La Historia que Nunca Tuvimos

COINCIDENCIAS QUE NO LO SON

No sé si han sentido eso de estar viviendo algo por segunda vez, como cuando entras a un lugar y ya sabías exactamente cómo se vería. O cuando escuchas una frase que parece haber sido dicha antes, aunque nadie lo recuerde.

Eso me pasaba con él. Con ese chico.

En el pasillo del tercer piso, entre los casilleros que rechinaban y el eco de los gritos del equipo de fútbol, lo vi. Otra vez. No fue casualidad, porque esta vez no me crucé con él por accidente.

Esta vez, yo lo estaba buscando.

Aunque no sabía para qué, ni con qué excusa. Ni siquiera si quería hablarle.

Solo… verlo.

Y ahí estaba.

Recargado en la pared junto a la oficina de dirección, mirando su celular con expresión tranquila. No era exactamente "guapo" como los de las películas, pero tenía algo magnético, una mezcla de calma y algo que no se podía explicar. Como si no encajara del todo, como si no fuera de aquí.

Como si yo… ya lo conociera de antes.

Era alto, debía medir 1.80 cm o algo parecido, delgado, con una barba corta color negro, cabello revuelto del mismo color.

-No puede ser- susurré

Volví a mirar el dibujo. No lo había tocado desde aquella mañana. Había quedado olvidado entre los papeles arrugados del fondo de mi mochila, como si mi subconsciente hubiera querido esconderlo de mí misma.

Era imposible. Lo había dibujado antes de verlo. ¿Cómo podía haber captado un gesto que no había presenciado? ¿Una sombra que no había ocurrido?

—¿Qué está pasando? —susurré.

Me quedé en silencio. Solo se escuchaba el viento y el leve zumbido de la ajetreada vida en el colegio. Pero, por un instante, lo juro… sentí que el me observaba.

Al principio no le ponía nombre. Solo era “el chico del fondo del salón”. Siempre callado. Siempre con un cuaderno abierto en la mesa, pero nunca escribiendo nada.

Un miércoles cualquiera, salí del salón un poco antes que Dany. Ella se había quedado ayudando a una compañera con matemáticas y yo solo quería un momento de aire. Caminé hacia la biblioteca, aunque no necesitaba ningún libro. Era solo por estar en silencio.

Y ahí estaba él, sentado junto a la ventana, leyendo, o fingiendo leer. Me miró de reojo. Yo también. Fue solo un segundo, pero me senté en la misma mesa.

No dijimos nada, pero fue como si sí.

Días después, fui al laboratorio de biología por un cuaderno que había olvidado. El salón estaba vacío. Y en mi banca, cuidadosamente colocado, había un caramelo de limón envuelto en papel dorado. Mi favorito.

No había nota, no había explicación, Solo el dulce.

Me lo guardé y sonreí sola.

Luego vino la lluvia.

Una de esas tormentas repentinas que te atrapan sin paraguas ni chaqueta. Me había quedado esperando a Dany a la salida, pero no apareció. El cielo estalló sin avisar. Corrí hacia el cobertizo del gimnasio y allí, mojado, despeinado, y con la sonrisa más calmada del mundo, estaba él.

—Hola —dijo como si nada.

—Hola —respondí, temblando.

Me ofreció la mitad de su chaqueta mojada para cubrirnos a los dos. Nos sentamos ahí, los dos empapados, escuchando el sonido de la lluvia rebotando en el techo metálico.

Una tarde me alcanzó en el pasillo, yo tenía los audífonos puestos pero no iba escuchando nada solo los llevaba porque me ayudaban a desaparecer.

—¿Qué escuchas? —me preguntó.

—Silencio —dije, quitándomelos.

—Buen género. Subestimado.

Reí.

Poco a poco, empezó a conocerme sin que se lo dijera, sabía cuándo me dolía la cabeza, sabía que me gustaba el cielo cuando está nublado, sabía que detestaba los viernes por la presión social de ser feliz.

Y yo empecé a conocerlo también.

Sabía que siempre guardaba una moneda en el bolsillo derecho del pantalón, que miraba por la ventana cuando alguien hablaba de futuro y que siempre cargaba una pequeña libreta donde escribía cosas que nunca me mostraba.

El viernes, me desperté con una sensación extraña. Como si estuviera esperando algo sin saber el qué. Dany me alcanzó en el pasillo y me miró con una sonrisa en los labios.

—¿Ya te diste cuenta?

—¿De qué?

—Del chico que te mira como si fueras lo único real en este lugar.

La miré confundida.

—¿Del chico de la esquina?

—Ajá.

—¿Por qué dices eso?

—Porque no lo viste hoy, ¿verdad?

—No.

—Pues te dejó esto.

Me tendió un papel doblado en cuatro. Lo abrí. Era su letra.

“Hoy no te vi. Pero te pensé.
¿Eso cuenta como estar?”

Mi corazón dio un vuelco.

Dany me miró con cara de “te lo dije” y siguió caminando como si no hubiera lanzado una bomba.

Yo me quedé parada en medio del pasillo, con la nota en la mano, sabiendo que algo empezaba a cambiar y todavía no entendía por qué… pero no quería que dejara de hacerlo.

Él me veía.
De verdad.
Como nadie lo había hecho antes.




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