Rocío era una niña pequeña, claro a los siete años todos son si quiera la mitad de su tamaño, pobre mamá la que de a luz a un hijo que tenga taaño de adolescente, eso no es de Dios, pero bueno, cuando Rocío tenía siete años, ella aún tenía un poco de digamos..actitud femenina, se veía maravillosa con su cintillo rosa y sus pantaloncillos azules, su camisa naranja dle daba la apariencia de ser una niña, principalmente por el dragón en su bordado, nadie ha visto un dragón rosado sin antes de consumir polvo de hadas, pero bueno, esa fue la versión rosada de Rocío, la misma que al entrar en el aula justamente en el primer día de clases vio a un niño con actitud de retrasado que se estaba metiendo a fondo una crayola roja-en su boca, no sean guarros-ella lo miraba con una tenue curiosidad, no era tanta como para ir a hacerse su amiga, pero tampoco lo ignoraba.
-Deja de mirarme- dijo el niño mientras mordía la punta del lapicero.
-Y si no quiero?- contestó Rocío mientras se tapaba su cara con un libro.
La majestuosa charla entre esas dos almas, esos dos niños, esos dos condones rotos-no los llamo errores, ningún niño es un error-esos dos seres con la sabiduria suficiente para uno meterse el crayon y la otra leer un libro al revés para disimular inteligencia.
Al rato de la ya mencionada charla llegó el recreo, ninguno de los niños se conocían pero eso no les importaba y se pusieron a jugar, ya saben, el típico recreo que los pequeños usan para adelantar todo lo que creen que es normal, por ejemplo, unos se besaban, el niño de la esquina le contaba a su amigo Carlitos que le gustaba fulana, ya saben cosas típicas, a los únicos que el recreo se les hizo de lo más aburrido y sobrevalorado eran a Rocío y al niño de la crayola.
-Oye, eso era un crayón o tu moco?-dijo Rocío rompiendo su principal regla, la cual era callar y no hablar con extraños, especialmente y uno de esos puede meterte un lapiz o algo.
-Olvidemos eso mejor, no es un gran día.
-Vamos, no sabes cómo disimular tu vergüenza, se nota que te gusto.
-No me gustan las niñas.
-Me consideras una niña, vaya dato perturbador, pensé que era un niño con el pene mutilado.
-Eres un niño con pene mutilado?
-Sí es que había una niña que quería tenerlo, oh espera, eres tú.
-Me llamo Leroy, creo que nos llevaremos bien o posiblemente llegue un ataque zombie y te use de carnada.
-El mejor uso de un amigo es usarlo de carnada.
-Brindo por eso-dijo Leroy sacando dos cartoncitos de zumo.
-Eso te lo robaste?
-Estaba mordiendo la crayola pensando en cómo hacerlo.
La profesora llevaba zumo para los niños buenos, pero Leroy se robó todos.
Y así nació una gran amistad, en el intento de uno por denigrar al otro, que bonito concepto de mejores amigos.