La Hija Del Olvido

Capítulo catorce. Tengo miedo

Ella seguía sin decir ni una palabra, solo lo miraba con los ojos abiertos, la boca suspendida como si quisiera decir algo. No lo alejaba… dejaba que él siguiera manteniendo sus manos en sus brazos y Kalen empezaba a inquietarse. Quería besarla, arrancarle la respuesta de sus labios, pero no estaba en él ser un salvaje, le había prometido que siempre la tomaría en cuenta y cumpliría su palabra.

Aun así, se acercó un poco más, percibió cómo la piel de ella se erizaba y al mismo tiempo estaba atenta a cada movimiento suyo.

—Dime algo, Riley… no te quedes callada, por favor —murmuró, cerrando los ojos y juntando su frente con la de ella. Era una tortura controlarse y, sin embargo, sentirla de esa forma, sin que lo rechazara, le daba esperanza—. Dame una oportunidad y conóceme… pero debo confesarte que no soy bueno. Mis intenciones desde un principio fueron acercarme a ti porque no pude sacarte de mi cabeza desde aquella noche, aunque buscaras la forma de alejarme. No… en definitiva no soy bueno porque puse de excusa las clases, ¡pero en verdad no sabía andar en bicicleta! —exclamó asustado al verla abrir sus ojos con sorpresa y alejarse un poco de su rostro—, pero te aseguro que… si me dieras la oportunidad, te mostraré que tengo un lado lindo… uno que tal vez te guste.

No pudo detener sus palabras. Era un acto desesperado de hacerla hablar, de sacarla de ese silencio que lo consumía. Hasta que, por fin, hubo una reacción más de Riley, lo miró con una chispa en los ojos y como si se divirtiera con su nerviosismo, sonrió.

—Hablas mucho… —dijo en un susurro cargado de ironía, levantó la mano y le puso el dedo índice en los labios para silenciarlo. Él se quedó helado ante su toque, pero sonrió apenas, con un alivio tan intenso que casi se le escapó una carcajada. Ella, sin embargo, bajó un poco la mirada y se puso seria.

—Somos de mundos muy diferentes, Kalen —dijo con firmeza, como si esa excusa fuera suficiente para alejar lo que estaba naciendo entre los dos.

Él arqueó una ceja y en un gesto juguetón, atrapó su mano, la acercó a sus labios y depositó un beso leve sobre ese mismo dedo que lo había callado.

—Yo pertenezco a este mundo —replicó, mirándola directo a los ojos y sintiendo cómo ella se estremecía ante su atrevimiento, pero una sonrisa empezaba a asomarse en su deliciosa boca—. No sé de qué universo seas tú, pero no pienso juzgarte si tienes un tercer brazo… o un tercer ojo. Me gustas así…

—¡Estás demente! ¡¿Cuál tercer ojo?! —soltó mientras una carcajada escapaba de sus carnosos labios y retumbaba en el pecho de aquel hombre. Kalen estaba logrando derribar todos sus muros y, si para eso debía comportarse como un loco, lo haría, aunque si Ethan lo viera, le diría que parecía más un idiota, de todas formas, no le importaba.

—Y este hermoso cabello lo acapara todo. Cubre tu tercer ojo. —Le sonrió y por primera vez se atrevió a hacer lo que había deseado desde el primer instante, acariciar sus rulos. Sus dedos se hundieron suavemente en los mechones que lo trasladaban a un mundo de ensoñación.

—Nuestras personalidades no encajan… —murmuró ella, casi como si se estuviera convenciendo a sí misma.

—Y sin embargo. —El castaño sonrió con calma—, las mejores historias nacen de personalidades que no encajan. ¿Has notado que en todas tus respuestas no me has dicho un no definitivo?

—Eso solo confirma que eres insoportable… no creo que te soporte. —Riley chasqueó la lengua con una media sonrisa.

—No me importa —respondió él, inclinándose un poco hacia ella, sin dejar de tocar sus rizos—. Haré lo impensable para que me aguantes.

—Kalen… —La sonrisa de Riley se fue desvaneciendo hasta quedar apenas un rastro, lo miró directo a sus ojos y por primera vez soltó lo que le impedía ser feliz—. Tengo miedo —confesó en un hilo de voz, como si esas dos palabras le pesaran demasiado.

—Nunca te lastimaría, Riley. —Él la miró con una seriedad distinta y su voz fue un murmullo grave, con un filo de vulnerabilidad que no intentó disimular—. Si algún día decides confiar en mí… que sea con la certeza de que jamás serás herida en mis manos.

Ella parpadeó, sorprendida. La frase parecía demasiado extensa para el espacio que ocupaban, y por un instante, la distancia entre ellos pareció casi desaparecer.

—¿Cuál es tu miedo? —preguntó enseguida, suavizando el tono, como si temiera romper la magia que acababa de colarse entre los dos.

Riley apretó los labios, intentando mantenerle la mirada, aunque sus ojos parecían pedir una vía de escape.

—De que esto… —Tomó aire, con un atisbo de osadía que no le borró el temblor de la voz—. No sea una buena idea. Que termine arrepintiéndome… —Intentó mostrar una sonrisa, pero fue una mueca rota—, o peor… que un día tú te arrepientas.

Las palabras salieron con la certeza de quien sabe que no hay marcha atrás, aunque no se sepa qué tan hondo se hundirá.

Kalen negó despacio y, sin pensarlo, llevó la mano de ella a su pecho.

—¿Sientes eso? —Su corazón latía tan fuerte que él mismo temía que se le escapara por la garganta—. No hay forma de que me arrepienta si eres tú la que lo pone así y por mucho tiempo estuvo… sin un motivo para sentirse vivo.

Ella lo observó con incredulidad, pero también con un brillo nuevo en los ojos.

—Hablas bonito —susurró, como buscando romper la tensión del momento.

Él soltó una risa nerviosa, bajando la vista hacia esos rizos que aún tenía entre los dedos.

—No, hablo demasiado —dijo en tono juguetón, recordando lo que ella le había reclamado antes—. Pero contigo me pasa eso… no quiero callar nada.

Su chica de rulos abrió la boca, como si quisiera responder, pero terminó guardando silencio y él supo leerlo, no era un rechazo, era una lucha interna.

—Riley —murmuró, acariciando con la yema de los dedos un mechón de su cabello—, no tienes que decidir nada hoy. Solo quédate un ratito más aquí, conmigo…




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