La Historia que Nunca Tuvimos

DONDE HABLAMOS DE MIEDOS COMO QUIEN HABLA DE LLUVIA

Al otro día, todo me parecía irreal.

Tal vez porque había empezado a sentirme diferente. Más despierta. Como si después de tanto caminar con los ojos cerrados, algo —o alguien— me hubiera enseñado a mirar de nuevo.

Llegué al salón con una sonrisa que no me molesté en ocultar. No era una sonrisa por algo que había pasado, era porque iba a verlo.

Y eso, de pronto, era suficiente.

“Hoy no podré asistir a clases, pero paso por ti a las dos, quiero llevarte a un lugar. Extráñame”

No pude evitar sonreír al ver la nota en mi lugar

Las clases pasaron arrastrándose como caracoles. No dejaba de mirar el reloj, esperando a que fueran las dos de la tarde. Miraba la ventana y trataba de adivinar formas en las nubes. Jugaba con la pluma golpeando el cuaderno en un ritmo que ni yo entendía.

—¡Naty! —susurró Dany a mi lado—. ¿Todo bien?

—Sí, solo… esperando.

—¿Al chico misterioso?

No respondí. Pero mi sonrisa lo dijo todo.

Cuando por fin la hora llegó, no corrí. No grité. No salí como una loca a buscarlo, me quedé sentada porque por alguna razón, no podía moverme.

Las manos me temblaban un poco, y sentía un escalofrío leve en el cuello, como si mi cuerpo supiera que algo importante estaba por suceder.

—¿Estás bien? —preguntó Dany, ahora un poco más preocupada.

—Sí. Solo… nerviosa.

Ella asintió. Se acercó a su mochila rosa pastel y sacó su kit de emergencia: un pequeño estuche con labiales, perfume, una liga de cabello y hasta una toalla húmeda.

—Ven —dijo con una sonrisa—. Vas a estar perfecta.

Me puso un poco de labial cereza. Roció perfume en mi cuello y muñecas. Me ayudó a acomodar el cabello. Luego me miró como si estuviera orgullosa.

—Estás lista, amiga. Ese chico no sabe la suerte que tiene.

—Gracias, Dany.

—Luego me cuentas todo. Pero sin censura, ¿eh?

Nos reímos. Ella se fue.

Y entonces lo vi.

El subía las escaleras con una sonrisa suave, como si me hubiera leído el pensamiento desde el fondo de la ciudad. Llevaba su mochila al hombro y la sudadera de siempre.

Y en sus ojos, una mirada de ilusión.

—Te ves muy bonita —dijo—. Bueno, siempre. Pero hoy… más.

No respondí. Solo sonreí.

Él tomó mi mochila sin pedir permiso y me ofreció la mano.

La tomé.

Y esta vez, no sentí miedo. Dany tenia razón, iba a disfrutar mi tiempo con él.

Caminamos por calles que no conocía. Doblamos hacia la calle Andalucía, y cada paso era como si el mundo alrededor se silenciara. Llegamos a una cafetería pequeña llamada Rosalinda. Por fuera no parecía nada del otro mundo. Pero al entrar… era magia.

Luces tenues. Velas encendidas. Mesas pequeñas. El olor a café flotando como una nube tibia.

Nos sentamos cerca de la ventana. Pedimos dos capuchinos y un pastel de tres leches para compartir.

Mis manos sudaban, pero esta vez, no aparté la mirada cuando él me sonrió.

-Me siento rara por estar aquí contigo y no saber tu nombre

-Me llamo David y tu eres Natalia, ahora ya nos conocemos.

No pude ocultar mi asombro

-¿Cómo sabes mi nombre?

—Tu amiga —dijo con un gesto divertido—. Grita tu nombre como si fueras una celebridad perdida en el aeropuerto. “Naty esto, Naty aquello”. Todo el colegio sabe cómo te llamas.

No pude evitar reír. Y tampoco evitar sonrojarme.

—No sabía que nos escuchaban tanto…

—Yo sí. Siempre supe quién eras.

Me quede en silencio, no sabía que mas decir ante esa declaración

—Eres una chica muy misteriosa, Natalia —dijo, partiendo un pedazo del pastel.

—¿Por qué?

—Porque pareces distraída… pero despiertas algo en los demás. Como si llevaras algo dentro que nadie más ha sabido leer.

Mi corazón dio un pequeño salto.

—¿Y tú sí?

—Estoy aprendiendo.

Le devolví la sonrisa.

—¿Y tú, David? ¿Por qué me dejaste aquel dulce? ¿Por qué me prestaste esa libreta?

—Porque quería que supieras que alguien te veía.

Nos miramos. Ese tipo de miradas que duran un segundo, pero lo cambian todo.

—¿Tienes novio? —preguntó de pronto.

Negué con la cabeza.

—La gente me cansa. Y no sé… me cuesta confiar.

—¿Conmigo también?

—No lo sé todavía.

David jugaba con la cuchara entre los dedos.

—¿Te has preguntado qué es lo que realmente quieres hacer con tu vida? —me dijo, de pronto.

No me lo esperaba.

—Todos los días —respondí.

—¿Y ya lo sabes?

—No. Creo que ni siquiera sé quién soy todavía.

Él asintió. Como si esperara esa respuesta. Como si la entendiera muy bien.

—Yo tampoco. Pero a veces me da miedo descubrirlo —dijo, bajando la mirada—. ¿Y si no me gusta lo que soy? ¿Y si no alcanzo lo que sueño?

—¿Y tú qué sueñas?

Pensó un segundo, levantó la vista y me miró directamente, con una ternura que me desarmó.

—Sueño con que alguien me mire y no me vea como un intento, sino como un lugar seguro.

Sentí que el corazón se me encogía.

—Eso suena… muy triste. Y muy bonito al mismo tiempo.

Él sonrió, como si no supiera cómo responder a eso. Como si no estuviera acostumbrado a que alguien se detuviera a sentir lo que él decía.

—¿Y tú? —me preguntó, dándole un sorbo a su café—. ¿Qué te da miedo?

Me quedé en silencio un momento.

—Enamorarte no cuenta —agregó, en broma.

—Justo eso iba a decir.




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