La Hija Del Olvido

Capítulo quince. Enamorada

Kalen no había insistido demasiado en llevarla hasta su casa, aunque se notaba que lo deseaba. Ella simplemente no podía ceder en ese detalle, no todavía. Sin embargo, él había logrado persuadirla de otra forma, antes de despedirse, con esa sonrisa que parecía tener un plan detrás, consiguió que le diera su número.

Ahora, al día siguiente, mientras caminaba por los pasillos del asilo con su bata clara y la carpeta de registros bajo el brazo, su mente seguía atrapada en la escena. A cada paso, el recuerdo del beso regresaba como una ráfaga y la hacía distraerse. Sin proponérselo, sus dedos se alzaban hacia los labios, como si quisiera confirmar que había sucedido de verdad.

Nunca antes había besado a nadie, ni un cortejo, ni una mirada insistente de algún pretendiente. Oculta siempre en ropa holgada, con demasiados trabajos encima y poco espacio para ella misma, había logrado pasar inadvertida hasta que Kalen apareció, rompiendo el patrón, fijándose en ella de un modo que nadie más lo había hecho. Pero lo que en verdad no la dejó dormir fueron sus palabras. «Jamás serás herida en mis manos».

Se obligó a respirar hondo y empujó la puerta de una habitación, donde la esperaba una paciente a la que debía revisar. Lo hizo con la seriedad de siempre, cumpliendo con cada detalle, pero la sonrisa se le escapaba a ratos, traicionándola.

Fue cuando le tocó llegar al cuarto de don Emiliano que la ilusión que llevaba dentro terminó resurgiendo con fuerza. El anciano la observó de arriba abajo, con esa mirada pícara que solía usar con ella, y de inmediato notó algo distinto.

—Espero algún día conocer al que te despeinó —dijo, alzando una ceja mientras la veía acomodar la bandeja de instrumentos.

—¿De qué habla, don Emiliano? —preguntó, quedándose congelada por un segundo, aunque el calor en sus mejillas la delató.

—De ese cabello suelto —replicó él, señalándola con el mentón—. Siempre venías toda recogida, como directora de escuela estricta, hoy pareces otra.

Ella bajó la mirada y negó con la cabeza, aunque ya no podía ocultar que la había atrapado.

—Ve cosas que no existen, soy la misma. —Se defendió, pero por inercia llevó una de sus manos hacia su cabellera y recordó que Kalen tenía la mano larga, pero hacia su cabello, lo rozaba en cada oportunidad.

Él la miró con desconfianza fingida, como si no creyera una sola palabra.

—¿Ah, sí? Pues lo que yo veo es a una jovencita que por fin se acuerda de que tiene una hermosa hilera de dientes. Pensé que no tenías dentadura, muchacha.

Riley rio esta vez sin vergüenza, sin ese muro de frialdad que antes levantaba en automático.

—De verdad que le gusta imaginar, don Emiliano.

—Y a ti te gusta negarlo todo —contestó él, con media sonrisa que la incomodaba y divertía al mismo tiempo.

Para evitarlo, se dispuso a revisar sus signos vitales y apuntaba en la carpeta.

—Escucha. Ya tengo la fecha exacta de nuestra cita. Será el siguiente fin de semana. —El anciano se puso serio de pronto.

Riley levantó la vista enseguida. Ese código que ambos usaban, “la cita”, guardaba mucho más de lo que cualquiera en el asilo pudiera imaginar. Todos en ese lugar creían que Riley lo sacaba de esos muros para no sentirse tan solo, ya que no tenía familia que lo visitara.

—Qué pronto —dijo en voz baja, arrugando el ceño.

—Sí, parece que los organizadores tienen prisa esta vez —dijo él, con un dejo de ironía—. No sé por qué, pero no importa mientras logremos el objetivo.

—Siempre se cumplía con un tiempo… ¿Por qué ahora tan rápido? Es inusual, ¿no cree?

—Podría ser, pero no le des vueltas —replicó él con suavidad—. Aprovechemos y, mientras tanto… disfruta de ser una jovencita enamorada.

Riley lo miró indignada, casi con un puchero.

—¿Cuál enamorada? —soltó, cruzándose de brazos.

Y como si el destino se burlara de su reacción, en ese instante su teléfono vibró en el bolsillo de la bata. Ella lo sacó de inmediato y leyó el mensaje.

¿Puedo pasar por ti a la salida de la oficina?

El corazón le dio un salto, era Kalen y, sin poder evitarlo, sus labios se curvaron en una sonrisa que delató lo que intentaba negar.

Don Emiliano la observó y soltó una carcajada grave.

—Esa cara no engaña a nadie, muchacha. Esa es la cara de una mujer enamorada, y ese hombre es un afortunado.

Ella negó con la cabeza, roja de la vergüenza, guardando el teléfono e intentando mantener el gesto serio, pero era imposible ocultar la alegría que le iluminaba sus ojos.

—Ya dejemos eso de lado… —Sanjo el tema y cruzó sus brazos a la altura de su pecho—. La cita será el siguiente fin de semana; concentrémonos en eso, ¿ok?

—¿No le vas a responder? —preguntó el anciano ignorando lo que Riley había dicho.

—No, que se espere. Estoy en horas de trab…

La risa de don Emilio estalló e interrumpió lo que ella dijo sin pensarlo, su subconsciente siempre la traicionaba. No le quedó más remedio que negar mientras lo acompañaba en su carcajada. Después de unos minutos y de disfrutar de la compañía de su único amigo, se despidió sin ceremonias, ambos ya sabían la rutina de su cita.

(...)

Riley lo esperó en la curva, le había mandado un mensaje antes de salir dejándole claro que no llegara tarde o se iría. Sin embargo, Kalen llegó puntual.

—Un día de novios y ya te pusiste de exigente… —dijo el castaño al bajar del auto y con una sonrisa pícara que Riley odiaba y al mismo tiempo le fascinaba. «¿Cómo podía existir un hombre con una gama de sonrisas?», se preguntó en su noche de insomnio e incluso las enumeró y las categorizó. Esa era Riley, la mujer que solamente en compañía de su mente soñadora manifestaba su lado lúdico. Tras finalizar su tonta lista, soltó una carcajada, expresando que estaba en un estado de locura y que todo era debido a ese hombre. Pero también recordó que él era el único que la ponía irritable en un santiamén y más cuando hacía esos comentarios.




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