera, él siempre lograba alcanzarla.

Comieron en silencio, pero no de ese silencio incómodo… más bien de esos que parecen guardar algo. Sentados en una banca frente al carrito de comida, Riley lo observaba de reojo, fingiendo que el paisaje le resultaba mucho más interesante que él. «¿Quién es realmente Kalen?», pensaba mientras lo veía saborear su comida con una tranquilidad exasperante. Sabía que venían de mundos diferentes, sin embargo, él se movía en el suyo como si todo estuviera bajo control, sin una sola preocupación a la vista, y la diferencia de edad era difícil de ignorar, ella recién había cumplido veintidós.

Su mente, siempre dispuesta a meterle ideas, empezó a lanzarle todas las preguntas que quería hacerle… y para cuando reaccionó, ya lo estaba mirando sin disimulo. Fue entonces cuando el castaño levantó la vista y sus ojos se encontraron. Él sonrió apenas, con ese gesto que decía “te atrapé” sin pronunciar palabra.

—¿Qué me miras? —preguntó Riley, removiéndose incómoda y fingiendo que fue ella quien lo había atrapado.

—Nada… —dijo con un brillo en sus ojos—. Es que a veces uno no necesita preguntar ni responder… solo mirar.

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Una vez más, gracias por leerme. Lindo domingo.

Si les gustan los spoilers, en mis redes los encuentran. Solo para que se den idea de lo que se viene. 👀 @driayork_escritos

Dria York ✌🏻🌼




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