— Es un castillo. — vacilé al contemplar aquella majestuosa estructura.
— Así es — confirmó Ely, alzando la vista con orgullo a su hogar. Luego de unos segundos, volvió a tomar la palabra y dijo: —. Irina, es un gusto presentarte mi hogar. Bienvenida al Reino Escondido.
— Pero, es un castillo. ¿Cómo puede haber un castillo debajo del desierto? ¿Cómo pueden vivir aquí? — no podía creerlo, había frente a mis ojos toda una ciudad que vivía bajo la custodia de un castillo monstruosamente gigante.
El arquitecto de aquella osadía definitivamente había sido algún desquiciado siguiendo las instrucciones de un rey aún más perturbado que él.
La fascinación fue difícil de disimular y al camello parecía divertirle, por lo que me cerró la boca con su cola mientras me pasaba por al lado tras seguir a Ely, quien se había tomado la molestia de guiarnos. Pensar en esa posibilidad, me resultó ridículo. Otra vez, la deshidratación jugaba con mi mente y me hacía pensar cosas incoherentes.
Dejé el absurdo pensamiento de que aquel animal se divertía haciéndome bullying y seguí a aquella niña misteriosa que solía escaparse cada amanecer para esperar en secreto el regreso de su hermano.
— Me pregunto a dónde se habrá ido...— me pregunté entre pensamientos por el destino de su hermano.
De pronto, cuando llegábamos a una de las puertas del palacio, se abrieron repentinamente otras puertas de la misma antesala. Dos señoras llamaron sobresaltadas a su princesa, exigiendo saber dónde había estado y quiénes éramos para estar allí con ella.
— Vinimos por comida y agua, Ely nos invitó y...
— ¿Cómo te atreves a llamar así a nuestra princesa? — me interrumpió una de las señoras, interponiéndose bruscamente entre Ely y nosotros.
— ¿Quién es esta forastera, princesa mía? — le preguntó la segunda dama que ahora la sujetaba de los hombros a modo sobreprotector.
— Es Irina, una vieja amiga de mi hermano. Vino a visitarme. — mintió la pequeña princesa, seguramente porque con sólo esa excusa podría pasar por alto la autoridad de aquella mujer.
— Eso quiere decir que has vuelto a desobedecerme. ¡Has ido al lugar que te prohibí mil veces! ¿Quieres matarme de la angustia? Te pedí cientos de veces que no fueras allí. Pero insistes e insistes. — le reprochó la primera dama que pasó su mirada fulminante de mi cara para volver a dirigirse a su princesa.
— Lo sé, madrina. Pero sabes que lo haré de todas formas. Es mi deber. Debo hacerlo. — la voz de Ely ya no era el de una niña, era el de una dama distinguida asumiendo su rol de jefa.
— ...— sus subordinadas oyeron con pesar aquella verdad sin emitir sonido alguno.
— Ellos se quedarán con nosotros. Por favor, sean amables con Irina. Así lo hubiese querido mi hermano. — continuó hablando Ely de forma honorable.
— Así lo haremos, mi señora. — confirmaron los presentes a la par.
— Ahora iré a ver a mi madre. Encárguense de que mis amigos reciban un desayuno apropiado.
— Así lo haremos, mi señora. — contestaron al unísono una vez más, agachando la cabeza a modo de reverencia y asintiendo a cada palabra que salía de la boca de aquella niña.
— Nos veremos más tarde, Irina. Hasta luego. — se despidió Ely y salió de la sala.
— Hasta luego. — repetí, aunque ciertamente estaba desconcertada. Contemplé a una niña que había perdido toda pizca de niñez tan pronto como pisó su tierra natal.
En verdad pertenecía a la nobleza, pocas personas pueden aceptar su papel de modo tan formal y honorable como lo había hecho ésa niña de tan solo nueve años.
Al principio no lo había notado, pero tanto encierro y el no ver la luz del sol cayendo directamente sobre mi cuerpo, me resultaba un tanto asfixiante. Había vivido toda mi vida bajo el manto protector del cielo, y ahora, me encontraba vaya uno a saber a cuántos metros de profundidad del suelo, divagando un nuevo rumbo.
En el castillo, un aire desolador habitaba en cada esquina. No había guardias a la vista, pero algo me decía que estábamos siendo cuidadosamente observados. Era una invasora en aquellas cavernas cuya infraestructura era cientos de veces más pintoresca que la de cualquier edificación que hubiera visto en el exterior.
El camello quedó en el establo, justo al lado del patio por donde habíamos llegado. Subí unos escalones como me pidieron y me guiaron atravesando un pasillo cuyas paredes y pisos estaban hechos del mismo material: piedras uniformemente distribuidas, cuidando un diseño formal y modesto, cuya blancura se paseaba de a ratos al gris perla.
Cuando se abrieron las puertas frente a mí, me senté como me lo pidieron y poco a poco fueron sirviéndome un desayuno abundante. Ante el ofrecimiento, me vi acorralada con mi naturaleza hambrienta y la de mi orgullo como cazadora. Estaba en lo más profundo de un debate interno, tanto que no me percaté que estaba siendo analizada desde otro ángulo y sin que me diera cuenta, aquella señora que hacía unos minutos atrás había retado a Ely ahora se sentaba frente a mí con más ánimos de indagar que de apaciguar.